Age of Empires II es religión; Age of Empires III es otro rollo. Si la Definitive Edition de la segunda parte es una manera perfecta de confirmar que sí, le dedicamos decenas, cientos de horas en su momento por un buen motivo (es un gran juego: sigue siéndolo todavía hoy, incluso sin ninguna de las mejoras que aplicaba la edición definitiva), este Age of Empires III: Definitive Edition llega en el momento perfecto para redescubrir y pensar de otra manera en un juego que llegó a la vez demasiado tarde y demasiado pronto, cuando la fiebre de la estrategia en tiempo real empezaba a bajar y antes de que algunas de las novedades más radicales con las que experimentó Ensemble Studios estuvieran más extendidas y fueran comprendidas más rápido.
Ya sabéis de qué va la cosa: estrategia en tiempo real en la que diferentes civilizaciones basadas en la historia de nuestro mundo se enfrentan en batallas a gran escala por el dominio del territorio. La evolución a lo largo del tiempo de esas civilizaciones marca el curso de la partida y determina sus distintas fases a medida que avanzan por sus distintas edades: primero se recolecta, se explora y se asienta; luego se expande y se fortifica; por último se asedia y se defienden posiciones. Por su propia naturaleza, cada civilización está pensada para tener puntos fuertes distintos, aunque en esencia sus «fases» sean las mismas; a mayores, Age of Empires III añade todo un metajuego persistente que va más allá de los enfrentamientos individuales y que permite desarrollar una metrópoli ajena al minuto a minuto de las escaramuzas y que, mediante un sistema de barajas de cartas personalizables, permite afinar al máximo la estrategia enviando bonificaciones y mejoras a la partida.
Es un sistema que añade bastante complejidad a un juego ya de por sí más complejo que la media. Cada baraja está dividida en cada una de las cinco edades que puede alcanzar una civilización, por lo que en cada momento solo las cartas de esa edad concreta están disponibles; hay un total de 25 cartas a repartir entre estos cinco grupos, y aunque algunas se pueden enviar a la partida de manera infinita otras tienen usos limitados. Así, por ejemplo, una de las cartas más básicas permite pedir unidades de madera a la metrópoli: de manera infinita se pueden solicitar tres brazadas de madera, trescientas unidades, para dar apoyo a nuestra incipiente civilización en las primeras fases de la partida. Más adelante, las cartas de las edades avanzadas permiten solicitar unidades muy poderosas o recursos con los que erigir construcciones con las que poner en marcha en tu base la producción de unidades de alto nivel, imprescindibles para hacer frente a unos enemigos que en ese momento seguramente ya estén también muy bien preparados. En el original estas cartas se iban desbloqueando, pero en esta Definitive Edition puedes formarte las barajas que mejor te vayan desde el principio; aunque no es mi caso, entiendo que en el online este cambio ayuda a igualar el terreno de juego desde el principio, en vez de favorecer a la parte más veterana de la comunidad frente a quienes lleguen de nuevas.
Si Age of Empires II es religión es por el equilibrio entre una multitud de engranajes perfectamente localizables y cuantificables y algo así como un aura, un yo qué sé qué intangible que hace que la máquina funcione a la perfección, sin fricciones ni fisuras; todavía hoy se juega a nivel competitivo porque es un juego perfecto, sin más. Age of Empires III es otro rollo porque definitivamente no tiene ese equilibrio, o porque el tipo de equilibrio que busca es mucho más difícil de ver. En ese sentido, esta Definitive Edition da algunos pasos clave para acercarnos el juego y realzar sus puntos fuertes. Los cambios visuales son lo más pedestre pero también lo más explícito, claro: aunque algunos modelos y animaciones se notan un poco más anticuadas, el trabajo de texturas, iluminación y en general el lavado de cara que le ha dado al juego Forgotten Empires (el mismo estudio encargado de las ediciones definitivas de las otras entregas de la serie) es fantástico, y ante todo ayuda a hacer que las refriegas sean más legibles y manejables. Age of Empires III supuso en su momento el salto de la serie a las 3D, y algunos juegos de alturas, por ejemplo, no terminaban de funciona del todo bien en el original; la Definitive Edition corrige todos los problemas que podía haber en ese sentido, aunque la IA no termina de llevarse del todo bien con ciertos tipos de terreno: ningún problema muy serio, pero sí que he visto algún rodeo raro o alguna vuelta aparatosa cuando mis unidades han tenido que hacer determinados caminos un poco escarpados.
El trabajo de interfaz también es notable. El juego permite elegir distintas configuraciones predeterminadas, desde una diseñada específicamente para esta Definitive Edition hasta la común a las remasterizaciones de las entregas anteriores; también está la original, claro, pero a mayores es posible personalizar y redimensionar el HUD para adaptarlo a tus necesidades. (Recomiendo desactivar rápidamente la puntuación: los numeritos le quedan muy feos a este juego.) Más: un nuevo modo, El arte de la guerra, propone un puñado de misiones de desafío que pueden funcionar también como tutoriales encubiertos sobre diferentes aspectos del juego, desde la microgestión económica de tus pueblos hasta las batallas por tierra o mar. Por poner un ejemplo concreto, la primera de estas misiones te pide conseguir suficientes recursos para avanzar a la Edad del Comercio y funciona como escenario de ejemplo de cómo conseguir animales y acumular alimentos, pero además te impone tres objetivos de tiempo con medallas de bronce, plata y oro en función de lo rápido que consigas completar el escenario. Es una forma muy efectiva de hacerte ver que la velocidad es importante: lo de despacito y buena letra es una buena máxima, pero cuando tienes a otras civilizaciones dándose prisa para formar sus ejércitos y pisarte el cuello es mejor ir un poco rápido. Esto es algo que se acaba aprendiendo a la fuerza, claro, y que muchos aprendimos siendo aniquilados miserablemente en el cíber del barrio, pero darle este espacio y un modo de juego propio es una muy buena idea.
Las campañas (se incluyen las de las expansiones, también) son interesantes y el remozado general les va bastante bien, aunque personalmente no las considero las más interesantes que se han visto en un juego de estrategia en tiempo real; para bien y para mal, es más o menos lo que el género nos ha acostumbrado a esperar, con un envoltorio histórico muy completo y exhaustivo (revisado para la Definitive Edition en busca de un tratamiento más respetuoso de los pueblos indígenas, particularmente maltratados en el original; se ha trabajado con los pueblos, a los que el estudio agradece «el tiempo, la paciencia y la fe» en una nota que aparece en cuanto inicias el juego por primera vez, para corregir las «representaciones inexactas o estereotipadas» del juego de 2005) que le da un puntito extra de interés a una colección de misiones bien diseñadas pero que no hacen nada especial o nuevo. Tienen un buen nivel, pero desde luego no hacen que alguien como yo, que disfruta de la estrategia pero que no es un gran apasionado del género, abra los ojos o redescubra esta clase de juegos.
Las dos nuevas civilizaciones son la otra gran novedad, por supuesto. Los incas son especialmente llamativos por la fuerte diferenciación visual de sus edificios y unidades. Es una civilización con grandes posibilidades de progresar rápidamente al principio de la partida y que puede causar problemas en las edades centrales, cuando el resto de jugadores quizá estén menos avanzados; esta velocidad de desarrollo (alpaca mediante, una gran fuente de recursos) les da una ventaja inicial que se compensa con un árbol de tecnologías menos desarrollado en las edades más avanzadas. Los suecos, la nueva civilización, parecen funcionar de contrapeso para los incas: su comienzo es más lento y sus mayores fortalezas están en las edades más avanzadas, con un uso de las armas de fuego (una de las grandes novedades de Age of Empires III) y de los mercenarios de todas las culturas que les permite crear ejércitos muy poderosos a largo plazo, con mamelucos, ronins y highlanders luchando juntos siempre que se les ofrezca la suma de dinero necesaria.
Por puro completismo alegra que esta Definitive Edition de Age of Empires III haya salido bien; que se le haya dedicado esfuerzo y trabajo a traer a la actualidad un juego que, ya digo, quizá no salió en el mejor momento o quizá se atrevió a cambiar demasiadas cosas de una fórmula que ya se había perfeccionado unos cuantos años antes. Los responsables de esta remasterización destacaban como uno de los puntos fuertes de esta tercera entrega que no era un Age of Empires II mejorado (¿acaso es eso posible?), sino un juego totalmente nuevo, y tanto el remozado técnico como las novedades jugables, desde las nuevas civilizaciones hasta los nuevos modos o el multijugador modernizado (es todo lo que tiene que ser; ninguna queja en este sentido, aunque evidentemente hasta que el juego no se lance de manera oficial es difícil sacar muchas conclusiones), tienen un nivel suficientemente alto como para que cualquier fan de la estrategia en tiempo real pueda acercarse a este Age of Empires III: Definitive Edition sin miedo, sabiendo que no se va a encontrar un relanzamiento hecho con prisas o sin cuidado. Se le siguen notando algunas manchas que lo hacen mucho más hijo de su tiempo que otros juegos de estrategia, como las campañas más o menos olvidables o algunas torpezas en la gestión de unidades que dificultan un poco más de lo que sería oportuno la estrategia más fina y hacen que muchos combates acaben con todas las unidades atacando a una, formando tanganas de gran escala. Con todo, y ni que sea como aperitivo previo al próximo Age of Empires IV, esta remasterización es una más que recomendable parada para cualquiera con un poco de interés en la estrategia en tiempo real, o para quienes quieran un picapica histórico sólido y cuidado.
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No pensaba comprarlo aunque disfruté mucho del original, pero acabo de ver que está en el Game Pass. Descargando…
EDIT: Aún no me deja 🙂
«(¿acaso es eso posible?)»
No. Al igual que es imposible «mejorar» el ajedrez. AOE II es el ejemplo de juego endogámico y cerrado, al igual que un microsistema ecológico perfectamente equilibrado. Reglas acotadas, claras (ese meme de te caben 10 elefantes pero no 11 arqueros es bastante gracioso por certero), en el que cualquier cambio propuesto en futuras versiones a su sistema de juego no puede entenderse cómo una mejora, si no cómo un cambio de reglas (otro juego, vamos).
Lo llevo viendo durante 20 años, los que lleva mi hermano jugando al AOE II en diferentes entornos y a diferentes niveles. «Yo no juego a videojuegos, yo juego al ‘EICH’!». Imposible resumirlo mejor.
Este 3 es un juegazo, pero es «otro juego». Sus variaciones en las reglas, aunque pequeñas (pequeñas para mi que juego poco, el que lleve tiempo dirá que son un mundo), hace que sea imposible contemplarlo cómo mejora (o empeora). Opinión mía eh, aquí hay meollo para varios artículos, reflexiones o contemplaciones de water, lo que más guste.
Evocar al gran Gila en un análisis de Age of Empires (o de cualquier juego) es una jugada de genio
AOE II es un juego perfecto, y es al día de hoy que la escena competitiva sigue creciendo. Un juego que se sigue aprendiendo día a dia, simplemente maravilloso.
El III es algo a lo que nunca pude terminar de disfrutar, aunque supongo que es porque mi gusto por los RTS empieza y termina con el II, y no hay más vuelta que darle.
Probablemente este sea el juego de mi infancia. Venía de jugar al II, y este me pilló ya con 9 ó 10 años y lo cogí para no soltarlo. Me sabía hasta las descripciones de las distintas unidades de memoria, me pasé las campañas no sé cuántas veces e incluso creaba mis propios mapas en el editor de escenarios que traía. Creo que nunca he estado más obsesionado con nada. Sin embargo ahora, no me llama nada, ni siquiera por nostalgia.