Tribuna

No eres tú, Astro: es la palabra que empieza por C

El colosal éxito crítico de la obra de Team Asobi es inseparable de sus servidumbres a Sony, a la tradición PlayStation y a otras fuerzas capaces de matizar nuestra euforia.

¡Ojo! 🚧 Aquí se habla abiertamente de los cameos de Astro Bot. Si prefieres descubrirlos por tu cuenta, ¡vuelve más adelante!

La nostalgia ya movía originalmente los planes inaugurales de Mike Becker, pero de una forma que hoy nos sorprendería tratándose de Funko. En 1998 el fundador de esta empresa diseñó las primeras figuras de vinilo a semejanza de Big Boy, imagen de una cadena de restaurantes de comida rápida fundada en los años 30. Le movía un obvio cariño infantil, que pudo compartimentar con la elaboración de la que fue la primera línea Funko auténticamente exitosa: Austin Powers Wacky Wobbler. En sus primeros años los modelos de Funko alternaban pues mascotas corporativas con películas muy concretas, con un ánimo entre caprichoso y arbitrario que no dejaba de evidenciar la desorientación de Becker al frente de la compañía. Todo cambió con la venta de esta a Brian Mariotti: en 2010, coincidiendo con la Comic-Con de San Diego, la nueva directiva acuñó la colección Pop!, integrada por Funkos cuyo aspecto bebía de los superhéroes de cómic. Este fue el inicio de todo, con la consolidación de un diseño sencillo pero muy acotado. Fuera cual fuera el referente, los Funko Pop! debían tener los ojos saltones y azabaches, y una anatomía que bebiera sin disimulo del chibi. Los Funko Pop! debían ser cabezones y paticortos.

El chibi es un prolífico estilo de caricatura japonesa, que consiste básicamente en agrandar la cabeza para lograr un aspecto aniñado y entrañable de forma automática. Es una de las líneas centrales de la estética kawaii, y como tal ya había permeado la cultura pop mucho antes del nacimiento de Funko. Las mascotas corporativas de ayer y hoy —sean personajes de videojuegos o afables efigies con las que coronar fachadas, como la citada franquicia Big Boy— extraen sus rasgos principales de esta estética, en un nexo tan estrecho con la comunicación publicitaria que parece imprudente responsabilizar por entero a Funko Pop! de su arraigo sociocultural. Aun así, en 2022 Disney Channel produjo una serie titulada Chibiverso como crossover de varios de sus programas animados —Phineas y Ferb, Patoaventuras, Casa Búho— cuyos personajes habían experimentado el «tratamiento chibi», y era difícil convencer a alguien de que su creación no había tenido nada que ver con la fama de Funko Pop! Demasiadas estanterías a lo largo del mundo estaban repletas por entonces de figuras similares a ese Doofenshmirtz cabezón, y dichas estanterías parecían haberse transformado ahora, orgánicamente, en catálogos de streaming.

La estética Funko se ha impuesto como concepto. Aúna a la vez el kawaii, el chibi y los nuevos imaginarios coleccionistas, así que debemos prestarle atención y reparar, antes de nada, en lo rígida que es. El arraigo de Funko Pop! tiene que ver con licencias y acuerdos entre todos los gigantes del entretenimiento que nos vengan a la cabeza, pero es posible que algunos de los personajes «adquiridos» no se ajusten igual de bien al molde. Hace poco, en BlueSky, el periodista Noel Ceballos recogía un ejemplo ilustrativo: Bob, un personaje secundario de la recientemente estrenada Bitelchús Bitelchús cuya principal seña de identidad es su cabeza diminuta. Practicarle el tratamiento chibi había sido imposible, de forma que lo único que emparenta a este Funko con un Funko son los ojos monocromáticos y la caja que lo envuelve. La tragedia de este Funko en particular tiende un puente nítido con Astro Bot, pues entre los múltiples bots que remiten a personajes célebres de la dinastía PlayStation encontramos, por ejemplo, a uno identificado con Spyro. ¿Cómo puedes hacer pasar a un pequeño dragón violeta por la estética Funko, que viene a ser la misma que suscribe el videojuego de Team Asobi de cabo a rabo? La respuesta es que no puedes.

Astro Bot también va de coleccionar Funkos. Funkos identificados con Jak, con Ratchet, con Solid Snake, con lo que le eches. Mientras que en Astro’s Playroom estos Funkobots eran poco más que figurantes, apareciendo de vez en cuando en los márgenes de tu aventura, el objetivo de Astro Bot es encontrarlos a todos e ir «guardándolos» en un hub central que deviene sublimación de cierta canción de Nacho Vigalondo y Aníbal Gómez, propiamente titulada Mi estantería de Funkos. En dicho hub puedes adquirir complementos para que los Funkobots se parezcan aún más a sus ilustres referentes, gracias a un brazo mecánico que funciona con las monedas que vayas encontrando a lo largo de tu aventura. Monedas con el logo de PlayStation, ya presentes en aventuras previas de Astro. No hay, en efecto, elementos radicalmente novedosos en la obra maestra de Team Asobi. Lo único novedoso de veras fue cuando, durante un instante de su desarrollo, Nicolas Doucet se planteó descartar las referencias a la producción de Sony, con la intención de que Astro se valiera por sí mismo. Rápidamente pensó que mejor no. Los fans se sentirían decepcionados.

El salvoconducto de los «fans» es muy socorrido dentro del actual audiovisual mainstream. Hablando de fans —o, mejor aún, de «gamers», como esos gamers a los que siempre van destinados las disculpas epistolares de un estudio cualquiera—, la industria cultural puede anclarse cómodamente en una determinada forma de hacer las cosas. Una forma que no es tanto que sea rentable —en 2023 la mayor parte de las nuevas entregas de grandes franquicias cinematográficas de Hollywood fracasaron—, como que es la única que existe. La que concilia el beneficio más supuestamente fácil con la aversión al riesgo y la preponderancia de la marca por sobre todas las cosas. Ninguno de estos tres vectores es infalible pero suelen venir en pack, amparados por una lógica performativa de la que no hay quien saque a los avaros ejecutivos. Este diciembre se estrenará una serie de animación en Amazon titulada Secret Level, donde cada capítulo independiente adapta un videojuego distinto —incluyendo God of War, invitado estrella de Astro Bot. Una duda razonable sería entonces cuál es su público objetivo, porque difícilmente existirá quien haya jugado a todos los juegos referenciados. Y será una duda que caiga en saco roto, porque el público objetivo son —lo habéis adivinado— los gamers.

Tantísimos cameos procedentes de juegos antiguos de Sony conviven en Astro Bot que habrá quien no reconozca a muchos, y pueda sentirse excluido. No le han invitado a la fiesta, ¿no es lo bastante gamer? La estrategia para aliviar este malestar, aparte de las mecánicas en sí, contempla que al final todos estos Funkobots solo supongan una parte del arsenal de reconocimientos afectivos. Astro’s Playroom tenía una preciosa narrativa de su parte en 2020, cuando llegó a nuestras vidas como una demo magnífica en extremos ridículos. Al darnos la bienvenida a PlayStation 5, mientras nos mostraba las bondades del DualSense, se las apañaba para articular un homenaje precioso al legado de PlayStation. Más allá de esos primeros Funkobots, Astro’s Playroom celebraba las sucesivas generaciones mediante la vertiente más puramente tecnológica de las consolas: sus interfaces, sus periféricos devenidos trofeos, la demo noventera con el Tiranosaurio aquel.

Ocurre que, normalmente, las cartas de amor a algo —al cine, al videojuego— no se escriben cuando el destinatario pasa por su mejor momento.

Esto se ha mantenido y exacerbado en Astro Bot: te desplazas en una nave llamada DualSpeeder —idéntica al mando que tienes entre manos—, y el objetivo más allá de poblar Tu Estantería de Funkos es reconstruir la nave nodriza, una flamante y gigantesca PlayStation 5. Es quizá lo que mejor diferencia al fenómeno Astro Bot de la funkización de la cultura —a la que por otra parte remite desde el propio nombre, pues el Astro Boy de Tezuka fue una de las primeras creaciones chibi— o de los asépticos universos transmedia que pudieran representar Ready Player One, Fortnite o los videojuegos de LEGO. Hay un notable énfasis en el hardware y, por tanto, un fetichismo que va más allá de personajes y títulos. Sony entiende que la nostalgia también puede emanar del soporte, y al lidiar con un medio tan ligado a la obsolescencia programada como el videojuego ha dado con esta ingeniosa ocurrencia, alejada de los remasters o —como lo apodaba Mateo Trapiello en este artículo— los Pulidos. Y aun así, por ridículamente satisfactoria que sea la sensación —el gustirrinín provocado por el detalle y la solidez de estos cacharros solo es comparable a la gestión de las armas de The Last of Us: Parte II—, no habría que olvidar las motivaciones subrepticias de todo este menú. Ocurre que, normalmente, las cartas de amor a algo —al cine, al videojuego— no se escriben cuando el destinatario pasa por su mejor momento.

Que Astro Bot apunte a ser el mejor exclusivo de cuantos ha publicado Sony en la presente generación es de una ironía devastadora. Porque, en fin, Astro Bot no deja de ser un repliegue sobre imaginarios pretéritos, sin otra identidad que la que establece quienes mandan y que resultan ser los mismos que desmantelaron parte del equipo original —las circunstancias que llevaron a la clausura de Japan Studio y el cobijo de Team Asobi bajo PlayStation Studios—, habiendo dado con un filón que se parece lo bastante a ellos como para no inquietarse por nada. Porque, en efecto, Astro Bot es el rostro de Sony. Y Astro Bot tiene un diseño chibi, y Astro Bot se parece a un Funko. Es innegable, como también lo es un rasgo determinante que separa a Astro de esos Funkos. 

Con los Funkos no puedes jugar.

Los Funkos solo existen para el coleccionismo, para la estantería. Pero Astro, en fin, protagoniza un videojuego extraordinario, que a cada segundo busca exprimir las posibilidades del medio desde una curiosidad creativa que Sony aún no ha tenido tiempo de gentrificar. El diseño es tan bueno, tan volcado en enriquecer festivamente nuestra experiencia, que acuden a nuestra cabeza conceptos e ideas a priori alejados de esta fase histórica. Corporeidad, profundidad. Sensibilidad, ante todo. Astro Bot, por debajo de esa ingente acumulación de capas publicitarias y escaparates, parece mucho más real que cualquier Funko. Tiene un potencial muy particular y desbordante, que está por ver adónde nos llevará. Si a una nueva fase donde el capitalismo se acicale con los últimos adjetivos que le queden en el diccionario —¿alguien habrá teorizado ya sobre el «capitalismo sensorial»?—, o a una forma alternativa de jugar y, sí, sentir.

Colaborador

Periodista especializado en cine y cultura pop. Autor de ‘La otra Disney’. Ha ejercido de crítico cinematográfico en medios como SensaCine, Canino Magazine o Espinof, y actualmente es redactor de Actualidad en Cinemanía y copiloto del podcast Choquejuergas.

  1. Koldo Gutiérrez

    Buena reflexión.

    Los putos funkos son una de las lacras de la sociedad moderna y ver devaluado FNAC a mero repositorio de eso muñecos dice mucho del actual estado de la cultura.

    Es muy significativo que la Sony actual siga mirando a su pasado en vez de hacerlo al futuro, como la presentación de PS5 Pro dejó alarmantemente claro. Gracias al éxito de Astro Bot, no sería inesperado que Sony dé luz verde a un juego como servicio con esta franquicia, ya que los de tiros no parecen funcionarle.

    Imaginaos un chibiverso para los más pequeños, enfocado a captar al público de Roblox pero sin explotación infantil.

  2. Shalashaska

    Has puesto por escrito algo que me ronda la cabeza desde que salió el juego. No dudo que como juego sea cojonudo, pero esto de los cameos es algo que me tiene hastiado. Y me siento bastante solo en esto, a todo el mundo que conozco le encantó la peli de Deadpool y Lobezno, pero a mi me pareció una mierda precisamente porque solo son cameos. Y ya no quiero más cameos, Víctor se caga en la retrocompatibilidad en el podcast, pero es que los cameos son la retrocompatibilidad dentro de los juegos. Dejemos de quedarnos embobados mirando atrás, por favor. Creemos cultura nueva no derivativa, o por lo menos disimulemoslo mejor.

  3. NahuelViedma

    De un tiempo a esta parte, no sé si es por la vorágine de información a la que nos vemos sometidos o a las imágenes que persisten por el tráfico constante y no por el pozo que deja un recuerdo, pero hemos perdido cierta inocencia vital para crear. Se sabe mucho, se irrumpe poco, o esa es la sensación.
    De ahí que esté en alza el subgénero de «cartas de amor», que ya empiezan a agotar si hacen trampa y no se problematizan.

    Por suerte, Astrobot es también un grandísimo videojuego pero lo otro está ahí, no se pierde de vista.

  4. twinshen

    Nunca dudé de que Alberto, con el buen gusto que tiene, fuese fan de esa maravillosa sitcom disfrazada de late night que nos regaló Orange televisión.

    La cultura necesita más felices 20 y menos nostalgia.