Análisis de Call of Duty: Modern Warfare 2

Se presentaba en su tráiler de lanzamiento como “el juego más esperado de la década”. No sé yo si tanto, pero por ahí andará. Y no es para menos, después de un primer Modern Warfare que recibió las notazas que merecía y vendió más de lo que nadie esperaba. 13 millones de copias vendidas garantizan una secuela directa sí o sí, por mucho que sea la primera vez en la saga. Y aquí la tenemos. Call of Duty: Modern Warfare 2 llega sabiendo que lo tiene todo ganado, pero también con la intención de disipar dudas y aclarar ciertas polémicas. Como no podía ser de otro modo, estamos ante un título eminentemente continuista. El sistema de juego es el de siempre, las misiones se presentan de la misma forma y se desarrollan de un modo parecido, el multijugador avanza un curso en la escuela que su antecesor fundó y, como decía, la historia se ambienta poco después del final de Call of Duty 4. La organización terrorista de Vladimir Makarov se encarga de convertir a Zakhaev en un mártir y la relación entre los Estados Unidos y Rusia queda pendiente de un hilo… que se rompe al poco de empezar el juego. Un inicio típico para un argumento sorprendentemente próximo a la obra de Tom Clancy y que acaba siendo más complejo de lo habitual; controlamos a más personajes que nunca en más localizaciones, hay más giros e incluso, si uno pone un poco de su parte, más mensaje. Podría estar mejor contada y seguimos sin encontrar una reflexión profunda o una crítica elaborada —cosa que no me parece en absoluto necesaria, ojo, pero creo que no vendría mal—, pero es evidente que se trata de una trama más madura, dura y cruel. El exponente más claro de esto es también el momento más polémico de la campaña, aunque, como era de esperar, está plenamente justificado y resuelto con total elegancia. Donde el sensacionalismo ve un escándalo, el jugador encontrará una nueva forma de inmersión basada en la tensión y el impacto. Y sí, es una gran, gran mierda que nos jodieran la sorpresa. Acabo de usar la palabra mágica, así que hablemos un rato del tema. Oh, la inmersión. Digan lo que digan, opinen lo que opinen, la clave del anterior Modern Warfare no era otra. Tampoco lo es la de éste. Es asombroso lo mucho que llegas a meterte en la piel de Allen, Roach o Ramírez, no por empatía —¿cómo ibas a tenerla si no sabes un carajo sobre ninguno de ellos?—, sino por cómo te hacen partícipe de sus enfrentamientos y sus tiroteos. Infinity Ward sigue presentando y controlando como nadie lo épico de la Guerra para sumergirte en ella como, cuando y donde quiere. Dirigen tan bien la acción, plantean tan bien cada momento, que no darles el control absoluto sobre el desarrollo de cada misión sería una tontería. Sí, Modern Warfare 2 sigue siendo lineal, moderadamente pasillero —algo menos— y scriptado hasta la médula. Y a mucha honra. Es el modo más efectivo de crear una experiencia cerrada, guiada y sin complejos. Por eso, aunque presenta un conflicto global, lo trata desde lo particular, mimando al máximo cada momento de cada misión, colocando cada pared justo donde debe estar y convirtiendo los omnipresentes detalles en parte de la esencia. Insistir en lo absolutamente geniales que son estos tíos diseñando niveles y situaciones es tan necesario como inútil si no tienes el juego delante. La variedad entre fases y dentro de una misma está, con todo lo bueno que eso conlleva, a años luz de lo que nos suelen presentar últimamente los defensores de la libertad sin sentido y con calzador. También es cierto que, por ser ya el sexto Call of Duty —sin contar expansiones ni cosas raras para PS2—, pueden permitirse ciertas licencias. Los cambios en el control son inexistentes y a los del HUD te acostumbras en un segundo, por lo que el tutorial del principio está allí más que nada por tradición. Todo el mundo sabe ya jugar a esto y por lo tanto se puede prescindir de cosas como la llamada curva de dificultad —morí más veces en la cuarta misión que en ninguna otra—. ¿Para qué la van a considerar a estas alturas si puede suponer una barrera creativa? Pues fuera. De nuevo, no es el jugador, sino el creador quien, por suerte, toma las decisiones aquí. Y las toma pensando en el ritmo del juego. En ese sentido, la competencia —y Treyarch, jeje— deben sacar la libretita y empezar a tomar notas una vez más. Cada pantalla se complementa con la anterior, la siguiente y la de más allá de un modo tan magistral como sutil. Cuando terminas y repasas mentalmente todo lo que has hecho —usando la mitad del cerebro que en ese momento no está ocupada gritando “¡Quiero más!”— te das cuenta de que nada se ha dejado al azar y de que la secuela es superior al original en ese sentido. El primer Modern Warfare era casi siempre excelente, a veces simplemente perfecto y pocas veces muy bueno sin más. Modern Warfare 2 es siempre entre excelente y perfecto. Sí, tal vez por la pérdida del efecto sorpresa ningún momento me pareció de puro diez —lo de Prypiat se recuerda y homenajea varias veces, pero nunca se iguala—, pero la campaña es más coherente, regular en cuanto a calidad y, en definitiva, mejor. Las escaramuzas son también ahora más gratificantes que la última vez ((Sí, aunque me gustó relativamente, estoy haciendo como si World at War nunca hubiera existido.)), pues se ha solucionado el problema del respawn —si lo hay, se nota mucho menos— y ya no hace falta llegar a un punto concreto para hacer saltar el checkpoint. Además, gracias a la mejora en la IA y el comportamiento de los aliados, no tienes tanto la sensación de estar tirando solo del carro. No son máquinas de matar, pero tampoco lo son de morir, y consiguen distraer a los enemigos lo suficiente como para que el flanqueo, favorecido por unos escenarios con más posibilidades, tenga una mínima importancia. Además, ver cómo un soldado amiguete le hace una llave de judo a un ruso y lo acribilla en el suelo mola mil. Todo en Modern Warfare 2, de hecho, mola mil. Y eso, cuando hablamos de gráficos, tiene cierto mérito para un motor que en dos años se ha visto claramente superado. Algunas texturas podrían estar mejor, efectivamente, pero el aspecto general es sublime y los 60 fps se agradecen más que muchas otras cosas. La iluminación es tan brillante como el uso del color —¡dirección de arte en un juego bélico!—, se aprecia mucho más trabajo en los modelados y en las caras, la mayoría de animaciones son de lo más creíble, hay efectos de todo tipo realmente currados… Yo soy de los que piden unos escenarios un poco más destruibles —dentro de unos límites: permitir hacer mucho el cafre iría en contra de esa experiencia tutelada que tanto alabo—, pero lo cierto es que la cantidad de elementos que reaccionan a los disparos ha incrementado notablemente, acentuando las diferencias entre el antes y el después de un tiroteo y haciendo más acojonante y convincente ese momento en el que estás muy jodido de vida debajo de una mesa, viendo y escuchando cómo se rompen monitores y fluorescentes. Por otra parte, Hans Zimmer no podía decepcionar a la batuta. El tema principal, mezcla de dramático y épico marca de la casa, es tan acertado como el resto de composiciones, y la música tiene un papel mucho más importante durante el juego. El doblaje sigue siendo bueno sin más, salvo por el penoso acento de los pobres brasileños. Como dije en el foro, hablan igual que Aznar en Texas. Es una lástima que las voces inglesas, bastante mejores, no se puedan seleccionar ni cambiando el idioma de la consola. Lo que me apetece de verdad ahora es comentar los muchos momentos estelares de la campaña, tener con todos esa imprescindible charla de después de terminar un gran juego. Pero éste, entre unos y otros, ya nos lo han reventado lo suficiente, así que lo dejamos para otro momento, en otro lugar. Esa conversación llegará, por cierto, unas siete horas después de empezar a jugar. La campaña es tan poco larga como la de Call of Duty 4, aunque el final me dejó ahora menos saciado que entonces. Por suerte, esto es sólo una tercera parte de Modern Warfare 2. Las Operaciones Especiales, un modo separado en el menú principal, es la respuesta de Infinity Ward a las críticas por la escasa duración y la ausencia de modo cooperativo. Este genial añadido está formado por 23 “mini-misiones” que se juegan mejor mal acompañado que solo. Y es que la posibilidad de revivir al compañero es esencial teniendo en cuenta la ausencia de puntos de control. Por eso mismo, las Operaciones Especiales requieren más concentración y coordinación que la aventura principal. Ya en Curtido —dos de tres estrellas por misión— la cosa se pone fea, de modo que conseguir las 69 estrellas supone mucho sudor y más lágrimas. El modo funciona a la perfección como cooperativo, ya sea adaptando situaciones de la campaña o proponiendo otras nuevas. Puestos a pedir, lo suyo habría sido reciclar menos y meter más del segundo tipo, pero la diferencia que supone el jugar en compañía basta para no tener indeseables sensaciones de dejà vú. Finalmente, no sé muy bien qué decir del multijugador. Si todos los que lo han intentado copiar durante los últimos años no han sabido encontrar qué lo hace tan maravilloso, dudo que yo pueda. Tengo la impresión de que, a pesar de toda la parafernalia, la cosa tiene que ver más que nada con las armas y los mapas. Las primeras están ajustadas de un modo intachable; tienen la precisión justa, matan con la cantidad exacta de balas para hacer cada duelo lo más emocionante posible y cada clase tiene, por encima de sus pros y contras, su gracia. Lo de los mapas no tiene nombre. Más grandes y difíciles de memorizar que nunca, son seguramente los campos de batalla virtuales más bien pensados y «disfrutables» que he probado en mi vida. No pretendo con eso menospreciar lo accesorio, las opciones de personalización y los niveles. Al contrario. Después de unas cuantas horas online, me sabe mal haber dudado de la capacidad de estos señores para equilibrarlo absolutamente todo. Ni el sensor de ritmo cardíaco, ni la posibilidad de usar dos accesorios por arma con la ventaja de Brillante, ni las recompensas por rachas personalizables, ni… Cada uno de los añadidos aporta algo sin restar nada y hace falta probarlo para dejar de creer que es imposible. Incluso los modos en tercera persona, que no dejan de ser una chorrada, es más resultón de lo que podría parecer. Vale la pena probarlo aunque sea para comprobar que nuestro soldado también tiene pies —y quiero vérselos con la vista subjetiva en la siguiente entrega, amigos—. El multijugador número uno de esta generación. Y sin vehículos. Punto. Señoras y señores, hasta aquí. Esto es, básicamente, Call of Duty: Modern Warfare 2. Lo tenía más fácil para decepcionar que para sorprender, y aunque lo último lo consigue sólo en pequeñas dosis, evita totalmente lo primero. Es más y mejor que cualquier otro juego de la saga. Más y mejor que cualquier FPS reciente. Más y mejor que todos los juegos aparecidos este año, excepto tal vez uno. Es imprescindible, joder. Nota: 10