En Todos quieren a Daisy Jones, Taylor Jenkins Reid construye la historia definitiva de la música setentera. El problema es que es todo ficción. La novela, que se compone de una serie de falsas entrevistas a los miembros, amigos y colaboradores de la ficticia banda The Six, explora todos aquellos problemas y situaciones que los músicos más famosos de la época tuvieron que enfrentar alguna vez en su vida según el imaginario popular. Con la mirada puesta en documentar la exitosa gira que The Six realizó en compañía de la musa y artista Daisy Jones, el libro nos remite a los primeros años de Creedence Clearwater Revival y las riñas entre los hermanos Fogerty, a las violentas gamberradas de The Who y a los escándalos empapados en champán rosado protagonizados por Edie Sedgwick. Todos quieren a Daisy Jones absorbe los vaivenes estilísticos de Eric Clapton, la rehabilitación de Elton Jones y la retirada de Paul McCartney a una aislada granja en Escocia junto con su mujer Linda. No es una buena novela, pero es una lectura muy interesante. Lejos de buscar humanizar a los grandes iconos de la música a través de sus personajes, Reid intenta crear a los ídolos definitivos; a los más brillantes, deseados y trágicos. A los más carismáticos. A unos músicos que solo pueden existir en las revistas y en la mirada nostálgica de millones de seguidores. A los dioses de la cultura pop más plástica, colectiva y popular.
Todos quieren a Daisy Jones funciona porque nos cuenta una historia que todos conocemos, que todos creemos, sobre la llegada al estrellato de unos chicos talentosos y humildes que luego no supieron manejar la fama. Un relato sobre una chica rica tan magnética que era capaz de definir la moda de toda una época con los outfits de sus resacas. Porque habla de la autodestrucción que acompaña al éxito, y la desgracia de conseguirlo todo a cambio de renunciar a nuestra humanidad; la novela de Reid es Historia del Rock y reúne todos los temas que han acompañado al género en los últimos 50 años. Es Historia de la Música porque absorbe todas las inquietudes del público y es un entretenimiento satisfactorio porque las refleja tal y como queremos verlas. A Musical Story hace algo similar. Comienza con la historia de una banda que podría ser cualquier banda del mundo. Con unos chicos criados en barrios trabajadores para los que la música es un escape a ciertos tipos de abuso. Y los pone en movimiento. Los sumerge en un viaje hacia la promesa que supone la fama.
Dejando de lado el cambio de medio, la principal diferencia entre A Musical Story e historias como la de Todos quieren a Daisy Jones e incluso Dewey Cox: Una vida larga y dura, se encuentra en que el equipo de Glee-Cheese Studio quiere remitirnos constantemente a lo conocido pero sin olvidar la parte más humana de los personajes, ni glamurizar sus tragedias. En su vertiente más narrativa, A Musical Story es una propuesta compuesta por viñetas de relativa complejidad en las que el consumo de drogas o el pasado de los personajes son algo más que un componente estético. El romance, los celos y las rivalidades entre los miembros de la banda se presentan como situaciones reales y no como tramites obligados dentro de la narrativa. Sin embargo, A Musical Story es también un juego de ritmo. Y es en la parte jugable en la que en la que Glee-Cheese Studio no termina de acertar.
Para avanzar entre los capítulos y las viñetas de A Musical Story, el juego nos exigirá superar correctamente una serie de riffs de guitarra, batería o teclado a través de sus diferentes canciones originales. Como toda su banda sonora funciona como un disco conceptual, es relativamente sencillo, si tenemos buen oído, memorizar los diferentes motivos y entender su evolución a lo largo de las canciones. A la hora de jugar, el título nos presenta una serie de compases circulares en el que aparecerán las notas que tendremos que marcar con los gatillos. Aunque solo usamos dos botones durante la partida, el juego mezcla diferentes tipos de notas (cortas, largas, rápidas, dobles…) para añadir diversidad en lo que también quieren ser viñetas jugables. Sin embargo, lo que parece ser una buena idea, interesante tanto desde el punto de vista musical como desde la perspectiva del diseño, acaba siendo muy molesto para los jugadores. Por su concepción, A Musical Story puede ser frustrante tanto por su sencillez como por una obtusa dificultad.
A diferencia de lo que presentó en su primera demo, de cara a su lanzamiento definitivo A Musical Story ha añadido varias opciones progresivas para guiar al jugador en aquellos momentos en los que se quede atascado. Además de ser bastante generoso con el tiempo que nos da para marcar las notas, el título ha incluido indicadores visuales que se desbloquean con nuestros fallos y que van desde una iluminación sutil a los lados de la pantalla para indicarnos el ritmo de cada gatillo, hasta un puntero blanco que nos señala el tempo en el propio compás. Y aunque todas estas son soluciones excelentes, por un lado se disparan demasiado pronto, alejándonos del ritmo, mientras que por otro no funcionan cuando la dificultad la encontramos en la primera nota; cuando fallamos porque entramos demasiado pronto o demasiado tarde y la situación de la nota pisa justo al inicio del improvisado compás.
En otras ocasiones, es la excesiva generosidad en los tiempos para marcar las notas lo que hace el juego inesperadamente dificil. En varios momentos de ritmo rápido, en los que varias notas simples son seguidas de notas dobles, un pequeño retraso podrá activar ambos marcadores, produciendo un fallo en la nota doble. Aunque no es algo suceda de forma habitual, esta situación no es solo frustrante sino rupturista, ya que rompe con el flow explícito de la propuesta, que pasa por no detenernos demasiado tiempo en ninguna de las breves viñetas.
Es una pena que la interesante apuesta artística, narrativa y sonora de A Musical Story quede tan lastrada por lo que debería ser el centro de la experiencia. Cuando la propuesta de Glee-Cheese Studio funciona bien es fácil fluir entre sus imágenes y sus motivos musicales, abrazando nuestros errores como parte de la propia actuación. Sin embargo, justo en su centro, entre su expresivo comienzo y su brillante final, el título entra en un terreno obtuso en lo jugable y monótono en lo narrativo, que lastra la experiencia haciéndola menos memorable, mucho menos disfrutable, de lo que debería. No cabe duda de que los desarrolladores han creado alrededor de un tema que conocen y que les interesa pero quizás, en lugar de innovar, deberían haberse fijado más en propuestas más clásicas dentro de los juegos de ritmo. Mirar a la historia de la música no solo desde la perspectiva de las imágenes y las anécdotas, sino desde dentro de los juegos que ya nos han hecho disfrutar.
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Descargué en su momento la demo con muchas ganas, porque la propuesta era realmente prometedora, pero lo que me encontré era totalmente anodino. Parecían dos juegos separados que habían tratado de unir a martillazos. Una pena.
Ojalá We Are OFK salga bien.
Qué pena que esto haya salido regular, con la tremenda temática que toca…
@martatrivi , sobre el libro, creo que la autora dijo que se inspiró en Eagles. Hay referencias directas en el juego a bandas reales, en la historia o en la banda sonora? Todas las canciones jugables se han compuesto expresamente para el juego?