Análisis de Castlevania: Lords of Shadow 2

«Pulsa B para tirar de la cadena». Si el juego de Mercury Steam fuese verdaderamente malo, el mensaje de ayuda que precede la batalla final serviría para hacer un buen montón de bromas. No lo es, aunque en varios momentos parezca empeñado en demostrar lo contrario.

A Castlevania: Lords of Shadow 2 se le notan las ganas de aprovechar el inolvidable final de la primera entrega. Su planteamiento, que ensancha todos los elementos conocidos y se anima con un mapa abierto, conectado, es debidamente ambicioso; no todos los días se despierta Drácula en una ciudad moderna, decidido a vengarse de quienes le engañaron y obligado a luchar contra los lacayos de un Satán que también prepara su reaparición.

Pero el interés por la trama se pierde demasiado pronto por culpa de un inicio torpe. No me refiero al tutorial del combate, que sirve bien como demo y como prólogo contundente, sino al primer encargo del viejo Zobek: debes colarte en el laboratorio de la Corporación Bioquimek. Es incluso peor de lo que suena, con los tópicos haciendo cola y una transgresión encantada de serlo, pero que no aporta nada ni a la historia, ni a sus personajes. Tampoco el retrato de todo un Príncipe de las Tinieblas funciona como se pretende. Los conflictos familiares del vampiro son irrelevantes para un jugador ajeno a todo eso, que no siente en absoluto la necesidad de cuestionar las intenciones del personaje. Dudo que alguien se tomara en serio a Dave Cox cuando mencionó a Tony Soprano para hablar de la empatía hacia un tipo indeseable, pero sí se podía esperar una menor distancia entre las intenciones y el resultado; solo la música de Óscar Araujo está preparada para hablar de emociones.

Ni siquiera por su apariencia llega a convencer el protagonista, que en todo momento vi como un actor disfrazado con problemas para acertar con la mirada. Y eso sí sorprende, porque la dirección de arte vuelve a ser, por lo demás, excepcional. Enemigos y escenarios definen un mundo con personalidad y estilo. Gusta más el tiempo que pasas en tus góticos aposentos que en la ciudad —cambias de un sitio a otro utilizando una suerte de portales dimensionales—, pero ambas localizaciones se benefician de la nueva estructura. Al eliminar las fases sin sacrificar su variedad, los entornos ganan en coherencia y en fuerza: tienen ahora más sentido esos planos fantásticos con el castillo a lo lejos, asomando por la grieta de un desfiladero. Así, el desarrollo no lineal, con accesos bloqueados hasta que conseguimos la habilidad correspondiente, hace más por la ambientación que por la exploración: hay montones de joyas para alargar indicadores y secretos similares, casi siempre en ubicaciones predecibles, en apéndices que existen solo para que quepa esa caja o ese altar. Esos secretos pueden contener trazas de sorpresa, de satisfacción por el descubrimiento, pero te alejan poco del objetivo que marca la flecha en el minimapa.

La cámara y el framerate, los dos puntos más criticados en el estreno de la trilogía de Mercury, también mejoran de una forma evidente. La primera pasa a ser libre, se puede girar en todo momento, y es lo otro lo que se queda fijo, casi siempre a 30 fps, con tirones muy puntuales y poco importantes. Se agradece, a pesar del precio que pagan los gráficos en las versiones para consolas: la imagen se pixela de una forma evidente con el motion blur y los efectos de partículas. Llega a ser exagerado —hay cinemáticas, sobre un tren, que parecen tener activado un Modo 16-Bit—, sorprende más de lo que molesta, pero no impide hablar de un trabajo más que destacable a nivel visual. En PC, olvidad lo dicho hace un momento: 1080p y 60 frames es todo lo que necesitáis leer.

Mientras se le deja espacio a la acción, el juego funciona. Es cuando más se parece al anterior Lords of Shadow, cuando avanzamos sin curiosear mucho por los alrededores y vamos encadenando jefes finales con cierta frecuencia. Ya lo tenían, deberían haber parado ahí. Pero no.

Alguien decidió que la fórmula necesitaba un poco de sigilo, implementado sin ninguna consideración. Mal, mal, mal, verdadera mal: todo lo que sale de esa idea, sin excepción, es terrible. En varias salas debes burlar a seguratas del averno que te matan casi al instante cuando te ven. Puedes lanzar murciélagos para aturdirles o pillarles por sorpresa y poseer su cuerpo para engañar al escáner de retina, pero es imposible improvisar o buscar aproximaciones alternativas; son secciones frustrantes y aburridas, que resuelves sin ganas y que te dejan con la duda de si has escapado por tus méritos o por un error en el juego. Ayuda poquísimo lo de transformarse en rata, evidentemente. Mordisquear cables y recorrer conductos de ventilación convertido en roedor es lo último que necesitaba este juego y lo último que debería querer hacer su protagonista.

El disparate del sigilo llega incluso a los final boss. El desastroso momento de Agreous y las hojas secas, ya lo veréis, merece un párrafo para él solito. Aquí lo tiene.

Y ese es el verdadero problema. Suponen un porcentaje pequeño en casi 20 horas de aventura, pero los errores de este Castlevania son tan graves que te persiguen, que destrozan por completo el ritmo, que contaminan las escenas adyacentes: me costó horrores disfrutar del combate contra el segundo acólito de Satán, bastante espectacular, porque llegué totalmente asqueado de las estancias inmediatamente anteriores, con sistemas de seguridad, alarmas y vigilantes.

Quisiera poder pensar en Lords of Shadow 2 dentro de unos años y acordarme de sus duelos más intensos, de sus mil detalles cuidados —geniales los mecanismos que se activan con los cortes y la sangre de Drácula, en especial la maqueta para teletransportarse—, pero sé que no va a poder ser. El juego permite que lo definan sus peores momentos, derivados de novedades absurdas que boicotean una base muy notable y que cierran la trilogía bastante peor de lo que empezó. [6]