Permitidme un inciso sobre el DLC...

Junto a los logros y el control gestual, el DLC (y con estas siglas me refiero tanto a contenido adicional como a juegos descargables) ha pasado a formar la tríada de supuestas innovaciones que han servido como seña de identidad a esta generación, más allá incluso del juego online que simplemente ha terminado de asentarse como algo normal y no como el oscuro rito satánico y muy jodido que era antes para la masa enfurecida e ignorante. Los desarrolladores independientes han visto el cielo abierto y ahora el que no se gana la vida con XBLA, PSN, la App Store y el Android Market es porque no quiere. ¿Pero cuándo nació este medio? ¿En qué momento la técnica permitió descargar juegos previo pago? ¿Con Steam en 2003? ¿Con Xbox Live en 2005? ¿A mediadios de los 90 con el boom de Internet? Pues no; agarraos fuerte, niños: Atari, 1983. Bueno, en realidad no era Atari sino una compañía recién nacida llamada CVC (Control Video Corporation) la que se sacó de la manga un aparato llamado GameLine que permitía descargar juegos a un cartucho descomunal que luego insertábamos, ahora sí, en nuestra flamante Atari 2600. El proceso era el siguiente: llamábamos por teléfono al servicio y les dábamos el número de nuestra tarjeta de crédito para abrirnos una cuenta. Paradójicamente, aunque el número era gratuito, la cuota de alta era de 15 dólares de entonces, caro de cojones, pero a cambio se nos otorgaba acceso privilegiado a un catálogo de más de 80 juegos a un dólar la unidad. Los lulz llegaban cuando uno desconectaba el teléfono, enchufaba el cacharro (un módem, en realidad) a la línea y se daba cuenta de que, no solo se le permitía descargar al cartuchote un único título cada vez, sino que al jugarlo en más de cinco ocasiones el juego se desvanecía por sí solo y —wait for it— había que volver a aflojar un dólar para descargarlo. Bravo. Tan draconiana política de clientes unida al hecho de que las grandes desarrolladoras no querían ni oír hablar de este artefacto del Diablo (los juegos disponibles eran, por tanto, caca desconocida, barata y a buen seguro terrible) llevaron a CVC a la bancarrota de forma imparable y demoledora, aunque de su cadáver inerte y frío brotó de la nada una tímida florecilla empresarial que llevaba por nombre, poca broma, caballeros, America OnLine. Pero no se levanten todavía, porque la historia no termina aquí: en realidad el nacimiento del CVC GameLine no fue pensando en los videojuegos y su distribución online, sino en algo llamado —y ahora viene cuando a uno se le va la puta cabeza— Home Music Store, un servicio de descarga de canciones a través de la línea telefónica a un dispositivo de almacenamiento en el hogar del usuario. Mientras el fundador de Napster experimentaba sus primeros espasmos flotando en el líquido amniótico de su augusta madre, estos tíos ya se habían saltado dos estándares como las cintas de cassette y el disco compacto, y tenían en mente una idea que pondría patas arriba a la industria discográfica dos décadas más tarde. Casi nada. Como era de esperar, la Warner y el resto de peces gordos de la música se marcaron un “contigo no, bicho” y les señalaron la puerta de salida en cuanto abrieron la boca. Curiosamente, GameLine no fue el único proyecto en la hoja de ruta de CVC aunque sí el único que llegó a materializarse. Los siguientes servicios eran NewsLine, que permitía leer las últimas noticias e información climatológica en la Atari 2600; OpinionLine, unas tablas de texto donde se podía debatir con otros usuarios sobre temas diversos; o MailLine, que presentaba una idea tan loca y absurda como enviarnos mensajes de texto entre usuarios, algo así como un servicio de correos… electrónico. Efectivamente: solo faltaban AnaitGames, cuatro lolcats, Nolgan y unos pocos cientos de millones de terabytes de pornografía, y estaríamos hablando del Internet actual en toda su gloria.