Análisis de Los Sims 3: Movida en la facultad

Convertida en la gallina de los huevos de oro, Los Sims es una franquicia que empezó casi como un pequeño experimento social, inocente y pulcro, una casa de muñecas, y que llegada la adolescencia se tiñó de rubio platino, se perforó el ombligo y se escapó de casa haciendo autostop en dirección a Hollywood, en busca de fama y fortuna. Había posibilidades de que un tarado se cruzase en su camino y tirase sus pedazos a una cuneta o de que algún desaprensivo se aprovechase de su inocencia para exprimirle hasta el último céntimo. En parte fue lo segundo, pero Maxis siempre supo mantener el equilibrio entre el abuso de las expansiones y la calidad, convirtiendo Los Sims en poco menos que una droga dura consumida por un nicho de mercado que solo tiene ojos para esos muñequitos con un octaedro verde sobre la cabeza.

Los Sims 3: Movida en la facultad suena, efectivamente, a comedia juvenil noventera con tetas, fiestas y chicos vírgenes, pero en realidad cubre un hueco considerable en el eje cronológico vital de Los Sims 3. Hasta ahora tras la adolescencia nuestros sims pasaban directamente al mundo de lo adulto, a la plantilla de una empresa o a montar su negocio, pero faltaba ese período de formación y locurote que vive en la línea divisoria entre la juventud y la madurez. Faltaban esos días de pasarse la mañana en el bar de la facultad, de fotocopiar apuntes de otros, de tirarle los trastos a todo lo que respirase, de confeccionar sofisticadísimas chuletas, de colarse en fiestas donde no estabas invitado, de pasarse la última semana del semestre en despachos suplicando a profesores o de lidiar con enfermedades de transmisión sexual. Todo eso nos lo proporciona Movida en la facultad —vale, lo último no— en una cómoda expansión que viene con buenas ideas pero trasciende en muy poco de la esencia del simulador social.

En esta nueva expansión —la novena, poquita broma—, nuestros sims tienen un incentivo para cursar estudios universitarios: bonificaciones considerables en las profesiones que ya existen y, más importante, acceso a nuevos oficios muy de tocarse los huevos como agente deportivo, asesor de arte o —guiño, guiño— desarrollador de videojuegos. Pero todo empieza con ese punto de inflexión psicológico en la vida académica llamado Selectividad o Reválida, que aquí han bautizado como Test de aptitud y que se verá influido por el nivel que lleve nuestro jovenzuelo (o no) sim. El resultado determinará si el gilipollas que reparte las becas nos financia los estudios y nos da créditos adicionales en la especialidad que hayamos elegido, sea Negocios, Tecnología, Ciencias y Medicina, Artes, Comunicaciones o Educación Física, cada una con un objeto asociado que expande su competitividad profesional. Si os fijáis, Magisterio no encaja en ninguna. Por algo será.

No hay posgrados, ni másters, ni doctorados en Movida en la facultad, pero quizá la primera parte de su título debería serviros de indicador: en la universidad lo menos importante es, de hecho, la propia universidad. Las dos vertientes, la académica y la social, están completamente disociadas y desde luego tiene más miga todo lo que sea estar alejado de las aulas. Maxis aprovecha la tesitura para ofrecer nuevas opciones de juego y ampliar lo que ya estaba ahí, tenga o no que ver con hincar los codos. Nuestros sims tiran por fin a la basura ese 3210 mugriento y aceptan un smartphone en sus vidas, desde el que ahora pueden no solo hacer fotos y mandarse mensajes de texto, sino también mantener un blog personal o ver vídeos en tres modalidades que vendrían a resumir todo Internet de un plumazo: vídeos graciosos, vídeos desagradables y vídeos de gatos.

Movida en la facultad se encarga de aportar otro rasgo juvenil que todos hemos tenido en mayor o menor medida: la segregación. Con una división algo reduccionista entre Empollones, Rebeldes y Atletas, la expansión nos propone (aunque no nos obliga, y eso está muy bien) calzarnos una etiqueta social y fraguar una reputación dentro de un círculo de amistades desarrollando ciertas actividades relacionadas, como pintar graffitis, desarrollar proyectos de ciencias, organizar fiestas, montar protestas estudiantiles, leer cómics o usar el móvil para labrarnos un nombre en las redes sociales. Lo que vendría a ser convertirnos en tuitstar, vaya.

Hay ideas fantásticas también en lo académico, como la toma de decisiones dentro de la propia clase, interactuando con el profesor, pegándonos una siestaza durante la lección como unos reyes, mandando mensajitos con el móvil bajo el pupitre, tomar apuntes o ir prácticas al aire libre.

Con todo, la sensación con esta expansión es de una pobre incidencia en la mecánica de juego y, sobre todo, una cohesión menos elaborada que de costumbre. Ya no solo en los conceptos y la conversión de experiencias de la vida a meras estadísticas y bonificaciones, sino en el mismo devenir de las partidas. Las larguísimas distancias a recorrer entre nuestra habitación de la fraternidad hasta la facultad, el hecho de no poder controlar al resto de estudiantes de una fraternidad y el terrible descontrol que esto supone a la hora de relacionarse con ellos (puede que esa fase de drogadicción universitaria tenga algo que ver) son decisiones que repercuten negativamente en una expansión que ya viene de por sí muy desconectada del mundo de Los Sims, encarnada en un «subbarrio» apartado al que vas a lo que vas, exploras, haces, deshaces y no vuelves a acudir.

Los Sims 3: Movida en la facultad es una expansión en el sentido más preciso: un pequeño mundito adicional que se adhiere al que ya llevamos tiempo habitando, pero que se rige por sus propios parámetros y trata de cortar todos los lazos con el exterior. Bien pensado quizá los años de universidad —o esa es la imagen que nos venden en la ficción— son un paréntesis liberador, un borrón y cuenta nueva, una nueva juventud dentro de la juventud para ser quien quieras y donde tu pasado de collejas, bocadillos robados y cabezas en el retrete no le importa a nadie. Al menos durante cuatro años. [7]