Un análisis de Super Mario Odyssey

Más que otra cosa, la extravagancia y la sorpresa han estado siempre ligadas a Super Mario Odyssey. Pienso en ese tráiler del E3 con un tiranosaurio al que le acababan delatando el mostacho y la gorra, pero sobre todo pienso en el día en que vimos por primera vez Nueva Donk y a sus habitantes, humanos con americanas grises y faldas de tubo y fedoras que viven en una ciudad llena de rascacielos y que juegan a la comba y conducen coches teledirigidos. ¿Cómo se piensan que algo así va a colar? ¿Cómo pretenden que resulte natural ver a Mario, regordete y colorido y siempre dispuesto a resolver las cosas a saltos, mezclado con taxis amarillos y edificios realistas y gente gris? La clave está en que no está pensado para resultar natural: tiene que ser extraño, chocante.

Esta extrañeza tiene a Mario como hilo conductor. El argumento os puede sonar: Bowser secuestra a Peach, como siempre, y esta vez tiene la intención de casarse con ella. Cuando Mario sale a detener tan infame enlace, el Rey de los Lagartos lanza un zarpazo que le deja compuesto y sin gorra; cuando parece que está todo perdido, Mario conoce a Cappy, un habitante del Reino Sombrero y también afectado por la boda forzada: Bowser también se ha llevado a su amiga Tiara de la que secuestraba a Peach. Tomando como referencia los restos de la icónica© gorra de Mario, Cappy se transforma para acompañar al ex fontanero en su periplo en busca de sus amigas.

El mismo Reino Sombrero es la primera parada del viaje. Es un comienzo realmente extraño para un juego que abraza lo raro. El paso de Bowser por el Reino ha dejado sin hogar a sus habitantes; todo es caos en la ciudad de los sombreros voladores, un lugar marcado por el blanco y negro y la niebla. Después de un breve tramo en el que el juego te acostumbra a los controles básicos, Mario se encuentra con una plataforma demasiado alta como para llegar a ella con sus débiles piernas humanas.

Tengo una obsesión particular con los comienzos de los juegos de Mario porque sobre ellos caen responsabilidades de las que otros pueden librarse. El nivel 1 del mundo 1 de Super Mario Bros., como ya se sabe, es digno de estudio porque a mediados de los 80 no era tan fácil dar por supuesto que un bloque con una interrogación escondía dentro monedas pero también otras cosas, y qué efecto podían tener en tu avatar esas cosas era algo impredecible: la propia Nintendo ya jugó al despiste en los 80 con la seta morada de The Lost Levels, parecida a la normal pero con efectos letales. La cuidadosa colocación de los bloques de ladrillo y con interrogaciones, la tubería y un único Goomba en el ampliamente estudiado primer tramo del 1-1 de Super Mario Bros. tenía como objetivo enseñar a la gente que no había jugado nunca (un público al que Nintendo siempre ha buscado, con mayor o menor énfasis) el tipo de experiencia que iba a encontrar en el resto del juego.

Algo de esa sorpresa primigenia está en el corazón de Super Mario Odyssey. Volvamos a la rana: una vez capturada, después de una escena casi terrorífica en la que Mario se introduce en la consciencia del bicho, la rana permite alcanzar plataformas elevadas gracias al poder de sus ancas. Es una constante en un juego que recoge el testigo de Super Mario 64 y Sunshine, las dos entregas que más énfasis hacen en la exploración: cada mundo está cuidadosamente diseñado para que atravesarlo como Mario, como Goomba o como dinosaurio sean experiencias complementarias, y para estimular la curiosidad y la experimentación.

Rescatar a Peach es solo el primero de los objetivos del juego. Conseguir las muchas lunas que hay escondidas en los mundos es en lo que se ocupa la mayor parte del tiempo: llevando varios pasos más allá lo que ya hicieron 64 y Sunshine, Odyssey no solo tiene más lunas (el equivalente a las estrellas y los soles) sino que también hay muchas más maneras de conseguirlas. Las principales se presentan de una manera clara: las guardan jefes finales o esperan en puntos concretos del mapa, y marcan el progreso en cada mundo, abriendo nuevos caminos y dando acceso a más lunas y retos. Estas lunas hacen que la nave Odyssey consiga la energía necesaria para viajar de un mundo a otro. Casi todos los mundos tienen varias capas y evolucionan a medida que los exploramos; esto hace que una partida de baja intensidad, una centrada en ir de un mundo a otro siguiendo a Bowser y sin intentar encontrar todas las lunas antes de pasar al siguiente, sea bastante atractiva: las mutaciones y expansiones de cada mundo forman una pequeña historieta que en más de una ocasión desemboca en un momento memorable que cierra el arco principal del nivel, y para entonces es más que probable que ya tengas suficientes lunas como para avanzar.

Pero lo mejor viene más allá de los créditos. La mesura con la que imagino que se hablará de Super Mario Odyssey las primeras semanas tiene que ver con la gran cantidad de detalles, guiños e ideas sorprendentes que hay por todos lados; cuando regresas a un reino lo habitual es que haya cosas nuevas que hacer, desde nuevas lunas o puertas que no habías visto antes (detrás de ellas se esconden normalmente los retos de plataformeo más puros, algunos de ellos bastante difíciles, o las pruebas que llevan más al límite las habilidades de cada transformación) hasta monedas moradas, otro de los coleccionables principales y la manera de conseguir los disfraces exclusivos de cada reino. Estos disfraces tienen una importancia temática, porque hablan sobre las muy diversas maneras en que las distintas culturas del mundo se expresan a través de la ropa, y también sirven para conseguir alguna luna, pero no alteran la forma en que se maneja a Mario: eso está reservado para las distintas formas que se pueden adoptar gracias al poder de Cappy.

Es difícil escribir en profundidad sobre este juego sin traicionar esa ambición de ser siempre sorprendente y darte de bruces con ideas nuevas cada dos por tres. Después de unos años explorando la parte más pura de Mario, la que tiene que ver con el salto y el plataformeo estricto de Galaxy, New o 3D World, es refrescante ver a Nintendo arriesgar y llevar a su archiconocida mascota por territorios inesperados. En la época de la hiperconexión y las redes sociales desatadas, Odyssey da la sensación de tener tantas cosas que es imposible no dar un brinco en la silla con algunas escenas y guiños incluso aunque te cruces con algún spoiler perdido en un tweet o en la miniatura de un vídeo de YouTube. Pocas cosas son puramente estéticas en Odyssey; incluso el ornamento va ocupando un plano más importante cuando aprendes a verlo con los ojos apropiados. Mecánicamente, es un juego que se va abriendo y abriendo y parece no tener fin, aunque es evidente que lo tiene; un descubrimiento en un mundo te enseña cosas que puedes aplicar en todos los demás, te da pistas sobre cómo conseguir estrellas en sitios que quizá ni siquiera conozcas, tiende puentes mágicos con los lugares más marcianos y chocantes, y lo hace con una soltura y un desparpajo tales que parece que lleven treinta años haciendo justo esto, cuando en realidad es la respuesta de Nintendo (una respuesta rotunda y que se beneficia de décadas de experiencia, pero también una conservadora) a muchas tendencias de diseño que hemos visto con distintas formas en muchos otros juegos. Es un juego sobre visitar reinos que no conocías y relacionarte con sus habitantes, conocer sus culturas e interiorizar sus costumbres, y también uno sobre cómo las culturas se relacionan entre sí y aprenden unas de otras; es una celebración del Universo Mario y un repaso a su historia y una mirada más allá de los usos y costumbres del ex fontanero.

La enseñanza final es, por eso, que en el mundo hay mucha gente distinta, y que merece la pena conocerla, visitar sus pueblos y también acogerla en los nuestros. El triunfo no está en creer que somos todos iguales, sino en saber apreciar y respetar las diferencias, en vivir en un mundo lleno de colores locales distintos a los nuestros: el mundo por el que viaja Mario no está preparado para él, para su disfrute, sino que es él el que tiene que hacer el esfuerzo de ponerse en el pellejo de los demás (los anglos a veces dicen to put on someone’s hat para referirse a esto: me parece significativo) para ver sus reinos desde otro punto de vista. Es un mensaje de fondo que vertebra el juego y da pie a algunas de sus sorpresas más encantadoras.

Por encima de todo eso, Super Mario Odyssey es un juego brutalmente coherente y una de las cimas de la Nintendo reciente; no es muy común ver a Nintendo abrirse a los demás, pero de la misma forma en que Breath of the Wild se fija en Skyrim y Switch quiere ser nuevo hogar para precisamente Skyrim, los muchos guiños de Odyssey a la apertura, al mestizaje de sus fórmulas (las más asentadas, tantas de ellas patrón por el que todavía hoy se cortan muchos otros juegos) con las que trabajan los demás nos hablan de una Nintendo sobre la que es difícil saber si subiendo o cayendo, pero que desde luego está en evolución y atenta a lo que se ve más allá de sus fronteras. Hay vida más allá de Mario, y este juego la reconoce y la celebra.

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