Celeste

Cuando empiezas a jugar a Celeste, piensas en Super Meat Boy. Es ese tipo de juego de plataformas que exige que reacciones rápido, que tengas reflejos, que sepas explotar las herramientas que tienes a tu disposición (un salto, un dash y poco más) para hacer frente de manera fluida a los retos cada vez más duros de cada nivel. Podría quedarme aquí y no haría falta más; no solo está diseñado con elegancia y toques de auténtica genialidad que hacen que el mero hecho de resolver una pantalla sea muy estimulante, sino que su ejecución es perfecta: como en el propio Super Meat Boy, que creó una nueva escuela que ha dado más de una alegría, el salto es el que tiene que ser, y lo mismo el dash, y la fricción al resbalar por una pared. También el agarre, la escalada, que parece mucho más generosa que mecánicas similares de otros juegos (como The End Is Nigh, otro reciente) hasta que ves que el propio juego la regula muy bien limitándola si toca y permitiendo ampliarla enormemente cuando tiene que hacerlo.

Todo está en su sitio. Cada nivel, compuesto por una colección de pantallas conectadas entre sí, tiene ritmo y crea una narración de manera orgánica; hay zonas más lineales, como las introducciones o las persecuciones, y otras que animan a explorar cada rincón siguiendo el objetivo principal pero también en busca de secretos, a menudo llevando al límite las habilidades de la protagonista. Hay una musicalidad especial en esta manera de diseñar niveles, y por eso encajan tan bien las caras B y C de cada nivel, básicamente versiones (mucho) más difíciles que exprimen al máximo las mecánicas alrededor de las que giran los originales.

Hay plataformas que se mueven cuando te agarras a ellas y que puedes usar para impulsarte aprovechando su movimiento; hay unas burbujas que te dan un impulso y te recargan el dash, y hay otras que se mueven en la dirección que les digas hasta que cancelas o chocan contra un obstáculo; hay una pluma que te permite volar en cualquier dirección durante un corto período de tiempo; hay una pelusilla que se convierte en un engrudo mortal cuando te posas encima; hay plataformas móviles cuya dirección puedes modificar. Hay un poco de todo, y todo bien medido para aumentar no solo la dificultad pura y dura sino también la complejidad, siempre buscando esa musicalidad y ese ritmo que consigue que las mismas piezas puedan formar un puzzle, si se usan de esta manera, o una pista de obstáculos a toda velocidad, si se usan de esta otra. De la dificultad pura y dura se encargan las caras B y C, diferenciadas claramente de la cara A (se desbloquean encontrando secretos en la historia principal) y que llevan cada idea hasta los límites que se suelen esperar de los delirios masoquistas de un hack de Super Mario World.

Lo brillante es que estos desafíos adicionales son suficientemente distintos a los principales como para que parezca su propia expansión; las caras A están llenas de inteligencia, mientras que las caras B y C son solo generosidad. De nuevo, se puede pensar en Super Meat Boy y sus niveles oscuros, porque las referencias son parecidas. Para rematar, es posible encontrar el Celeste original de Pico-8, el juego que dio origen a todo este asunto; sirve a la vez de secreto, de modo de juego extra y de bonito guiño a los orígenes de Celeste. No solo es un juego dentro de un juego, sino que es una consola virtual dentro de un juego.

Sigues jugando a Celeste piensas en lo que tiene de Braid. Es un juego de plataformas pero también parece un juego de puzzles; no solo eso, sino que también cuenta una historia. En este caso es la de Madeleine, una chica que decide escalar la montaña Celeste simplemente para demostrarse a sí misma que es capaz de hacerlo. Pronto empieza a ver que la montaña tiene cualidades mágicas: conoce a Theo, un fotógrafo con un gusto especial por los selfies, y a una abuela a la que los años viviendo en la montaña parecen haber sacado de sus casillas, y al Sr. Oshiro, el dueño fantasma de un hotel de montaña en ruinas, pero también a una versión oscura de ella misma, todo ello sin tener nunca la certeza de si lo que está ocurriendo es real o un sueño.

Este es el elenco de una historia de fantasmas sobre la depresión y sobre aprender a vivir con ella, un proceso que se compara con escalar una montaña increíblemente dura y en la que, para colmo, la mitad peor de ti se empeña en hacerte la vida imposible e intentar sabotear tus esfuerzos para llegar a la cima. La metáfora es obvia, pero la forma en que se desarrolla es extraordinaria: los recursos narrativos que se ponen en marcha en Celeste no tiene nada que envidiar a los de las superproducciones millonarias que llevan por bandera el contar historias y los valores de producción hollywoodienses. El mismo diseño de los niveles se usa para contar la historia: en el hotel abandonado, por ejemplo, Madeleine le da al Sr. Oshiro consejos que ella misma podría aplicarse, y le presta una ayuda que no se sabe prestar a ella misma a pesar de que es una causa perdida, literalmente; es un fantasma, su hotel lleva cerrado una eternidad. Se usa el diseño del nivel para trabajar los personajes y su relación con los otros; más adelante, un nivel arriesgado y distinto representa de una manera muy inteligente una de esas conversaciones apasionantes en las que dos personas se abren, en las que los temas se amontonan y solapan a medida que la confianza aumenta.

Bien usados, estos recursos no solo no cortan el flujo de la partida sino que la hacen más amplia e interesante; le dan otra dimensión. Se las apaña para albergar escenas memorables incluso siendo solo un plataformas en 2D: la de la pluma, los varios selfies que marcan distintos momentos del camino de Madeline hacia la aceptación, el lío de Oshiro con el desorden en el hotel… Sorprende la facilidad con que Celeste se graba en el recuerdo, en cierta medida gracias a unos diálogos ágiles y bien tirados que sirven para modular y dar el contrapunto hasta a las secciones más exigentes y retorcidas del tramo final.

La trifuerza se completa cuando juegas un poco más y te encuentras trazas de Fez en los secretos más opacos, que aquí tienen forma de corazones azules, el más especial de los coleccionables. Algunos son relativamente fáciles de encontrar, pero otros exigen resolver puzzles ambientales y leer el entorno con atención para descubrir la manera de llegar hasta ellos. Dejan a la vista otro de los grandes aciertos de Celeste: más allá de las plataformas, las trampas y los desafíos, el diseño de niveles del juego tiene también sitio para contar cosas a través del escenario, con notas arrugadas entre la ropa sucia, tumbas solitarias en medio de la montaña o pequeños detalles colocados a mano en lugares recónditos, muy apartados del camino principal. A veces sirven para ampliar información nueva, para expandir el lore; otras, simplemente son testimonio de una artesanía y una consciencia no siempre fáciles de encontrar en un videojuego.

Hablo de Super Meat Boy, Braid y Fez, el tripartito de Indie Game: The Movie, no porque Celeste se fije en ellos más que otros sino por la forma rotunda y natural que tiene Matt Makes Games de hacer suyas y asentar algunas de las propuestas de ese trío fundacional de la industria indie: la firmeza mecánica y la apuesta por el game feel, los guiños al mundo del videojuego y su propia naturaleza, el hablar de asuntos humanos a través de tics y lugares comunes de un género que parece pensado para no poder contar nada. No sé si los videojuegos son arte pero Celeste es un juego que sin duda tiene intenciones artísticas; comunica muchísimas cosas y las comunica bien, y sin darle la espalda a la imaginación y la fantasía sabe tocar temas muy reales con sensibilidad y buen gusto. Todas las promesas de Indie Game: The Movie se cumplen: sí, los videojuegos son divertidos, y también pueden ser emotivos e inteligentes y ambiciosos de maneras muy distintas a las de la industria mainstream; pueden tener otras preocupaciones, otros intereses, otras intenciones. Los videojuegos pueden ser cualquier cosa; pueden ser todo, si se lo proponen.

Hay juegos de los que sales impresionado, porque parece que hacen de todo y que todo lo hacen bien, y esperanzado, porque dejan claro que todavía se puede hacer muchísimo más. Es cuestión de tiempo. Celeste, un juego de plataformas perfecto, es de esos. [10]