Análisis de Crysis 2

Hace unos días, La Sexta emitió El Esmoquin. En dicha película, Jackie Chan interpreta a un taxista-chófer cuya única valía es la brevedad de sus carreras. Un lacayo complaciente, un átomo invisible en la gran urbe americana, un mierda, en definitiva, que se transforma en superhombre al vestir accidentalmente la prenda que da nombre al film. Enrolado en contra de su voluntad en una peligrosa misión para salvar el mundo, Jimmy Tong ((De Tong, James Tong. ¿Lo pillas? Esta peli funciona a muchos niveles.)) descubre que su nuevo traje de dos millones de dólares —un precio más que razonable— le permite realizar las más locas hazañas físicas, meter bofetones de División de Honor y sentir el funk como James Brown. En otras palabras, lo convierte en Jackie Chan. La obra de Kim Donovan —sorprendentemente su único largometraje— está abierta a multitud de interpretaciones; ninguna película unidimensional arranca con un plano gratuito de un ciervo meando en un río. De un visionado atento, más allá de las lecturas puramente literales, concluimos que a) el cinematógrafo encargado de enmascarar las caderas de Jennifer Love Hewitt es lo más cercano que hay a un hechicero en el mundo real, b) Chan tiene la elegancia y la estampa de un tigre y c) los nanotrajes son lo puto mejor. Si alguna vez has jugado a Crysis, cuyo mejor aspecto era la manga ancha que te daba el uniforme a la hora de encarar el combate, eso ya lo sabías. A pesar de que el juego sigue siendo la más fiel representación del conflicto aliencoreano hasta la fecha, me sentí profunda, existencialmente aburrido por el resto. Algo parecido me ocurrió con Far Cry, un juego que te seduce durante las dos primeras horas —por sus gráficos, IA y ambientación— para diluirse como el LSD en los carajillos de Charlie Sheen y morir varado en la playa en una recta final terrible. Pienso que Crytek sabotea su don para la creación de motores con su torpeza diseñando experiencias y, a juzgar por la forma en que lo único que ha preocupado a la mayoría de la gente es cómo se verá el juego y no cómo será, sospecho que es una opinión generalizada. Crysis 2, en cambio, es un gran juego, y lo es en buena parte gracias al nanotraje, un reajuste del original mejor implementado en la mecánica jugable gracias a una interfaz más sencilla. En éste y muchos otros aspectos —entre los cuales estará sin duda el económico— el cambio de sistema le ha sentado bien. Soy muy consciente de que digo «cambio» y no adaptación, porque es obvio que fue concebido para consolas —o dumbed down, según los peceros— desde el inicio. Crysis es una de esas pocas cosas que sólo pueden ganar a medida que eliminas cachos, como esos Strip Arkanoid o Strip Tetris de tercera que jugabas en tu adolescencia —ni se te ocurra negarlo—, o la carrera de Melendi. La necesidad de encajar el control en los mandos de consola lo ha hecho todo más ágil, reduciendo al mínimo imprescindible el uso de los menús de personalización de arma y los poderes pasivos; aún están ahí, pero se usan menos. Mientras tanto, las habilidades realmente básicas, las de supervivencia, se activan con una sola pulsación de botón. El cambio te permite integrarlo todo al vuelo en una bellísima coreografía psicopática que, ahora sí, puedes improvisar sobre la marcha según la necesidad obligue. Ocultarse, esprintar, meter la pata en un ataque sigiloso y escapar saltando sobre un autobús es posible y ahora se hace de una forma muy natural. Estos estilizados combates suelen tener lugar en espacios abiertos unidos por segmentos más lineales en los que se avanza en la trama mediante conversaciones y scripts: reconocerás esos momentos como la lechuga estúpida y aburrida en la ensalada de nanohostias que es cada plaza, calle o azotea en la que se abre un poco el horizonte. Son sandboxes a pequeña escala que te permiten experimentar con los enemigos de la misma manera en la que lo hacías en la precuela, solo que de una forma más fluida y sin costuras. A cambio, es cierto, se pierde un poco de la libertad que permitían los espacios más grandes del original; es un sacrificio asumible que incluso Benjamin Franklin habría aprobado si hubiera recibido noticias de la existencia de Crysis ((«Los nanotrajes son lo puto mejor.» —Benjamin Franklin, Pennsylvania, 1772.)). Extraño como suena, la IA bien puede ser lo peor del juego, y es que los enemigos reaccionan de formas extrañas, padecen de bugs inéditos en un producto de Crytek y en general son muy precisos pero no listos, algo curioso viniendo del estudio responsable de Far Cry, un juego publicado en 2004 cuyos enemigos humanos tenían un comportamiento muy natural, siendo «natural» el mejor adjetivo posible para una IA. Quizá sí se podía quitar demasiado de Crysis al fin y al cabo, y aunque la mayor parte del tiempo la carne de cañón actúa de forma convincente es una lástima que en momentos aislados un betatesting incompleto empañe un combate tan fabuloso. Son realmente unos tiroteos adictivos como Sugus de piña espolvoreados con polvo de ángel, y el mérito no se reduce a la variedad táctica sino a otros detalles como el peso de las armas, un control suave y una contundencia fantástica de los efectos de sonido o, dicho de otra manera, el feeling; cosas esenciales que descuidan siete de cada diez FPS y que Crysis 2 clava. Decía antes que buena parte del juego sigue un esquema espacio abierto -> pasillo -> espacio abierto que reparte nuestro tiempo entre la pandilocura y las charlas, con una afortunada predominancia de las primeras. Las conversaciones son siempre monólogos en los que alguien nos dicta objetivos o nos expone algún dato imprescindible, sólo lo justo y necesario, para entender la historia, todos ellos en perfecto español gracias al doblaje grimoso habitual. En honor a la verdad, Crysis 2 tiene momentos narrativos impactantes, pero suelen tener más que ver con la escenografía y la acción que con el argumento, que es al tiempo insípido y muy jodido porque no acabas de entender qué estás haciendo o porqué, o hasta dónde llega la relación con su precuela; es el resultado natural de jugar a ser misterioso cuando por un motivo u otro no eres capaz de hacerlo bien. Ocurre que los espacios en blanco no azuzan tu curiosidad —Half Life 2, el Caso Ruby— sino que incordian mucho y te dan ganas de meter la cabeza en una papelera —El Barco—. En cualquier caso va como sigue: una invasión alienígena en Manhattan te mete a ti, marine de saldo, en una misión cuyo fin es rescatar a uno de los dos personajes con peso en la trama, un doctor cuyo nombre no recuerdo que debemos mantener vivo y coleando por una razón que ahora mismo se me escapa. Algo se tuerce en el minuto uno y tardas muy poco en caer dentro del famoso nanosuit por razones ajenas a tu voluntad: las similitudes con El Esmoquin son estremecedoras, si bien Crysis 2 es una obra menor. Es imposible ignorar el peso que tiene ese traje en todo el juego. A lo largo de la campaña vemos que debido a que oculta por completo al que lo lleva y que Alcatraz, que así se llama el protagonista, es un hombre con tan poca personalidad y cualidades que haría llorar de envidia a Musil, los NPCs nos confunden constantemente con su anterior dueño; somos, en pocas palabras, sólo un puto traje. Desafiando toda lógica científica es capaz de absorber material orgánico alienígena y convertirlo en nuevas habilidades si has ahorrado lo suficiente ((En Independence Day, Jeff Goldblum también conseguía conectar su Mac «OS Classic» a la nave nodriza enemiga sin mucho problema. Si algo podemos sacar en claro de ésto es que llegada a un punto determinado de su evolución tecnológica, toda civilización toca techo en cuanto a interfaces se refiere con el puerto USB.)). Si lo piensas bien, hablamos de una pieza tan sofisticada que convierte a su poseedor —de aquí en adelante, el relleno— en un candidato digno a salvador del mundo independientemente de sus aptitudes. Eso es más de lo que pueden decir las armaduras de Metroid, Halo o Vanquish, aptas solamente para personal cualificado y con esquemas de colores menos sufridos. En todo caso no hemos venido aquí a hablar de juegos: estamos aquí por los shaders. La primera señal de que el CryEngine 3 sí funciona bien en consolas ((La versión analizada es la de Xbox 360, por cierto.)) aparece a los pocos segundos de empezar, cuando el submarino en el que viajas es atacado y se encienden las luces de alarma. Aunque la primera impresión no es mejor que, digamos, Killzone 2, hay un cambio profundo de tono porque la tecnología detrás de la iluminación es una maravilla. Desconozco en qué medida está generada en tiempo real o precalculada, cuántos focos de luz soporta y si será fácil conseguir los mismos resultados en otros juegos por parte de otros equipos desarrolladores. En realidad no entiendo siquiera la mitad de la frase que acabo de escribir, pero sí puedo decir que en Crysis 2 la luz es sólida, tridimensional, llamativa pero no efectista a la manera del Unreal Engine 3. A medida que pasan los niveles y las horas del día, el juego también atraviesa estados de ánimo diferentes, melancólicos o esperanzadores en la medida en que lo permite su chusca narrativa. Aunque es indudable que todo esto tiene mucho mérito, abrir el juego con un sello de «Achieved with CryEngine 3» es imperdonable. Se dice que la naturaleza multiplataforma del nuevo motor hace que su versión para compatibles sea peor que la anterior. No puedo dar mi opinión sobre el tema —el PC en el que probé Crysis era bastante más potente que una Xbox 360—, pero tiene que resultar molesto jugar a la nueva entrega mientras piensas en lo bien que debería verse en un engine mejorado durante estos dos años. Supongo que tendrán que enjugar sus lágrimas en los kleenex que tienen siempre a mano. Mientras tanto, los prepúberes deficientes mentales jugadores de consola deberían sentirse extáticos por la llegada a sus sistemas de un motor tan burro como éste, si es que Crytek consigue licenciarlo. Aún sabiendo que el juego explota incontables truquillos gráficos y que hay trabas que nunca podrá superar, como el tamaño de las texturas, puedo prometer y prometo que es lo mejor que he visto en esta generación con una cabeza sobre el resto. Quizá Uncharted 2 tenga una apariencia aún más definida, pero es un juego más estático en un entorno más controlado, por así decirlo. Crysis 2 tiene vistas realmente enormes, un detalle cercano asombroso, animaciones suaves y efectos muy logrados y en casi todo momento se mantiene fluido. No es sólo el aspecto del juego, sino que da la impresión de que aún se guarda una velocidad más que veremos con el tiempo. Como ocurre con el bigote de chiconuclear, bajo una apariencia aparentemente inmejorable sientes que acecha algo fiero. Recapitulemos: argumento traído por los pelos, cheque a nombre de Hans Zimmer, graficazos. El cuarto elemento que lo identifica como un FPS con probabilidades de recuperar la inversión de la editora es un multijugador que fusile el de Modern Warfare con más ahínco que vergüenza. No estoy diciendo aquí que Call of Duty 4 haya inventado nada, pero sí fue el primero en ensamblarlo todo en el pastiche que es ya estándar del género. Crytek UK, los otrora gloriosos Free Radical ((Hago un aparte para recordaros que al hay un TimeSplitters 4 (achieved with CryEngine 3) en camino.)), han fusilado la mecánica de la saga de Activision —clases personalizadas, ascenso por niveles, perks, imágenes de jugador, etc.— de la misma forma en que nosotros fusilamos los textos de Destructoid. Basta decir que por defecto, la bonificación por una racha de tres bajas es activar un radar que muestra a los enemigos que no hayan escogido la perk de ocultación correspondiente. Con siete bajas, el equivalente alien a un helicóptero se pasea por el mapa disparando a los rivales que no estén resguardados. Es todo muy descarado. No pienses que porque parezca otro spinoff de la saga de Activision hablamos de algo montado con desidia: es un multijugador pulido y se pueden ver todas las horas de testeo que hay detrás. También se permite el uso de las habilidades básicas del traje, de forma que en todo momento puedes camuflarte o activar el escudo de la misma manera en la que lo haces en la campaña. Los mapas, todos diseñados con mucho mimo, suelen tener varios niveles verticales y ofrecen muchas alternativas para cualquier estilo de juego. Aunque todo esto debería traducirse en multitud de posibilidades tácticas, está largamente malgastado por un problema de ritmo: que hay demasiado. El problema de tener doce tíos superpoderosos luchando a la vez es que todo mapa se queda pequeño, y si has partido de unos escenarios del tamaño de los de Counter Strike sólo queda una velocidad, que es ir a toda hostia. Con semejante trajín se pierde el factor estratégico, y los jugadores que más bajas acumulan son siempre los que esprintan en todo momento mientras los demás, que avanzamos cuidadosamente camuflados, somos asesinados por la espalda centenares de veces. Tampoco hay un instante de calma para explorar recovecos del mapa o niveles a distinta altura: las distracciones, por breves que sean, equivalen a una muerte denigrante. En todo momento hay alguien, en algún sitio, apuntándote con mucho cuidado. Tal y como es ahora, satisfará más a aquéllos que echen de menos la hiperactividad de Quake III. Debería haber acabado este análisis el jueves, pero admito que la longitud del texto se me fue de las manos. Estos últimos tres días, en lugar de completar el texto he dedicado el poco tiempo libre que tuve a jugar. No a este, sino al Metroid Prime de GameCube. Samus también usa un traje especial, y es poco dada a hablar, y dispara alienígenas. Es difícil argumentar que sea un mejor juego que Crysis 2; en muchos aspectos es manifiestamente peor, o directamente malo. Si piensas lo contrario, recuerda los combates insulsos y la insufrible cantidad de backtracking que tuviste que tragar. Lo que es Metroid es una experiencia superior: la de encontrarte solo en un ecosistema ajeno —porque eso es lo que significa «alien»— en la acepción más profunda de la palabra. Como recordamos mucho mejor las sensaciones que las palabras y las imágenes, dentro de dos años tendré una impresión mucho menos vívida del shooter de Crytek que de estas tres o cuatro horas con de Retro; esos son los juegos que dejan una marca indeleble en el jugador. Crysis 2, con todas sus virtudes, es demasiado convencional, demasiado inseguro. Lo devorarás en tres o cuatro días porque eso es lo que ocurre con esta clase de juegos, que no exigen de ti nada más que tiempo. Pero no va a ponerte nostálgico. Al final de El Esmoquin, Jennifer Love Hewitt se da cuenta de que lo que cuenta de verdad es el corazón, no el traje. [8]