Binary Domain nos recuerda que Rajoy podría ser un robot

Salvo giro argumental loco, los japos son aquí malos, los que se han colado por debajo de las barreras éticas y han incumplido todos los tratados para mantener un cierto control en esto de la fabricación de robots humanoides. Hasta ahí ha llegado esa occidentalización que tan pocas alegrías nos ha dado por ahora. Tres horas son pocas para saber si Binary Domain es el juego que Toshihiro Nagoshi quería hacer o el que SEGA piensa que puede vender; es el que tendremos en las tiendas a finales de febrero, eso seguro, así que vamos a ver qué tal.

Aturdidos por una colleja de lo genérico nos dejó el primer vídeo del juego y más o menos de ese modo crucé un primer acto que no sabe muy bien qué presentar. En cierto modo es normal: el Yakuza Studio juega con muchas cartas y, aunque todas tienen una importancia similar, algunas parejas son casi antagonistas.

Es evidente que quiere ser, en parte, un third person shooter convencional, con sus coberturas y cualquier cosa parecida a lo que algunos llaman fórmula de éxito. Nada sorprendente, tampoco para mal, hay en el control, en el diseño de las armas —asignadas a las cuatro direcciones del D-Pad—, en los golpes de culata o en las mecánicas directamente implicadas en los tiroteos; la salsa de la acción la ponen los enemigos, androides dispuestos a ser despedazados. Una pierna reventada significa, claro, un robot que se arrastra. Más divertido, uno sin cabeza da media vuelta y se pone a disparar contra los suyos. Llenando el suelo de chatarra conseguimos pasta para comprar y mejorar en máquinas expendedoras y, jugando con cierto estilo conseguimos, además, la admiración de nuestros dos acompañantes. Más sobre eso luego, cuando lleguemos a los elementos con personalidad.

Comenzamos, decía, entrando en Tokyo por la puerta de atrás. De ahí se sospecha que salen los Hijos del Éter, robots que nadie —ni ellos mismos— distingue de una persona de verdad. Y eso está feo, así que Dan Marshall y compañía son enviados a hacer preguntas rifle en mano. Solo si se sirce con cierta profundidad acabará teniendo el guión el protagonismo que parece merecer. Poco de eso, por ahora; aunque sí he visto un par de cinemáticas más o menos llamativas, la broma sobre una actriz porno china está todavía por encima de reflexiones sobre lo que nos hace humanos. Seguir mostrando la ciudad, Separada en dos mitades muy poco simétricas tras una inundación, puede ayudar en ese sentido. La llegada al barrio de Shibuya, ahora un gueto de los peores, funciona como contraste con tanto rascacielo blanco en un título que sabe incluso demasiado del tema. El neón, las armas enfundadas y la media docena de tipos con los que conversar brevemente nos hacen pensar en Yakuza, pero el espejismo no es más que una sola calle falta de posibilidades.

Queda poco claro lo que busca Nagoshi con el ritmo, aunque es evidente la importancia de los jefes finales. Su alta frecuencia de aparición es una buena noticia, pues están entre lo más destacable del juego a nivel de diseño —también artístico—. Cada uno con sus peculiaridades, insinúan correctamente una estrategia y dan especial sentido a las órdenes para el grupo; sirven para eso Kinect o micrófonos varios y por suerte todo el mundo habla y entiende el castellano. El doblaje, eso sí, no ganará nada que no sea un Slowpoke de oro.

Acertando al solicitar fuego de contención o al optar por un ataque directo aparece también una flechita azul hacia arriba junto al icono de cada colega. Ahí está el sistema de confianza: gánate a los tuyos petando a tres robots con una sola granada o respondiendo como esperan a las preguntas que te sueltan durante los paseos entre tiroteos y te harán más caso. Asiente cuando una chica de 16 años te pregunte si quieres ser su novio y la flecha de los que te rodean será roja y hacia abajo. Lo mismo si les disparas por accidente. Buena suerte cuando les pidas que te cubran, entonces.

Si aparecen roces, personalidades opuestas y, qué sé yo, romances en el equipo —todavía no completado: en la gamescom vi un androide que todavía no conozco y puede aportar algo de eso—, esta peculiaridad estará sin duda en la columna de los aciertos, junto con la variedad de situaciones, las motos de agua y los monos robot de las cloacas. En el otro lado, un apartado técnico irregular, con bajadas de framerate en ambas versiones, y demasiadas cosas que hemos visto ya en demasiados sitios. En una tercer bloque, lleno todavía de interrogantes, queda el multijugador.

Binary Domain puede contentarse con lo de conseguir una prórroga. Dejarme con casi todas las dudas que ya tenía sin que haya perdido el interés puede considerarse un relativo éxito. No esperéis un Vanquish —más quisiera—, pero tampoco lo descartéis, porque no se conforma con ser un Gears of War descafeinado.