Análisis de Alan Wake

La página en blanco es un enemigo común. Un rival difícil, ya seas un chaval que escribe sobre videojuegos en un blog, una talentosa desarrolladora finlandesa o un escritor de best-ellers pasando una mala racha. Uno intentará arrancar con tópicos y comparaciones, esperando ganar en fluidez una vez superada la introducción, el otro pensará que «total, si lo termino en seis años tampoco pasa nada» y el último intentará cambiar de aires, pasando un tiempo con su mujer en la típica casa junto al lago. Y todos se encomendarán a San Whisky con hielo, patrón de la inspiración. Para los más despistadillos, estoy hablando de un servidor, de Remedy Entertainment y de Alan Wake, respectivamente. Poco importa todo lo anterior. Un juego empieza cuando ves la pantalla de título y eliges un nivel de dificultad. Difícil, en mi caso, porque no sabía que desbloquearía Pesadilla después. Destripando sólo lo justo y necesario, Alan Wake cuenta la llegada a Bright Falls del escritor homónimo y su mujer. Ella pensaba que unas vacaciones ayudarían a Alan, incapaz de empezar con su próxima novela, pero no contaba ni con su desaparición ni con la presencia oscura que está poseyendo a los habitantes del pueblo. A medida que la cosa se va poniendo fea, este thriller muestra algunas de sus mejores cartas en personajes como Barry; el agente de Wake ((Acertadísimo en su papel Salvador Aldeguer, la voz castellana de Martin Lawrence. También él dobla a Evan Handler, el agente de Duchovny en Californication. Y sí, la voz de Hank Moody en nuestro país es la de Lorenzo Beteta, que dobla a Alan Wake. Curiosamente, escritor y agente lo hacen en el juego (se puede poner en inglés cambiando el idioma de la consola, pero esta vez la decisión no está nada clara) mucho mejor que en la serie.)), aporta humor al juego y vida a su mundo. Cuando el conjunto gana en humanidad, en emociones —positivas o negativas— uno ve de forma evidente el potencial del proyecto, se intuye dónde se habría podido llegar con un poco más de profundidad en ciertos aspectos. Lo más peculiar y destacable de Alan Wake es tal vez su presentación, entendida como suma de narrativa y estructura. Para empezar, el oficio del protagonista no es para nada anecdótico. Por una parte, Alan hace de narrador mientras jugamos, hablando en pasado, de una forma más que efectiva. Además, encontramos en el camino un montón de manuscritos que explican, matizan o amplían la historia, pero no necesariamente en el orden que nosotros la vivimos. Tienen bastante importancia y acaban siendo de los mejores detalles del juego, por el modo en que te hacen pensar en lo que vendrá. Después tenemos una división en capítulos literal como nunca, de modo que cada uno tiene su cliffhanger al final, su logo y su música y, justo a continuación, su «anteriormente en Alan Wake». En los primeros episodios pulsas el botón B para pasar al siguiente como lo haces cuando empiezas tarde a ver la primera temporada de Lost. Hacia el final, te lo piensas un poco y la inercia te empuja más que la curiosidad, como en la tercera temporada de Prison Break. Sin embargo, la idea me parece cojonuda, no veo nada criticable en la linealidad que implica y le da mucha personalidad al título; es terriblemente coherente y justificado en el homenaje constante y para todos que es Alan Wake. Y es que el guiño a la televisión lo es también por el rollo Twin Peaks y por Night Springs, la serie ficticia inspirada en La Dimensión Desconocida que podemos ver en el juego. Aparecen los nombres de todos los grandes de la literatura y el cine de terror, hay autoreferencias videojueguiles e incluso podemos escuchar, a veces, el programa de radio nocturno de la emisora local, que permite saber más sobre Bright Falls. El presentador, una especie de Woody Allen de la FM, habla con sus gentes y nos cuenta de sus fiestas aportando más de esa humanidad que decía antes, pero que ahora acaba en decepción. Y es que la parte diurna está totalmente desaprovechada; todo parece preparado para que Bright Falls tenga más vida de la que el juego le permite. Con lo que impresiona la llegada al pueblo y lo prometedora que resulta la visita inicial al bar de carretera. El día es siempre un mero trámite entre dos noches. Podía haber un toque de aventura gráfica, un airecillo a Shenmue —que sí está en la banda sonora—, algo más de diálogo… pero no. Alan Wake —juego y personaje— es ave nocturna: el 80% transcurre de noche y casi siempre, a pesar de cuevas y presas, en el bosque. Ahí está la esencia del título, lo que lo define a nivel de ambientación, magnífica, y sistema de juego. Si Sam Lake fuese un tío pedante, probablemente habría declarado que acaba de revolucionar la industria con un nuevo género; action survival horror o algo así. No lo ha hecho, así que etiquetar el juego vuelve a ser complicado e inútil. Te puedes llevar algún pequeño susto y, con las luces apagadas, estás algo inquieto en ciertos puntos, pero no es como para que se te escape nada. Ojo, tampoco es que seamos aquí Nathan Drake vistiendo una americana con coderas —por Dios, que vuelva a ponerse de moda—. Es más bien una mezcla de ambos mundos, unidos sabiamente por una mecánica de combate muy acertada. La oscuridad protege a los enemigos —aldeanos con hachas y hoces, pájaros como los de Hitchcock… y no mucho más— de nuestros ataques, por lo que primero hay que iluminarles lo suficiente, sea con la linterna, con bengalas o con focos, que aquí hacen de torretas. Entonces ya sí, toca vaciar el cargador sobre ellos. No hay mucho más, aparte de un movimiento de evasión de efectividad limitada, que es lo que el juego requiere; la cámara lenta cuando nos libramos de un cuchillazo por los pelos queda realmente bien, pero que Alan haga ese amago cuando nos ponemos a sprintar, con o sin poseídos cerca, no tanto. Aunque pueda parecerlo, yo no usaría la palabra shooter al hablar de Alan Wake porque la importancia del apuntado es casi nula; la interfaz del juego no invita a la precisión, no está pensada para que apuntes a la cabeza y aunque lo logres, no te servirá para ahorrar balas. La luz es más importante que el plomo, de largo, y hay tres tipos de linternas por un solo revolver (más un par de escopetas y un rifle de caza, eso sí). La acción no tiene mucho más secreto, ni falta que le hace. Es un sistema original y bien pensado, que cumple de maravilla durante casi toda la aventura. Sólo poco antes de terminar el juego —a mí me llevó unas diez horas— empieza a mostrar signos de fatiga y parte de la culpa la tienen sin duda unos puzles que aparecen sólo para saludar, las situaciones en las que conducimos, que tres cuartos de lo mismo, y unos momentos casi-plataformeros muy puntuales y bastante catastróficos gracias a un salto impreciso, ortopédico, que sirve sólo para morir más de la cuenta y que yo habría eliminado directamente. Eso, junto con un par de tramos que parecen demasiado estirados, se traducen en un ritmo un pelín errático que al final tiene problemas para disimular la falta de variedad. Trabajando un poco más en las horas de sol, repito, creo que se habría solucionado esto. Hablando de fallos, vamos al gordo: el final. Seguramente acabará teniendo sus defensores, pues si algo hay de acertado en él es que se presta a la discusión en foros —¿qué hace ese tío en la ventana?—, pero a mí me pareció cutre y mal llevado. Y lo peor de todo es que a mitad de la partida ya empiezas a tener claro que la cosa no se va a resolver de un modo satisfactorio. Una verdadera pena, sobre todo teniendo en cuenta que Alan Wake comienza con una cita de Stephen King muy apropiada para lo que podría haber sido un desenlace más inteligente. Habrá que ver qué pasa con el DLC, pero de momento digo «meh». En el otro extremo estaría el apartado técnico, con una iluminación sublime —cuando no es cien por cien realista es que está haciendo de HUD—, unos efectos increíbles y unos entornos detalladísimos. Hay que ver lo mucho que ayuda una niebla bien hecha y qué gustazo da entrar en una caseta y comprobar que cada viga, cada silla llena de polvo, proyectan justo la sombra que les toca por la posición de nuestra linterna. Lo mejor que he visto en una consola en ese sentido, seguramente. También los personajes lucen bien, sobre todo gracias a unas buenas texturas para los distintos materiales y a la personalidad que se les ha dado desde lo artístico. Hay de todo en cuanto animaciones —el movimiento de la boca es realmente extraño cuando Alan activa el modo marioneta— y físicas, con varios errores provocados por el salto; razón de más para que considere que sobra. Sin quejas importantes, a pesar de todo, por el framerate y la resolución. Sí me fastidia un poco más que las cinemáticas no sean en tiempo real; no dejan ver hasta dónde podría llegar el motor gráfico de Remedy y además tienen una compresión bastante bestia. Como sucedía en Max Payne, el peso de Alan Wake recae en el modo de contar la historia, en el sistema de combate —pese a no tener nada que ver— y en el carisma de su protagonista. Eso era más que suficiente en los bajos fondos de New York, unos cuantos años atrás, pero no tanto en Bright Falls y a día de hoy. Alan Wake es una experiencia totalmente recomendable, un título muy personal, en cierto modo casi experimental, que deja la franquicia en un lugar bastante cómodo: nadie pondrá en duda su calidad, pero hay espacio para la mejora de cara a una más que posible secuela. Ha resultado ser un muy buen título, pero uno más, al fin y al cabo, que no necesita justificar su tiempo de desarrollo y al que no debería corresponderle el papel de referente en un catálogo descuidado durante un trimestre largo. Nada de esto hace que el juego sea peor, no obstante; de eso se encargan la falta de profundidad en ciertos aspectos, una duración escasa y aun así ligeramente artificial y un argumento que no está a la altura del guión que lo adorna. Curiosamente, después de tanto miedo al DLC y al formato episódico, pienso que este Alan Wake saldría beneficiado con una distribución digital por capítulos, con una duración de unas ocho horas y a un precio total de 30 euros. [8]