Avance de Animal Crossing: New Leaf

Atendiendo al embargo de Nintendo, este texto debería haberse publicado a las 9 de la mañana de ayer. En lugar de escribir, me dediqué a jugar a Bit.Trip Runner 2; con el procesador de textos abierto en el ordenador, mirándome desde el escritorio. Saco esto a colación porque la cosa podría haber sido perfectamente a la inversa: si mi intención hubiera sido escribir sobre Runner 2 y el juego que tuviera captada mi atención fuera Animal Crossing, posiblemente habría pasado el fin de semana tirado en la cama pisando flores y pescando truchas, y aquí estaría ahora, justificando mi procrastinación injustificable.

En un artículo titulado Let’s admit it: addiction is not an asset, la web ludocatólica (?) GameChurch hablaban el mes pasado de los riesgos de ensalzar las cualidades adictivas de los videojuegos, y tomarlas como punto positivo a la hora de valorarlos. «¿Como críticos, no deberíamos ser un poco más críticos (sic) con las cualidades “adictivas” de los juegos?», se preguntaba Drew Dixon, el autor del texto. «Aun reconociendo el valor de los juegos que mantienen nuestro interés, ¿no deberíamos también tener cuidado con los sistemas diseñados para hacernos picar en su anzuelo un poco más de la cuenta?»

Justo después de cerrar las comillas me he puesto a jugar a Runner 2, otra vez. Una partida rápida se ha convertido en pasarme el tercer mundo, niveles secretos incluidos, repitiendo algunas para intentar superar los récords de un amigo. Ahora me siento mal y bien.

Que este fin de semana me haya dedicado a Runner 2 ha sido casualidad, pero viene muy a cuento: la semana pasada pude jugar a Animal Crossing: New Leaf, la próxima entrega del estrambótico simulador de vida para Nintendo 3DS, y pensé más de una vez en la cantidad de horas que he dedicado a los anteriores, en especial al de GameCube, y lo mucho que me han ayudado a optimizar la efectividad de mi procrastinación. Cualquier excusa me servía para dejar lo que estaba haciendo, seguramente más importante que recoger manzanas de árbol virtual, y encender la consola un rato. Es difícil jugar a Animal Crossing media hora y tener algo interesante que decir al respecto; hay riesgo de quedarse corto para los que no hayan jugado, por dar demasiadas cosas por supuesto, o pasarse de la raya y acabar redundando en temas que aburren a los seguidores y abruman a los no iniciados. El mismo día en que probé el juego me costó horrores intentar explicar a otros periodistas qué es Animal Crossing, y por qué espero con muchas ganas New Leaf.

Donde Los Sims intenta reproducir con relativa fidelidad la vida real para crear una simulación abierta a modificaciones más o menos fantasiosas, Animal Crossing es un juego abiertamente escapista: nos pone en el pellejo del único ser humano de un pueblo habitado por animales kawaii, y sustituye las tareas más pueriles y rutinarias del día a día (comer, asearse, ir a trabajar) por actividades más o menos idílicas: pescar, cazar bichos o simplemente charlar con nuestros coleguillas animales; es un life sim curioso, que no sólo no intenta simular la vida sino que parece querer simular todo lo contrario a una vida normal: donde nosotros tenemos responsabilidades, trabajos, gente que nos toca las pelotas y problemas de todo tipo, nuestro avatar se puede permitir el lujo de dar paseítos por la playa mientras recoge conchas y caza mariposas. Nosotros, desde el otro lado de la pantalla, compartimos esta vida imposible con nuestro alter ego del planeta de los animalitos.

En lugar de estar dividido en niveles o misiones, Animal Crossing nos va metiendo en ciertas rutinas que hacen que el juego se convierta en una experiencia de mantenimiento; las partidas no son nunca demasiado densas, pero sí se crea una cierta relación de dependencia con nuestro pueblo y sus habitantes: es un juego sin final, y por eso su prioridad es más dejarte claro que siempre tendrás algo más que hacer que imponerte un objetivo. Quiere ser adictivo: la prueba más clara está en el hecho de que se desarrolle en tiempo real. Si jugamos de noche, en el pueblo es de noche; si jugamos el día de nuestro cumpleaños, nuestro vecinos lo saben perfectamente. Si jugamos en Halloween, dentro del juego es Halloween.

Con todo, ¿qué es Animal Crossing? ¿Cómo lo describen sus jugadores? Para resolver estas dudas, he preguntado a Elena, mi hermana, a Libertad, una amiga, y a Rafael de las Cuevas, amigo y lector; los tres jugadores de Animal Crossing. «Es un juego en el que llegas a un pueblecito y tienes que ir haciendo tareas para conseguir dinero, muebles, objetos, etc.», me dice mi hermana. «Puedes avanzar en el juego pagando la hipoteca para conseguir una casa mejor, conseguir muebles bonitos, ropa, o ampliar tu colección de peces, insectos y muchas más cosas. Además interactúas con los vecinos, que van cambiando, y tienes visitas de otros personajes periódicamente». «Tu misión es mantener y mejorar el pueblo poco a poco para que todos los habitantes estén contentos. Una de las cosas más guays que tiene es que el reloj y el calendario del juego están sincronizados con el tiempo real y así se celebran todas las fiestas del año y muchas cosas más», me dice mi amiga Libertad. «Es como un día de verano cuando eras pequeño», me dice Rafael de las Cuevas.

Quizá sea esta definición, la más abstracta, la que más me acaba convenciendo. «Cuando eras niño, en vacaciones tenías todo el tiempo del mundo por delante, sin agobios ni presiones por conseguir nada o terminar nada», explica. «Sabías que al día siguiente ibas a estar divirtiéndote sin pensar en el tiempo. A lo mejor te pasabas la mañana mirando hormigas; o leyendo un libro; o ayudando a tu madre a pelar manzanas; o jugando al fútbol con los chavales de tu calle. Animal Crossing es eso: hacer cosas sencillas pero divertidas que no tienen consecuencias negativas».

La acumulación de «cosas sencillas pero divertidas» que podemos hacer, ligada a la inevitable marca del tiempo sobre los habitantes y paisajes del juego (algunos animales se van o vienen, en función de su relación con los demás; la lluvia y la nieve afectan al ambiente del pueblo), es lo que acaban haciendo que Animal Crossing sea un juego terriblemente divertido; que sea, ya digo, una experiencia de mantenimiento, un sitio que visitas una o dos veces al día para escapar radicalmente de cualquier tipo de preocupación real. «A mí lo que más me engancha es lo de coleccionar: desde muebles a peces, canciones, fósiles… También es genial que haya distintos eventos según la hora del día y la estación del año», me dice mi hermana.

«Engancha porque vas transformando todo lo que hay a tu alrededor (tu casa por dentro, los árboles, la relación que tienes con los demás habitantes del pueblo), pero sobre todo porque los personajes y situaciones transmiten mucho humor», según Rafa. «Acabas encendiendo la consola todos los días para ver qué evento o personaje nuevo aparece en tu pueblo. Y porque hay un elemento muy gracioso de aleatoriedad en todo eso»; esta aleatoriedad es la que hace que un día sin visitar nuestro pueblo sea un día en el que sentimos que nos hemos perdido algo: «el hecho de que el tiempo transcurra como en la realidad me crea una curiosidad/remordimiento y no puedo pasar un día sin jugar aunque sea un ratito», me confirma Libertad. Un día sin jugar es un día en el que tal habitante puede enfadarse contigo, o en el que puedes perderte un evento único concreto.

Como con Los Sims, de hecho, la teoría nos dice que es un juego unisex, pero en el fondo es inevitable pensar que es un juego para chicas. Y como Los Sims, Animal Crossing es un juego para chicas, al menos en parte; su estética, su ritmo y sus mecánicas no son femeninas de manera impepinable, pero si tiene hocico y ladra es un perro, que suele decirse: que la mayoría de sus jugadores sean chicas no es casualidad. «No creo que esté especialmente pensado para chicas, pero por el diseño y los objetivos apela a cierta sensibilidad… Es complejo explicarlo en pocas líneas», me comenta Rafa. «En él no caben los valores de fuerza bruta o ambición que antropológicamente se asocian al hombre. En cambio sí apela al instinto del cuidado por los otros seres vivos (las plantas, los animales) que tradicionalmente también se han resaltado como valores más desarrollados en la mujer. Creo que, en todo caso, como decía antes, apela al niño interior, a su instinto de curiosidad (común en ambos)».

Aunque estoy de acuerdo con él (volvemos al tema del escapismo que comentaba antes; una regresión a la infancia de la que, de hecho, se aprovechan muchos juegos de Nintendo), creo que son Libertad y mi hermana las que dan en el clavo cuando les pregunto si creen que Animal Crossing es un juego para chicas. «Los chicos tienden a ser más «hardcore» a la hora de jugar, y puede que un juego sin niveles, retos o logros les atraiga menos. Además todos los escenarios y los personajes son monísimos, eso a las chicas nos encanta», me explica mi hermana. «Es un juego muy “tranquilo”, en el que no hay que pelearse con malos finales ni repetir las mismas pantallas miles de veces para conseguir pasártelas. Así que no creo que sea un juego pensado sólo para chicas, sino más bien pensado para un público muy específico con un gusto muy concreto (que mayoritariamente está formado por chicas)», según Libertad. Las dos coinciden al decirme que Animal Crossing está «especialmente pensado para gente que no suele jugar a otro tipo de videojuegos, independientemente del género».

Esta es la clave de Animal Crossing. Con él no sólo escapamos de la vida real, tan pesada y tremebunda, sino que también escapamos de los videojuegos reales. Donde otros tienen doscientos niveles y cuarenta jefes finales, este tiene una charca con peces que podemos coleccionar; donde otros tienen tablas de puntuaciones en las que batirnos en salvaje duelo con nuestros colegas, este tiene un club en la zona comercial del pueblo en el que podemos ver tocar la guitarra a un perro, el fenomenal Totakeke; donde otros tienen ligas, munición, neumáticos, piques, headshots, nitros, este tiene animalitos que te mandan cartas en las que te dicen lo bien que te queda la camiseta que diseñaste ayer. Sus cualidades adictivas quizá no son necesariamente negativas, sino que nos ayudan a reiniciar y hacer espacio para otros videojuegos. Si Animal Crossing fuera una droga, quizá no sería más que una Dormidina.