ARMS

Una confesión: solo he jugado una vez con control gestual desde que tengo ARMS en casa. No sé si he hecho mal. Por lo que he podido leer, mucha gente sí ha optado por coger los Joy-Con y lanzar puños al aire para controlar el nuevo juego de lucha de Nintendo; que me perdone quien me tenga que perdonar, pero he preferido no moverme más de la cuenta.

Ha sido así porque no lo he visto necesario. La propuesta de ARMS es, en realidad, independiente del sistema de control que se prefiera: experimentando con la tercera dimensión en un género tan clásico como la lucha, Nintendo propone un arcade en el que la posición, las distancias y las alturas son tan importantes como los reflejos. Cada personaje tiene una habilidad y unas características propias, pero todos comparten los brazos (o coletas) extensibles que lanzan, a veces de un extremo al otro del escenario, para golpear con los distintos tipos de puño que se pueden poner en el extremo. Estos puños también tienen sus características propias: no solo por el tipo de ataque que hacen (los guantes lanzan un puñetazo normal, pero a partir de ahí la cosa se desmadra: hay dragones que lanzan rayos, látigos, guantes teledirigidos) sino por el elemento que tienen asociado, que, al cargar el golpe, tienen distintos efectos en el rival, desde la congelación hasta unos pegotes de pintura que dificultan la vista de quien juega; una forma bastante inteligente de aprovechar la cámara a la espalda, a lo Punch-Out!!, y no la única buena idea que se puede encontrar, aunque sea difícil distinguirlas entre tanto jaleo, en cada combate.

Con estas piezas y un par de movimientos simples (el salto, la esquiva, el bloqueo) se arman los combates. El resto lo hacen las alturas y las distancias, y cómo se mezclan y cruzan mientras los personajes se mueven por el escenario.

El resultado es excepcional. Las dificultades que presenta la nueva cámara (bien distinta de la de un Street Fighter, el juego de lucha por defecto) se equilibran a base de hacer los combates tan vistosos como legibles. Los distintos tipos de puño tienen un color asociado que ayuda a reconocer su elemento a simple vista, así como un tipo de movimiento bien diferenciado; hay otros detalles menos evidentes que van ganando importancia con el tiempo, como las notas musicales que salen cuando Ribbon Girl hace su segundo salto (es el único personaje que puede). No es Nintendo muy amiga de las confusiones, y eso a menudo marca las limitaciones que tienen sus estudios para hacer algunas cosas; en ARMS es difícil malinterpretar una partida porque la cámara y los colores no dejan lugar a dudas.

El envoltorio colorista cubre un diseño preciso y sólido, casi necesariamente más cercano a Mario Kart 8 que a Street Fighter V en el sentido de que, incluso cuando más competitivo es, siempre se intuye un pequeño espacio para ese tipo de fallo que puede dar la vuelta hasta a los mejores combates. En el multijugador por nivel, por ejemplo (el que junta a la gente en función de su nivel, y en el que se sube de rango al ganar pero también es posible bajar, si pierdes suficientes veces), se eliminan los objetos (biberones que dan salud y energía o bombas que hacen daño o aturden) pero aun así es posible comerse un mal ataque por la espalda y acabar en la ruina: con el ataque especial del Perseguidor, que crea una explosión con una gran onda expansiva y que hace mucho daño, o con un latigazo del guante Víbora, que bien dado puede cancelar un agarre antes de que acabe la animación. Los ataques más poderosos son los que más vendidos te dejan; la estrategia de lanzar puños sin control no es particularmente útil a medio plazo, porque por norma general en ARMS el buen juego siempre tiene ventaja sobre el descuidado.

Todo está diseñado pensando en el multijugador. Es ahí donde más brilla ARMS, como era de esperar; cuando se enfrentan dos personas y aprender a leer tics y anticipar patrones habituales es tan importante como saber usar los puños. Cuándo suele aprovechar alguien con quien te has cruzado en el online para cubrirse y, usando el poder de Master Mummy, recargar poco a poco algo de vida; si ese Ninjara es de los que esquivan y agarran o de los que prefieren irse lejos y aprovechar los recorridos largos de tus guantes para encajarte un guantazo a distancia. Es aquí donde mejor se puede poner a trabajar la creatividad, sobre todo cuando aprendes a utilizar la dirección de los puños (una maniobra que incluso meneando los Joy-Cons suele depende más de los buenos reflejos y la anticipación que del control preciso de la trayectoria) para tender trampas o para prepararle el terreno a un superataque arrinconando al rival en el fondo del escenario de Ninjara o entre dos coches en el de Twintelle.

El énfasis en el multijugador es evidente y las opciones que se ofrecen para jugar en solitario no son especialmente generosas. El Gran Premio, que vendría a ser el modo Arcade de la mayoría de juegos de lucha, es un recorrido por el plantel eliminando uno a uno a todos, con más o menos sorpresas en función del nivel de dificultad elegido; el 1 es el más fácil y el 7, el más difícil, pero a partir del 4 la inteligencia artificial ya es lo bastante dura como para poner las cosas difíciles o incluso obligar a repetir algún combate. Es una manera de ganar monedas (necesarias para conseguir nuevos puños para los personajes, que empiezan únicamente con sus tres por defecto) y también la puerta de acceso al multijugador por niveles, que se desbloquea al superar el Gran Premio en nivel 4 o superior; más allá de eso, le falta la fanfarria y la sensación de progreso del Grand Prix de Mario Kart, que tampoco es nada del otro mundo, o el peso de la campaña de Splatoon, breve pero muy interesante. En solitario, es fácil darle más importancia al modo 100 adversarios de la que realmente tiene; es un reto apañado para cuando no tienes wifi, como puede serlo la Prueba ARMS (una serie infinita de combates en el que eliges personaje pero no guantes; salen tres nuevos después de cada combate, con lo que te obliga a probar siempre cosas nuevas), pero es obvio que no es la parte más importante del juego.

El juego son los diez personajes y los diez escenarios, y las diferentes combinaciones que se pueden hacer entre ellos y los puños. La cifra que da Nintendo es casi estrambótica y suele estar mal enfocada: no intenta maquillar la escasez de personajes diferentes, sino que es una forma exagerada de referirse a las muchas variables que pueden entrar en juego en cualquier combate, casi en cualquier momento. Los mejores combates de ARMS son muy divertidos; esto es algo de lo que yo me di cuenta jugando contra otra gente, alrededor de una misma pantalla o por internet, cuando los combates pasan de durar 30 o 40 segundos a ganarse o perderse en los últimos segundos, cuando ambas partes están bajo mínimos y a menudo defenderse es más sensato que atacar. Pone menos de su parte, quizá, de lo que podría, porque las formas que ofrece de jugar en un entorno controlado no siempre ayudan, sobre todo al principio, a ver los puntos fuertes del juego; jugando en solitario se entiende que existe un equilibrio calculado entre los diez personajes, pero hay que salir ahí fuera, al silencioso online (se pueden crear salas para amigos o meterte en una cualquiera elegida al azar, con hasta tres personas más; también puedes activar la opción de que el juego busque en segundo plano partidas por nivel, solo uno contra uno, mientras haces otras cosas), para exponerse a las muchas formas y colores de ARMS. Sabes que Ninjara es de una manera hasta que te cruzas con cinco que juegan de una manera totalmente distinta; sabes que Master Mummy es un personaje de suelo hasta que te machaca una que no deja de dar brincos que te cazan por sorpresa. Es un juego fácil de acotar; va de aquí a aquí, y de todas las cosas que se pueden hacer ahí, y nada más.

Es una apuesta arriesgada pero que encaja a la perfección con el énfasis en el multijugador de Switch. Es un juego muy particular que hace todo lo que puede para entrar por los ojos (visualmente es delicioso: los personajes tienen una elasticidad brillante, y no faltan los detalles que dan mucha vida a las partidas, como que el público de cada escenario esté disfrazado de distinta manera en función de quién combata o la sombra de los pájaros que cruza el suelo en el de Byte & Barq), pero que al final cala por el mando, que es donde están sus mayores aciertos. Se queda algo corto por algunas partes que no siempre son las más evidentes (se puede echar en falta algún personaje más, pero acaban pesándole más otras cosas, como que las repeticiones no tengan más utilidad o que no haya manera de consultar tus estadísticas y las últimas personas con las que te has cruzado en el online, por poner dos ejemplos fáciles), pero en general es, ya digo, mucho más que ese juego de lucha con aspecto algo simplón que se puede intuir en algunos vídeos o jugando a niveles bajos. Decía que los mejores combates de ARMS son muy divertidos, y ahí veo su principal virtud: es tan simple como que es un juego divertidísimo la mayor parte del tiempo, cuando ganas, cuando pierdes, cuando solo miras. Hace que divertirse sea fácil: intenta poner las menos trabas posibles entre la diversión y quien juega. No es algo que puedan decir todos los juegos de lucha, ni todos los juegos, en general. [8]