Análisis de Attack on Titan: Wings of Freedom

Se me ocurren, a priori, pocas ideas peores que juntar Attack on Titan y Omega Force. En el manga de Hajime Isayama, el pesimismo se define desde de la frustración y la humillación que supone sentirse apabullado —en este caso, por unos gigantes deformados de origen desconocido que comen personas como si fuesen galletitas. El estudio de Koei Tecmo, en cambio, es conocido por esos juegos tan suyos donde la amenaza es algo muy, muy relativo: puedes, lo mismo da que seas un samurái, Link, una hechicera de Dragon Quest o el pirata del sombrero de paja, cargarte a tres docenas de enemigos de un solo golpe.

También es cierto, sin embargo, que se me ocurrían pocas ideas mejores que juntar Las Tortugas Ninja y Platinum Games.

Attack on Titan: Wings of Freedom no está siempre por encima de esos prejuicios, por aquello de la cabra y el monte, pero sí se nota el esfuerzo de sus responsables por salir de una zona de confort especialmente rígida hasta el momento. Es, y aprovecho que esta vez sí he visto el anime, una interesante expedición tras los altos muros del musou.

Han hecho bien, pues, lo más difícil. Han adaptado con acierto las mecánicas impuestas desde el material original para hacer un juego distinto, uno que solo puede ser de Attack on Titan. En el centro del diseño está el Equipo de Maniobras Tridimensionales, una serie de cacharros pegados al cinturón que permiten, mediante de un sistema de ganchos, cables, engranajes y propulsión con gas, moverse a toda velocidad y ganar altura en pocos segundos. La comparación más clara es con Spider-Man, supongo; la cosa va de impulsos y de balanceos, así que se requiere siempre un punto de enganche. También como en la mayoría de incursiones videojuerguistas del hombre araña, basta con mantener pulsado el botón correspondiente para ir lanzando cuerdas hacia la dirección indicada con el stick. No es una solución perfecta, porque cada cierto tiempo te estampas contra un edificio —sin más consecuencias que la pérdida de fluidez en el trayecto—, pero las piruetas se disfrutan y en general, por animaciones y por velocidad, recuerda lo suficiente a lo visto en la serie. La cosa cambia un poco cuando estás lo bastante cerca de un Titán: con el objetivo fijado puedes moverte con cierta libertad, casi flotando, y clavar el gancho en cualquiera de sus extremidades o en la nuca —el punto débil de estos bichos. Lo siguiente ya es retraer el cable y aprovechar el empuje para soltar un buen espadazo; puedes mutilar a los gigantes para reducir su movilidad durante un rato, pero la única forma de acabar con ellos es una colleja bien afilada.

Sin recursos que permitan dosificar la cantidad de Titanes, pronto se les pierde el respeto. Es difícil verlos como la amenaza que se supone que son cuando te dan un trofeo por haber matado a mil; la gravedad del tono no es el mismo que en la serie y a las numerosas bajas en las filas aliadas se les presta poca atención. El juego acaba siendo tan planito, también en ese sentido, que la épica no le sale del todo bien. Escenas más o menos míticas como la de tapar el boquete en la muralla con el pedrusco no logran marcar el ritmo como seguramente deberían, a pesar de no estar del todo mal: las cinemáticas copian el anime de manera correcta y los gráficos, aun siendo normalillos en el mejor de los casos, van tirando. Tampoco esta vez pude evitar acordarme de los de siempre, de sus Naruto y sobre todo de su Asura’s Wrath.

Al final, y a pesar de que empieza insinuando justo lo contrario, Attack on Titan: Wings of Freedom no es un título especialmente sorprendente. Con más pegada y más ganas que otros de los que vienen del anime, sí, —es relativamente largo y tiene un montón de misiones opcionales, descontextualizadas, que se pueden jugar también en cooperativo a cuatro—, pero sin el empaque ni el encanto suficiente como para trascender su condición de producto para fans. [6]