Análisis de Beat the Beat: Rhythm Paradise

Wii recibe los juegos por goteo, ahora más que nunca, pero de vez en cuando sabe darnos sorpresas. Eso es justo lo que ha pasado con Beat the Beat: Rhythm Paradise: veía a la legua que me iba a gustar (¿en serio cabe otra posibilidad con esos tráilers, por favor?), pero me ha conseguido sorprender. Pensé que después de todo lo que jugué a Rhythm Paradise en DS no lo haría, pero lo ha hecho. ¿Por qué es imposible no enamorarse de todos estos muñecos de colorines cuya existencia está construida alrededor de seguir el ritmo de manera obsesiva, monos (y hay muchos) incluidos?

Que el juego se titule Beat the Beat es significativo, porque le va como un guante: ya sin las pirulas táctiles de la versión de DS, aquí la cosa se trata de seguir el ritmo hasta el final (vencer al ritmo) pulsando A o A+B. A veces tendremos que mantenerlos pulsados, pero ese es todo el esfuerzo de base que el juego nos pide; la inmediatez y accesibilidad de este sistema está muy pensada para que cualquiera pueda coger el mando y ponerse a jugar al instante, un acomodo muy en la línea de la consola, pero no por ser el Rhythm Tengoku (título japonés de la serie) más, a priori, simple la cosa ha ido a peor: por momentos da la sensación de que es al revés.

Es con estas armas, con estas herramientas para seguir el ritmo de forma concienzuda, con lo que tenemos que ir superando bloques de minijuegos, que nos dan acceso a remixes (compuestos por todos los minijuegos de un bloque mezclados de las formas más impensables) que, a su vez, nos dan al terminarlos acceso a nuevos bloques de minijuegos; repetir hasta terminar. Los niveles se van complejizando y a medida que avanzamos hay más variaciones a las que atender, más sonidos que nos avisan de síncopas, más contratiempos que entran con señales visuales, y a pesar de que se tarda un buen puñado de horas en terminar, en el sentido más tradicional, Beat the Beat, es muy difícil llegar realmente al final del juego: la cantidad de contenido extra que podemos desbloquear haciendo rondas perfectas en minijuegos concretos o consiguiendo medallas es considerable, así que el que decida exprimirlo a tope tiene un camino largo por delante.

Es un camino agradable, no obstante. Como en las versiones portátiles, cada prueba está pulida al máximo para que no se le vea ni una costura; es una gozada ir encontrando constantemente sorpresas tanto en la ambientación como en el desarrollo de los minijuegos, y es formidable comprobar con qué soltura se defienden sin dejar en ningún momento de ser redondos, totales. La forma en que el mando se relaciona con el audio y el vídeo de Beat the Beat es ejemplar: hace falta una creatividad desbordante para conseguir unir de forma tan satisfactoria lo que vemos, lo que escuchamos y la simplísima mecánica de seguimiento de ritmo y conseguir que cada vez recuperemos esa sensación de descubrimiento, de experimentar con algo nuevo y que no sabemos exactamente cómo va a reaccionar.

Ese algo de juguete que tiene Beat the Beat es un punto muy importante de cada partida. Todo en el juego invita a que lo abordemos como aborda un niño un juguete nuevo: con curiosidad, maravillados unas veces, tronchados de risa la mayoría de las otras; juego totalmente inocente, feliz. Muy apropiado por ello lo que vemos y (muy importante) oímos en Beat the Beat: siguen el ritmo con nosotros un elenco de personajes coloristas, hiperbólicamente japoneses, delirantes, que participan en todo tipo de actividades locas, de una extravagancia genial; hay muchos animales, hay juguetes, hay personas en todo tipo de situaciones; hay un montonazo de monos, dato a tener muy en cuenta. ¿Jugar al bádminton sobre las nubes, en avionetas? Hecho. Punto extra: las avionetas las pilotan un gato y un perro. ¿Una coreografía frenética con sillas de oficina? Hecho. Punto extra: son cerdos los que están sentados en las sillas. ¿Una delicada reportera haciendo una entrevista a la que hay que responder siguiendo el tempo de la canción? Hecho. Punto extra: las respuestas las hace un luchador de lucha libre mexicana.

Las canciones, luminosas, pegadizas y compuestas para no agotarse en mucho tiempo (son de las que tarareamos en la cabeza y no cansan nunca), terminan de redondear cada minijuego y remix: el ritmo es claro y las melodías muy digeribles, y los efectos de sonido que nos indican cambios o variaciones saben hacerse escuchar bien encima de la canción. La perfecta mezcla de ambos hace que volver a ellos para desbloquear contenido extra o por simple y llana diversión no cueste nada; la alta definición le sentaría muy bien a los dibujos, claro, pero como está es ya genial.

La gran novedad de esta versión para Wii es el multijugador, algo desaprovechado por los desarrolladores pero aun así más o menos aprovechable por los jugadores. Hay muchos menos minijuegos que en la parte para un jugador y son, en general, mediocres, pero con todo se puede sacar algo de provecho de ellos. No dan para mucho, y lo mejor será que si se deciden a hacer otra entrega cuiden un poco más el juego a varias manos, pero como primer tanteo no está mal. Muy mejorable, pero (creo) no castigable.

Beat the Beat es una secuela formidable de aquel Rhythm Paradise de DS que todavía hoy me parece perfecto. Que se haya perdido un poco el toque de sorpresa inicial que sí tuve con el anterior es cosa mía, seguramente, pero a pesar de todo me ha maravillado la forma en que han conseguido encontrar el punto justo a la hora de hacer lo más accesible que han podido el juego sin renunciar a nada de su profundidad. Es un juego para los que están todo el día tamborileando con los dedos, pero también para todos los demás. Es un ejercicio de creatividad encomiable: con unos ingredientes limitados pero bien escogidos, Nintendo se ha sacado de la manga un recetario extraordinario con cincuenta platos principales y un buen puñado de guarniciones. Y les han salido todos deliciosos. [9]