Lágrimas y videojuegos

Steven Spielberg se ha adentrado un poco más en nuestra industria. Ya sabréis que está escribiendo tres videojuegos para EA. Más allá de esta comercial alianza, lo que me ha llamado la atención son las declaraciones de Neil Young (EA) en la MTV americana: «¿Puede hacerte llorar un videojuego?». Interesantísima pregunta, que enlaza con otro tema comentado en AnaitGames: ¿son los videojuegos un arte? Es obvio que sí se puede llorar escuchando una canción. Quizás porque la asociamos con algo ya vivido, o porque la letra nos aprieta el corazón con un gesto especial. Llorar frente una canción es realmente hermoso y liberador. Lágrimas sinceras; primero un aviso, el girar la cabeza al percibir ese acorde que no sabes bien porqué te remueve todo. Luego los segundos en que te empapas de música. La suave perplejidad es sorprendida por el erizamiento del vello. La voz se ha arremolinado en la garganta y ninguna palabra puede salir ya. Y lloras. Primero una lágrima dulce, tímida, sincera, que te acaricia y te envuelve. Luego el llanto, y los recuerdos, y las imágenes que no paran de venirte a la cabeza. Eres feliz, porque conectas con el mundo, te sientes vivo. Tienes la certeza de que te queda algo por lo que seguir adelante. Eso nunca, nunca, nadie te lo va a robar. Porque sale de dentro, del alma, y te agrada no saberlo controlar. Con las películas pasa algo similar, aunque funcionan otro tipo de mecanismos. Principalmente, aquel al que llamamos «catarsis«. El espectador se pone en la piel de los personajes y siente sus mismas emociones; si el protagonista fracasa, sientes abatimiento. Si vence, se te escapa una sonrisita cómplice. La ficción actúa de canal entre el espectador y sus miedos y deseos. Pongamos un ejemplo. Todos queremos ser William Wallace (Brave Hearth). Cuando al final lo vemos torturado, medio muerto y sin fuerzas siquiera para moverse, el grito alto y claro de «¡Libertad!» (con el posterior hachazo) nos fulmina y hechiza. Queremos ser así de valientes. Es injusto que muera. Este mundo no vale para nada. ¿Verdad que es lo que pensamos cada día, aplicado a los políticos, a nuestro jefe, pareja…? El filme ha sabido conectar esos deseos abstractos con nosotros. Pero, ¿qué pasa con los videojuegos? Young comentaba que ICO es el único título «genuinamente emocionante». A falta de jugarlo, generalizo. Es imposible llorar con el 99% de lo que tenemos ahora. A no ser que seas hipersensible o un friki empedernido, ni los Metal Gear, ni los Sims, ni Fahrenheit, ni nada, te hace llorar. ¿Quizás porqué no existe el género del drama aplicado a los videojuegos? ¿Quizás porque el bueno siempre gana? ¿Quizás porque el hecho de controlar tú mismo al personaje elimina la catarsis? Lo que es seguro es que herramientas no faltan. Se pueden combinar sonidos, melodías, colores, imágenes, argumento. La propia definición de videojuego ofrece implícitamente más recursos que el cine o la música. Al tanto, el llorar porque te gustan en exceso los videojuegos no cuenta. Hablo de un llanto que sale de dentro, el mismo que el de la música o el cine. De escenas que hacen llorar a gente de Barcelona, Madrid, Paris, Londres, Tokyo, a hombres, a mujeres, a niños y a viejos. Como la de Brave Hearth, vaya. Me encantaría que vosotros expusierais las experiencias y reflexiones que os apetezcan acerca de este tema. Mucha suerte. Seguiremos indagando. Y a llorar.