Análisis de Yoshi’s Woolly World

Como verbo principal de la gran mayoría de sus juegos, el salto en Mario es un tema en el que merece la pena fijarse. El salto de Mario es un acto de poder: con el salto superamos los obstáculos, esquivamos peligros, noqueamos a los enemigos. El champiñón, en Super Mario Bros., tiene efecto en la altura del salto y sus efectos en el entorno, pero no en la velocidad, por ejemplo; podemos romper bloques, alcanzar sitios más elevados, y todo esto se traduce también en un mayor poder, al poder resistir más golpes de los enemigos. Los juegos de Super Mario nunca han sido particularmente difíciles porque su mensaje es sencillo: Jumpman, reconvertido en Mario, arregla el día gracias al buen uso de su capacidad de salto, el ejercicio de poder gracias al cual puede sobrepasar en movilidad, fuerza y destreza a todo un ejército que intenta pararle los pies. El Super del nombre con que se nos presenta implica que puede ser algún tipo de superhumano: un superhéroe, en definitiva.

Como personaje secundario (y en gran medida solo montura) de Mario y teniendo en consideración lo que acabamos de explicar, pensemos en Yoshi. Antes de ser protagonista de sus propios juegos, Yoshi fue poco más que un dinosaurio (un espécimen de un dinosaurio, de hecho) que nos era de ayuda gracias a nuestros sutiles estímulos en forma de puñetazos en la cabeza. Yoshi es otro power-up, como el champiñón; todo en Super Mario gira alrededor del salto, y esta no es la excepción: Yoshi funciona como una forma intuitiva y poderosa de justificar el doble salto, la posibilidad de saltar por segunda vez en el aire antes de tocar el suelo para poder coger impulso. El jugador entiende a la primera que solo tenemos una oportunidad si saltamos de nuevo en el aire impulsándonos en Yoshi (y en tantas ocasiones enviándole a la más horrible de las muertes), porque perdemos el punto de apoyo. El salto de Mario es un acto de poder, y para el pobre Yoshi es un mecanismo de opresión.

Cuando le tocó protagonizar sus propios juegos, fue una decisión muy inteligente por parte de Nintendo modificar el significado del salto en el nuevo Yoshi protagonista. En Yoshi’s Island, Mario y Luigi eran bebés y estaban al cuidado de Yoshi; su salto no es una herramienta de precisión: es un movimiento impreciso atado a una inercia muy distinta a la de Mario y a un planeo de última hora que se ha convertido en marca del personaje. El salto de Yoshi es impreciso quizá para representar lo que significa cuidar de alguien, los miedos e inseguridades de tener un bebé en brazos; ese último empujón final es una forma bastante clara de mostrar el esfuerzo de Yoshi para llevar al bebé Mario a un lugar seguro. En Super Mario 64, cada salto hasta el tercero (el grande, con pirueta) viene acompañado de una exclamación de gozo: Mario disfruta saltando; el salto nos hace disfrutar como jugadores. El salto de Yoshi implica un esfuerzo. Yoshi no salta por placer: salta por necesidad.

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En Yoshi’s Woolly World, el último juego protagonizado por el dinosaurio, ya no hay bebés a los que proteger. Aquí el objetivo de Yoshi es distinto: tiene que recuperar los ovillos de lana que ha robado Kamek, eterno rival, y que, en este universo en concreto (aquí, ya sabéis, todo es de lana y materiales de costura: los escenarios son de cojines y algodón; los enemigos son de hilo y botones; nuestros proyectiles ya no son huevos, sino ovillos esféricos), hacen que haya Yoshis de todos los colores. Yoshi protege aquí la diversidad de su propia especie. No es la primera vez que los bebés no son una preocupación en un juego del personaje (en Yoshi’s Story no había bebés, y lo que estaba en peligro era la felicidad); con o sin críos que cuidar, Woolly World es el mejor juego de Yoshi que se ha publicado en veinte años. No es poca cosa.

Como es habitual en los juegos de Yoshi, en Woolly World una de las claves está en su reto por capas. Una capa, la más esencial y la que más jugadores experimentarán, es la de superar los niveles hasta terminarlos todos, ver los créditos y recibir el mensaje de agradecimiento por haber jugado. De nada, Nintendo. A este nivel, Woolly World ya tiene suficiente que decir como para posicionarse como uno de los mejores juegos de plataformas de Wii U, algo meritorio si tenemos en cuenta que en ella hemos podido jugar Super Mario 3D World y Donkey Kong Country: Tropical Freeze. El diseño de niveles es extraordinario: como en otros juegos recientes de Nintendo, muchas pantallas giran alrededor de una idea que se nos presenta, se desarrolla, se explota y se desecha antes de que podamos decir siquiera “el de Super Nintendo era mejor”. Cuando se recuperan ideas de las anteriores entregas, a menudo se les da un giro que les da frescura; de manera muy consciente, el juego nos enseña sus cartas en un orden y a un ritmo concretos, para jugar con nuestras expectativas y sorprender: la sorpresa siempre ha sido un tema en los juegos de Yoshi, y aquí no está menos presente.

Está, quizá, más presente que nunca. Sin bebés que proteger, y volvemos al tema del salto, el espacio para la exploración, otro de los leitmotivs de la serie, es mayor. La supervivencia individual es tan importante en nuestra partida como lo es la de nuestra especie en la historia del juego; simplificar la salud de Yoshi, haciendo que sean veinte corazones que al llegar a cero nos devuelven al último punto de control, hace que los diseñadores pongan el foco en la creación de niveles interesantes que supongan un reto, de habilidad y a menudo también cerebral. En lugar de repetir la fórmula conocida, como hacía New Island, aquí se pueden permitir explorar con mayor libertad lo que tienen los juegos de Yoshi de desafío. Se combinan con mucha soltura las pantallas lineales (las de ir de izquierda a derecha; las normales, digamos) con otras que nos hacen explorar en busca de llaves o botones que nos abren nuevos caminos hasta llegar a la meta; incluso se atreven a introducir puzzles. Los jefes finales, incluso cuando se repiten, son creativos e interesantes: hay dos que se presentan tres veces a lo largo del juego, y que en realidad son seis enfrentamientos bastante distintos entre sí, aunque el enemigo sea el mismo.

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La base de Woolly World es lo que hace que sea un juego formidable; las capas que se montan sobre esa base hacen que sea imprescindible. Los coleccionables, que siempre han sido uno de los atractivos de los juegos de Yoshi, aquí tienen más sentido que otras veces al estar atados a desbloqueables: los ovillos de lana desbloquean nuevos tipos de Yoshi (merecen atención los diseños, uno por nivel, inspirados en lo que ocurre en ellos y formados por cinco colores, uno por ovillo; parece posible hacer todos en el mundo real), las flores desbloquean niveles secretos y las monedas verdes desbloquean sellos que podemos usar en Miiverse. Las recompensas del coleccionismo son, esta vez, más inmediatas y satisfactorias que en Island o New Island, donde se empiezan a conseguir cosas cuando hemos recolectado un montón de cosas distintas; atando cada objeto a una recompensa, es más fácil encontrar un motivo concreto para regresar a un nivel después de haberlo terminado por primera vez.

Cada coleccionable tiene un nivel de dificultad, por así decirlo: los ovillos, que ofrecen la recompensa más inmediata (podemos jugar como cualquiera de los Yoshis que desbloqueamos, y hay algunos muy, muy bonitos), son los más fáciles de conseguir, y casi siempre están a la vista o escondidos en sitios evidentes. Las flores son más difíciles de encontrar, quizá para ponernos en situación de cara a los niveles que desbloqueamos con ellas, mucho más difíciles que el resto. Las monedas verdes están a medio camino entre los otros dos coleccionables; a veces son muy evidentes y otras están escondidas con un celo que sería excesivo de no ser porque siempre hay una pista, por mínima que sea, que nos estaba diciendo que ahí había algo escondido.

Esa es la clave de Yoshi’s Woolly World: es un pulso entre los diseñadores de niveles y la atención que el jugador le presta al juego. Los niveles, menos cuadriculados que los de un Super Mario en 2D, se estructuran aun así alrededor de construcciones y simetrías que no son difíciles de entender a primera vista, creando expectativas en el jugador a medida que avanza; en las mil y una formas en que se subvierten esas expectativas está lo brillante de Woolly World, que nos exige atención y capacidad para pensar de manera creativa para utilizar los recursos que tenemos a nuestra disposición a la hora de encontrar y recoger los coleccionables. Una bóveda en la que un cojín está un poco mal colocado esconde un pasillo en el que hay una flor; una zona por la que tenemos que pasar a toda velocidad para esquivar un brazo móvil con pinchos esconde una nube que podemos activar lanzándole un ovillo; una caja colocada ligeramente más abajo de lo normal es una pista de que ahí hay algo oculto. 

No hay por qué temer aquí el diseño algo tramposo de New Island: he sufrido más de una vez en mis propias carnes los peligros de los coleccionables ocultos, pero aquí Good Feel se las apaña para darle una justificación a todos. Repetir pantallas es menos pesado que en otros juegos, también: tienen suficiente peso individualmente como para que explorarlas de nuevo en busca de coleccionables no dañe el recuerdo que teníamos de ellas; de hecho, se me ocurren unas cuantas en las que una segunda vuelta ayuda a terminar de comprender por qué el diseño de niveles funciona tan, tan bien. (He llegado a rejugar algún nivel solo para repetir las secciones en las que Yoshi se transforma: las partes en las que somos una moto dan para un juego aparte.)

Ayuda a sentirse cómodo con el juego la tremenda coherencia con que están construidos los escenarios, que siguen una progresión similar a los plataformas clásicos de Mario, con mundos temáticos representados esta vez con materiales de costura. Cojines y figuras de fieltro forman la tierra y los cielos; en algunos escenarios incluso se pueden ver las etiquetas con códigos de barras. Los Shy Guys con lanzas que aparecían en otros juegos de la serie aquí llevan agujas de ganchillo, infranqueables para la lengua de lana de Yoshi; los Chomp-Chomps tienen por dentro esqueletos de alambre que les dan la forma esférica; las plantas carnívoras de peluche quedan indefensas cuando las rodeamos de lana a ovillazo limpio. Hay un sinfín de detalles de esos que le sacan a uno la sonrisa boba en todas las pantallas; es un juego creado con un mimo muy especial, porque quieren que te fijes: el diseño de niveles así lo exige.