Análisis de Colin McRae: DiRT 2

Nunca fui un gran fan de McRae. Su estatus de mito siempre me pareció un pelín artificial, habiendo competido contra tipos manifiestamente mejores que él. No es que no fuera un buen piloto, de hecho era un tipo rápido de veras con un palmarés a juego, pero su carácter, su origen británico y un par de juegos con su firma se encargaron de que la leyenda hiciera sombra a los logros. Tres o cuatro semanas después de su fatal accidente de helicóptero visité Londres y tomé parte de ese rito del aficionado al motor que es comprarse la Autosport inglesa. La tengo aquí al lado ahora mismo: la portada es negra, con una gran foto de Colin en el centro. Debajo, una cita de Carlos Sainz para la revista que sintetiza lo importante: «Colin was a fast driver, a natural driver and such a brave driver. He was a champion, end of story». Volar a ras de suelo en pistas de grava y lanzarse a una curva ciega confiando tu vida a las notas del copiloto exige una clase especial de valor o estupidez, independientemente de su habilidad. Pero ser miembro de la élite implica ser el más osado de unos cuantos miles, el más loco del montón de tarados que destrozan sus Saxos en rallys locales. Significa tener habilidad y sangre fría para identificar el límite y habituarse a superarlo semana a semana, stage a stage. Pasar más cerca de los árboles, cortar la curva más que tu rival e ignorar la certeza de que en algún momento vas a tener un accidente terrorífico. La diferencia entre un piloto apto y uno bueno es poca; la distancia entre uno bueno y un campeón —un auténtico campeón, no solamente alguien que gana trofeos— es colosal. Así que cuando introduje el Blu-ray en la consola y el juego me vomitó encima imágenes de Ken Block me sentí bastante molesto. No tengo nada personal contra él; creo que el mero hecho de subirse a un coche de competición muestra un valor que jamás podré replicar. Y ha demostrado repetidas veces que sabe manejar el volante, o por lo menos la edición de vídeo. Por otro lado no deja de ser un vendedor de zapatos venido a más, en vez de un piloto de élite —y uno especialmente agresivo— como fue McCrash. Ese espíritu de showmen, guitarreos y deportes extremos extiende sus tentáculos por todo el juego. Los X-Games pueden ser un buen pasatiempo a las 3 de la mañana vagando por las profundidades de YouTube, pero no una competición relevante. Hacer girar todo un juego como Dirt 2 alrededor de ese mundillo de Pastranas y Mirras, por tanto, me repatea. Es un prejuicio personal y no debería influir en mi valoración como juego, pero lo hace. Quizá porque tal y como yo lo veo lucir la firma de McRae, especialmente después de su muerte, conlleva cierta responsabilidad para con su memoria. Puede que el escocés pasara sus tardes de pre-jubilado compartiendo un Subaru con sus amiguetes, pero si lo hizo era porque no tenía asiento en la competición de verdad. Puede que hubiera aceptado gustosamente vincular su nombre a un folleto jugable de DC Shoes. Puede que tolerara que unos tipos de la ESPN intenten reinventar las carreras en un patético intento de considerarlas un nuevo deporte extremo. Pero eso tampoco significa que tenga que gustarme a mí ((¿Y qué me decís de esos jipis que van por ahí enseñando la goma de los calzoncillos?)). Todo eso no importaría mucho si la competición en el juego, a diferencia de la basura de los X-Games, fuera un reto. Al fin y al cabo muchas carreras de Forza, GT o PGR no están basadas siquiera en ninguna competición real, pero se las apañan para resultar interesantes, ¿no? En cambio, Dirt 2 nos propone varias disciplinas —siempre con la tierra, el barro o la arena como nexo común— que podemos alternar o ignorar a nuestro gusto. Lo bueno de esto es que podrás saltarte algunas realmente atroces, como las carreras de buggies. Lo malo, que incluso las menos abominables son sosas. Los rallys —en tres modalidades muy similares sobre los mismos circuitos— pueden vencerse pulsando el acelerador y tomando la curva sin chocar demasiado. No es simulador, por tanto, pero carece de algún elemento que pueda redimirlo como arcade. Tampoco es que haga algo mal en estas disciplinas, es simplemente que nunca llega a ser excitante. Con los coches grandes la cosa va peor: el control es farragoso, la mecánica es igual de simple, los coches van cien veces más despacio y existe MotorStorm. A lo mejor la culpa es de las dimensiones de los circuitos. Puede que dotar a casi todas las pistas del ancho del delta del Orinoco haya eliminado de la ecuación el miedo a salirse del tramo y estamparse contra un árbol ((Richard Burns Rally es el survival horror por excelencia, que nadie os engañe.)), que es en última instancia la esencia del rally. O puede que se deba a las físicas que hacen que el coche reaccione prácticamente igual a todos los firmes, aunque lo cierto es que todos los vehículos se comportan de la misma forma, siempre. Tanto da el motivo, al final el apartado jugable no funciona casi nunca. La omisión de Pikes Peak, uno de los pocos eventos offroad interesantes que encajarían con la particular filosofía de Dirt 2, es otro clavo en su ataúd. Pero, ¿qué funciona en este juego? Sus grandes virtudes son todas visuales, aún sin parecerse en nada a las capturas que Codemasters se ha acostumbrado a publicar. Se ve bien, las deformaciones de los coches son satisfactorias, los efectos dan la talla e incluso se permite el lujo de colocar un par de elementos destructibles aquí y allí. El aspecto de algunos trechos de selva malaya, por cierto, justifican por sí solos la existencia del juego. ¿Es eso suficiente? Demonios, no. Me cuesta recordar algún juego tan increíblemente plano. Mejor dicho, estoy seguro de haber jugado a otras cosas igualmente insípidas, pero me he olvidado de su nombre y de su aspecto, igual que me olvidé de escribir este texto por tres veces ya. No sé, quizá en el futuro se centren más en los rallys y respeten su espíritu. Quizá cambien a Ken Block por Jeph Loeb y a Travis Pastrana por Ari Vatanen —que hace un cameo en el único momento entrañable de este juego, por cierto—. Quizá metan tramos estrechos sobre nieve y condiciones climatológicas cambiantes. Entonces sí merecería mi cariño, hoy por hoy no lo hace. Lo cual me lleva a otro tema: al parecer, internet adora a Dirt 2. Las reviews son buenas, los comentarios mejores e incluso una web generalmente sensata como Destructoid le ha premiado con un Editor’s Choice. No lo entiendo y no lo comparto, pero he asumido ya que mucha gente no estará de acuerdo con esta crítica y su correspondiente nota. Qué le vamos a hacer, siempre podéis insultarme en los comentarios. Mi opinión se mantiene a pesar de la inferioridad numérica: creo sinceramente que Codemasters no ha puesto el más mínimo interés a la hora de hacer Colin McRae: Dirt 2, y yo he respondido de la misma manera a la hora de jugarlo. Nota: 6