Santuario de Myam

¡Aviso! Este artículo contiene spoilers sobre The Legend of Zelda: Breath of the Wild.

En estas últimas dos semanas he visto a mucha gente comentando el Santuario de Myam, una de las primeras pruebas con las que se cruza uno en The Legend of Zelda: Breath of the Wild. En tres grupos de WhatsApp he visto cómo distintas personas subían vídeos y fotos de la pantalla, mostrando cómo resolvían el santuario; en Twitter me he cruzado con colegas y desconocidos que hacían lo mismo, esta vez con la ventana abierta para que les vea todo el mundo. La otra noche, un amigo me contaba con ojos de cervatillo de Disney cómo había superado el Santuario de Myam; con una sonrisa enorme en la cara, otro amigo le respondió que él también lo había resuelto de esa manera, y fue como si estuviéramos compartiendo un secreto del que solo teníamos constancia nosotros tres en todo el mundo.

Primero, las presentaciones. El Santuario de Myam está cerca de la Aldea de Hatelia (es su punto de teletransporte más cercano, de hecho) y está diseñado para ser el primero o uno de los primeros con los que se encuentra uno que utilicen el control por movimiento. En él hay un laberinto flotante en el que cae una bola, que Link debe dirigir hacia una rampa moviendo la estructura con cuidado para que la bola llegue a su destino sin caerse al vacío, en cuyo caso la prueba se reinicia; para ello hay que inclinar y girar la consola o el mando, un proceso que puede llegar a resultar frustrante o molesto. Me atrevería a decir que en ningún momento del juego hay otra prueba tan puñetera como esta relacionada con el giroscopio; como fuere, es una prueba anormalmente exigente para aparecer justo en ese momento, al lado de la primera aldea que Link visita, sin aviso ni posibilidad de calentar antes. Yo mismo me tiré un buen rato para terminarlo: ahora mismo no sé si realmente es tan difícil, pero es la típica prueba que me produce un bloqueo fatal si después del tercer intento no he conseguido lo que me proponía. La guía de Vandal asegura que el Santuario de Myam es «de los primeros que requieren tener mucha tranquilidad y buen manejo con el mando para completarlos»; en la guía oficial se contempla la posibilidad de que el jugador tenga problemas con esta prueba.

Pero existe una forma muy sencilla de terminar este santuario. Al rato de superar la prueba, hablé con varios compañeros que también estaban jugando a Breath of the Wild; como era de esperar, el Santuario de Myam salió en la conversación. Alguien aseguraba haber encontrado una manera increíble de resolver el puzzle: en vez de manipular el laberinto con precisión quirúrgica para guiar la bola hasta su objetivo, dándole una vuelta completa al mando la plataforma deja a la vista un lado liso en el que la bola que cae no encuentra ningún obstáculo, y que permite llevarla hasta la rampa que desemboca en el agujero con mucha facilidad. Realmente parecía que aquella persona había encontrado una solución única para el puzzle; que había roto el juego de una forma no prevista por Nintendo. Las posibilidades eran enormes: ¿de qué otras formas estaría roto ese juego tan grande, tan incontrolable, tan extraño dentro de una tradición de aventuras en las que cada pieza tiene un sitio y solo un sitio, y la máquina no arranca si no se hace todo de la manera correcta? ¿De cuántas maneras se puede forzar un descalabro de este tipo?

Pero lo cierto es que el Santuario de Myam está diseñado precisamente para que le des la vuelta al mando y rompas el puzzle. En la guía oficial del juego se explica la solución más explícita, pero también se da la otra, la alternativa; la de dar la vuelta al mando. Este puzzle está pensado para tener varias soluciones: una complicada, que a casi cualquiera que llegue ahí en las primeras horas de partida le cueste un poco más de la cuenta, y otra muy sencilla a la que se llega aplicando ese pensamiento lateral por el que se suele recordar a Gunpei Yokoi, diseñador de la Game Boy; también todas las intermedias que puedan surgir, haciendo que la bola caiga en el pasillo más cercano a la salida o utilizando la plataforma para que la bola salga volando y caiga en el hoyo. Es un momento temprano que te pone en situación: tienes unas herramientas con unos usos típicos, pero el juego quiere que sepas que existen maneras alternativas de usarlos, y que esas formas de afrontar el juego pueden tener ventajas o recompensas. Cuando sales del Santuario de Myam, quizá recuerdes otros sitios en los que se podría aplicar una solución alternativa similar a la del laberinto y la pelotita. ¿Y si puedo aplicar una estrategia parecida a otras situaciones? ¿Y si, por defecto, existe una manera evidente de hacer las cosas y otra ingeniosa, más sencilla y por eso mismo más efectiva? ¿Y si algunos secretos del juego solo se pueden encontrar utilizando el pensamiento lateral? En mi partida, lo primero que hice en el siguiente santuario que me exigió utilizar el control por movimiento fue darle la vuelta a las cosas, buscar la parte del puzzle que tiene la cara lisa, la solución sencilla, el truco; recuerdo pensar “bien jugado” cuando, al intentar girar otra plataforma para saltarme un puzzle engañando a los diseñadores, me encontré una superficie infranqueable llena de pinchos.

Es conveniente que los santuarios estén bajo el suelo, y que sea en el subsuelo donde se aprenden técnicas de este tipo, que animan a ver la superficie, cuando salimos después de haber superado la prueba, con otros ojos. El Santuario de Myam es un ejemplo especialmente poderoso de esta peculiaridad del diseño de Zelda, y uno de los motivos por los que el juego me ha parecido brillante; es, además, una conexión clara con las anteriores entregas de la serie, donde los objetos clave que se encontraban en las mazmorras permitían encontrar nuevos secretos en el mundo ya explorado, pero con un giro que le devuelve la frescura a una fórmula que, por pura veteranía, lleva un tiempo recordando más a la estructura rígida y perfecta de un reloj que a la epifanía de descubrir que una bomba puede abrir un agujero en el muro y encontrar una capa nueva del mapa, como ocurría en el primer Zelda. (Me parece significativo que el hecho de recordar el pasado sea tan importante.) De nuevo, pensamiento lateral aplicado al diseño: una solución alternativa para replicar las sensaciones de los anteriores juegos haciendo algo que en apariencia es muy distinto.

Veo una complicidad muy inteligente entre el juego y el jugador en este Santuario de Myam, en fin. Como decía al principio, cuando hablaba con mis amigos y comentábamos el truco de darle la vuelta al tablero lo hacíamos como si fuera un secreto del que nadie puede enterarse, como esa máquina expendedora que no funciona bien y que echa una bolsa de patatas gratis si pulsas una combinación de teclas concreta; si sale a la luz, quizá vaya alguien a arreglarla. Es un momento que hace algo parecido a lo del primer nivel de Super Mario Bros., donde un encuentro inocente con un Goomba te enseña de golpe y porrazo casi todo lo que necesitas saber para terminar el juego. Me gusta mucho dejarme seducir por estos pequeños engaños, y The Legend of Zelda: Breath of the Wild está lleno de ellos; es un juego del que se puede aprender mucho porque le gusta mucho enseñar.

Pero lo cierto es que el Santuario de Myam está diseñado precisamente para que le des la vuelta al mando y rompas el puzzle. En la guía oficial del juego se explica la solución más explícita, pero también se da la otra, la alternativa; la de dar la vuelta al mando. Este puzzle está pensado para tener varias soluciones: una complicada, que a casi cualquiera que llegue ahí en las primeras horas de partida le cueste un poco más de la cuenta, y otra muy sencilla a la que se llega aplicando ese pensamiento lateral por el que se suele recordar a Gunpei Yokoi, diseñador de la Game Boy; también todas las intermedias que puedan surgir, haciendo que la bola caiga en el pasillo más cercano a la salida o utilizando la plataforma para que la bola salga volando y caiga en el hoyo. Es un momento temprano que te pone en situación: tienes unas herramientas con unos usos típicos, pero el juego quiere que sepas que existen maneras alternativas de usarlos, y que esas formas de afrontar el juego pueden tener ventajas o recompensas. Cuando sales del Santuario de Myam, quizá recuerdes otros sitios en los que se podría aplicar una solución alternativa similar a la del laberinto y la pelotita. ¿Y si puedo aplicar una estrategia parecida a otras situaciones? ¿Y si, por defecto, existe una manera evidente de hacer las cosas y otra ingeniosa, más sencilla y por eso mismo más efectiva? ¿Y si algunos secretos del juego solo se pueden encontrar utilizando el pensamiento lateral? En mi partida, lo primero que hice en el siguiente santuario que me exigió utilizar el control por movimiento fue darle la vuelta a las cosas, buscar la parte del puzzle que tiene la cara lisa, la solución sencilla, el truco; recuerdo pensar “bien jugado” cuando, al intentar girar otra plataforma para saltarme un puzzle engañando a los diseñadores, me encontré una superficie infranqueable llena de pinchos.

Es conveniente que los santuarios estén bajo el suelo, y que sea en el subsuelo donde se aprenden técnicas de este tipo, que animan a ver la superficie, cuando salimos después de haber superado la prueba, con otros ojos. El Santuario de Myam es un ejemplo especialmente poderoso de esta peculiaridad del diseño de Zelda, y uno de los motivos por los que el juego me ha parecido brillante; es, además, una conexión clara con las anteriores entregas de la serie, donde los objetos clave que se encontraban en las mazmorras permitían encontrar nuevos secretos en el mundo ya explorado, pero con un giro que le devuelve la frescura a una fórmula que, por pura veteranía, lleva un tiempo recordando más a la estructura rígida y perfecta de un reloj que a la epifanía de descubrir que una bomba puede abrir un agujero en el muro y encontrar una capa nueva del mapa, como ocurría en el primer Zelda. (Me parece significativo que el hecho de recordar el pasado sea tan importante.) De nuevo, pensamiento lateral aplicado al diseño: una solución alternativa para replicar las sensaciones de los anteriores juegos haciendo algo que en apariencia es muy distinto.

Veo una complicidad muy inteligente entre el juego y el jugador en este Santuario de Myam, en fin. Como decía al principio, cuando hablaba con mis amigos y comentábamos el truco de darle la vuelta al tablero lo hacíamos como si fuera un secreto del que nadie puede enterarse, como esa máquina expendedora que no funciona bien y que echa una bolsa de patatas gratis si pulsas una combinación de teclas concreta; si sale a la luz, quizá vaya alguien a arreglarla. Es un momento que hace algo parecido a lo del primer nivel de Super Mario Bros., donde un encuentro inocente con un Goomba te enseña de golpe y porrazo casi todo lo que necesitas saber para terminar el juego. Me gusta mucho dejarme seducir por estos pequeños engaños, y The Legend of Zelda: Breath of the Wild está lleno de ellos; es un juego del que se puede aprender mucho porque le gusta mucho enseñar.