La noticia ha salido hoy en toda la prensa estatal: la justicia rusa ha condenado al director de cine Oleg Sentsov a veinte años de cárcel, acusado de haber participado en dos atentados terroristas y haber planeado un tercero, además de tenencia ilegal de armas. Sentsov, de 39 años, lleva desde el 11 de marzo de 2014 encarcelado. El director, un declarado nacionalista ucraniano, ha mostrado sus simpatías con el Euromaidán (Europlaza), una serie de manifestaciones y disturbios casi insurrecionales que desde el 21 de noviembre de 2013 aparecieron en Ucrania en favor de la integración del país en la Unión Europea, cuyas negociaciones se habían suspendido el día anterior. Víktor Yanukóvich, presidente del país y líder del Partido de las Regiones, dimitió del cargo el 21 de febrero del año siguiente.
Es un asunto serio que no puede reducirse a esta síntesis y que ha situado de nuevo en el mapa europeo una guerra civil. Como noticia política se escapa ahora de mis intenciones. Por lo demás, en todos los artículos que se han publicado se elabora una breve biografía del director, como es de rigor, que ha tenido que abandonar la posproducción de su última película, Rhino. Antes solo había editado dos cortometrajes, un libro, titulado Compre el libro, es divertido, y una película: Gámer (o Gaamer, según la transliteración). Es la única que aparece destacada en todos los textos. Su argumento: un niño aficionado a los eSports.
De repente, una película sobre videojuegos aparece mencionada en una noticia política sobre unos cargos tan graves y sin duda en la acusación más conflictiva de nuestros días. El primer latigazo de curiosidad es el de indagar sobre ella y saber si es posible verla, porque por un tipo de desviación se quieren hallar a posteriori indicios de lo ocurrido. Y no, esto no tiene nada que ver con la maniobra más torticera del mundo que consiste en cuestionar los hábitos de un delincuente que se pasaba las madrugadas enganchado a la consola.
La barrera del idioma es un problema porque las primeras críticas que he visto estaban en cirílico, que se puede leer pero sin entender una palabra. Quería ver la película como fuera así que he tenido que recurrir a un par de foros de la web profunda y ahí las respuestas, como casi siempre, remiten a algo que uno ni siquiera había formulado. No he podido encontrarla pero sí ha caído algún comentario sobre el encarcelamiento, dudando de este o aquel gobierno y sacando a colación un misterioso aparato de propaganda política que no viene al caso (pero se puede pensar, por ejemplo, en las Pussy Riot). Descartado este camino, he optado por lo obvio: buscar en tiendas on-line. Nada. El nombre Oleg Sentsov no existe, no está en ninguna base de datos —la policía rusa tiene un archivo bastante más completo—, y la única aproximación que he obtenido es la de las clásicas recomendaciones automatizadas («si has buscado Sentsov, te interesará esto…») que me sugieren libros sobre al arte cristiano ortodoxo. No creo que tenga mucho que ver.
La película, el nombre, la portada, esa fotografía de un niño andando paralelamente a las vías del tren y un paisaje húmedo, difuminado y desolador; un punto de fuga hacia a saber qué inquietudes que como una añagaza incitan a pensarla como una rareza particular en la cinematografía europea, como si pudiera explicarnos algunas verdades escondidas. Algo así como lo que ocurre en la novela Fascinación (Running Dog), de Don DeLillo (1978). Un marchante de arte un poco tarado, Lightborne, quiere conseguir una cinta pornográfica supuestamente protagonizada por Hitler y grabada en el búnker de Tiergarten, poco antes de la derrota nazi. El coleccionista le explica a la periodista Moll que hay un vínculo etimológico y moral entre el fascismo, la fascinación y el falo (fascinus), y a partir de ahí toda la trama se vuelve una hipérbole de las novelas de detectives, casi siempre errante pero desde luego hipnótica. La nota de fondo es que, tal vez, todo esto no sean más que chaladuras. Seguramente Gaamer sea un película de lo más normal.
Hay alguna crónica por la red que data de cuando se presentó en el Festival Internacional de Rotterdam en 2012, así que el material que tenemos a disposición por ahora es indirecto. El crítico de cine Andrei Plajov considera que el trabajo de Sentsov no es excéntrico ni extremista, aludiendo a su encarcelamiento. Es, antes que nada, «una persona absolutamente creativa», un «talento» que el cine y la cultura en general perderá.
Gaamer muestra la rutinaria vida de Koss (Vladislav Zhuk) en una ciudad anónima de Ucrania, donde las actividades se confunden con la repetición y la vida con el tedio. Koss ha dejado de rendir en la escuela pero en los mundos virtuales de Quake es un maestro; sus amigos le veneran tanto como su madre se preocupa, pero en el refugio del ocio encuentra al menos un sentido: a diferencia de la vida real, plagada de ambigüedades y sufrimiento, la virtualidad ofrece unos objetivos claros con respecto a los cuales desarrollar sus habilidades. Está en una fase de transición hacia la edad adulta (típico planteamiento iniciático): no sabe qué decisión tomar sobre a sí mismo, pero en Quake no hay que pensar en eso y basta con mejorar.
Para Ogg Cruz, de la web Film Krant, lo fundamental radica en esta división entre los mundos digital y real, y en su continua aproximación; a pesar de la siempre resplandeciente y cómoda burbuja electrónica todos los actos tienen unas consecuencias en el mundo físico, aunque los actos consistan en dar la espalda a los problemas. La película, de muy bajo presupuesto (15.000 euros), está rodada en competiciones reales y tiene un punto de documental que al menos invita a pensar que no ha abordado el tema con amarillismo. De hecho, Cruz señala que Sentsov asume que el medio cinematográfico es también un modo de evasión y por eso apuesta por un recurso muy propio del teatro épico (Bertolt Brecht): atravesar la cuarta pared y hacer que el protagonista mire al espectador cuando se considera que Koss ha madurado. Así se rompe el embrujo de la ficción e invita —no sé si con demasiado optimismo— a pensar en los hábitos culturales. Iguala, pues, los videojuegos al cine, al menos por este reconocimiento de sus límites.
Por lo que he ido leído, entiendo que sus filiaciones cinematográficas podrían encontrarse en el nuevo cine griego (que ya empieza a dar síntomas de cansancio), como Canino (2009) de Gyorgos Lanthimos o Attenberg (2010), de Attina Rachel Tsangari; una estética cruda muy marcada por la crisis del país y por la dureza cotidiana que padecen individuos anónimos. Por eso están planteadas como distopías breves, de escasos individuos, sometidas a reglas arbitrarias y a menudo incomprensibles. Un videojuego funcionaría aquí también como un marco mínimo con sus propias reglas.
La última película ucraniana que he visto, Plemya (2014), de Miroslav Slaboshpitsky, es deudora de este cine: una sociedad de sordomudos que sobrevive por debajo de la institución oficial que los alberga (un internado) a fuerza de trapacerías, corruptelas y crueldad. La película, por cierto, no tiene ni una sola línea de diálogo hablado. Cabe la posibilidad de que ahora que Sentsov ha sido noticia su película empiece a difundirse, un acto reflejo que ocurre a menudo. Además, la Academia Europea de Cine (EFA) ha pedido, emitiendo una carta pública al gobierno de Vladimir Putin, transparencia con el caso. Entre los firmantes se encuentran Aki Kaurismäki, Béla Tarr, Ken Loach y Wim Wenders; habrá que tomarse en serio, pues, su película sobre videojuegos.
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¿Una petición pública a Putin? Uy, si antes pretendía hacer eso, ya pueden despedirse.
Genial el artículo. Gracias.
Algo leí en su día sobre la película, pero nada relevane la verdad. A la espera de la segunda parte del artículo.
Tengo un compi en la oficina que es ruso y su novia ucraniana. Le preguntaré a ver si puede conseguir algo, que esto parece muy interesante.
Mis dieses al texto.