Análisis de Alien: Isolation

Desde los primeros comentarios en el aciago análisis de Aliens: Colonial Marines supe que aquella metáfora sobre accidentes en fosas sépticas —los intentos fracasados, uno tras otro, de hacer justicia a la saga Alien en los videojuegos— iba a perseguirme durante mucho tiempo. Los chascarrillos al respecto de aquello no han dejado de saltarme a la cara, como una maldición cíclica, un sambenito maloliente que ponía en duda mi humanidad. Sabía que, como en tantas otras ocasiones hasta hace algunos años, solo SEGA podía solucionar mis problemas, y con este nuevo descenso al abismo titulado Alien: Isolation, encargado a un estudio que lleva década y media haciendo juegos de estrategia, la multinacional japonesa se hacía una apuesta arriesgadísima que si salía mal podía hundir su prestigio un poco más y condenarme a mí a revivir la misma anécdota negra (o marrón) hasta el fin de los días. Y si salía bien podía sacarnos a los dos del agujero (o la fosa) y plantear un nuevo principio, algo sobre lo que construir un futuro mejor para la franquicia Alien y para mi reputación como juntaletras.

Gracias a Dios, eso es lo que ha sucedido.

Mientras la gran mayoría de videojuegos basados en la licencia parecían obsesionados con la secuela de James Cameron, quizá la más fácil de extrapolar a este medio de gatillo fácil y fantasía ultraviolenta, la cinta original de Ridley Scott quedaba siempre relegada a un segundo plano. Como si Alien solo fuesen los cimientos de la casa pero la verdadera diversión estuviese en el salón, Aliens el regreso. En Creative Assembly, donde no han hecho un FPS en su vida, tenían claro que en ese género tan saturado es demasiado difícil inventar algo, así que tomó la decisión más inteligente posible y empezó a respirar cada segundo de Alien como si su secuela jamás hubiese existido. Alien: Isolation, de hecho, tiene lugar quince años después de la película de Scott y cuarenta y dos antes de Aliens, así que técnicamente los rifles de pulsos y los “¡Aléjate de ella, puerca!” todavía no han sucedido.

Cuando digo que sus autores han respirado Alien, no es una exageración. La forma en que Isolation trata de recrear la particular estética de la primera película va mucho más allá de lo habitual en este tipo de adaptaciones. Isolation y Alien no tienen en común ni un solo escenario (la Nostromo fue destruida) ni tampoco ningún personaje (encarnamos a Amanda Ripley, la hija de la teniente Ellen Ripley, en busca de alguna pista sobre la desaparición de su madre), pero el juego está tan bien integrado en el universo del filme que nos transporta inmediatamente a esa realidad retrofuturista, de pantallas de tubo verdosas, tarjetas agujereadas y botoneras llenas de lucecitas. Y tiene mérito porque se trata de una forma muy especial de entender la tecnología del futuro sin alejarse de los estándares de 1979, una suerte de neosteampunk industrial y funcionalista en el que Apple nunca existió.

La ambientación no solo es coherente hasta lo enfermizo con cada ángulo del mobiliario y con cada pilotito parpadeante, también es el mayor arma que Alien: Isolation es capaz de utilizar para agredir a nuestro sistema coronario. Incluso más que “la criatura”, como lo llaman algunos supervivientes de la estación espacial Sevastopol. Abandonados a su suerte, sin vehículos para huir y con un alien cargándoselos uno a uno, los humanos que quedan son víctimas de la ratonera en la que viven atrapados y también de su propia paranoia. Como en cualquier situación límite, las facciones no han tardado en hacer acto de presencia y los balazos vuelan en varias direcciones sin que como jugadores tengamos muy claro quiénes son los hostiles y quiénes no. Es otro factor de tensión a añadir a uno de los juegos que más a prueba han puesto los esfínteres del ser humano. Enloquecedores paseos en silencio por pasillos mal iluminados donde la niebla y los pequeños escapes de vapor entorpecen nuestra visión y se parecen de una forma que pone los pelos de punta al sibilar de algo deslizándose por conductos de respiración.

Oh, pero eso no es todo. Alien: Isolation es de los pocos entretenimientos audiovisuales capaz de abarcar un abanico de formas de terror completamente distintas. A la tensión perpetua de su atmósfera opresiva y húmeda se suman nuestros amiguitos, los androides industriales. La Weyland-Yutani siempre se ha caracterizado por cierta obsesión con una concepción muy humanista de los robots: sus autómatas siempre han sido una imitación detallada del hombre, desde Ash hasta Bishop, pasando por el bohemio metrosexual dickiano de Prometheus, David. Pero la empresa propietaria de la Sevastopol, la Seegson Corporation, es una competidora con mucho menos recursos, así que los sintéticos que utiliza para mantenimiento de su ciudadela espacial son en esencia maniquíes de ojos brillantes casi indestructibles. Sus frases amables con voz de locutor de anuncio contrastan con su avance implacable, su forma de acechar desde la distancia y sus hostias sobrehumanas. Son otro escalón de terror en la escala maligna de Isolation: una inquietud más urgente, un miedo del que podemos zafarnos pero que no se detiene ante nada. Y encima si les disparamos chorrean un angustioso líquido blanco. Escalofríos.

ISOLATION ES UN EXPERTO EN INYECTARNOS TERROR SIN HACER NADA. SUSURROS, SUGERENCIAS, CONCEPTOS QUE CREEMOS NO HABER OÍDO O VISTO PERO QUE PLANTAN EN NUESTRO CEREBRO LA SEMILLA DE LA QUE NACEN HORRORES.

Y por fin llegamos a la princesa del baile, una señorita de dos metros y medio y cráneo alargado a la que le encanta aparecer sin avisar y cuyo principal objetivo es brindarnos un último vals a nosotros, su príncipe. Y es que si desde aquel encontronazo final de una Ellen Ripley en braguitas que terminó con su enemigo flotando en el vacío parece que la férrea heroína y la criaturita tienen una relación íntima y personal en todas sus películas, parece que Amanda y el cazahumanos de la Sevastopol también van desarrollando cierto vínculo bizarro. La sensación de que el bicharraco está siempre cerca es palpable en todo momento, y sus apariciones para rompernos el pescuezo son imprevisibles. Literalmente.

El juego tiene clarísimo que no quiere caer en los sustos preparados ni las escenas scriptadas, y si para ello tiene que sacrificar parte de su accesibilidad, no duda en hacerlo. El alien aparece cuando él lo considera oportuno; puede que al disparar un arma o activar una alarma para distraer a otros enemigos, o puede que no, puede que al hackear una puerta nos topemos frente a frente con él al otro lado. Es un enemigo indestructible (con granadas podemos hacerle cosquillas), del todo letal (no hay forma de escapar si te atrapa) y muy dado a sorprender por la espalda. En Creative Assembly se han propuesto con tanta convicción dejarnos sin calzoncillos que hasta el sistema de guardado es manual, como en otros tiempos, lo cual refuerza la tensión y nos sube las pulsaciones durante los segundos que se toma, muy apropiadamente, el proceso de salvado.

He hablado de sacrificio, pero no es exactamente que el juego pierda algo por la decisión de convertir al alien en una fuerza errática de la naturaleza, sino que más bien se debilita su conexión con el jugador. La condición de inescrutable del xenomorfo puede provocar frustración cuando se den situaciones que no tienen solución, y esa frustración es fácil que lo saque a uno del juego. Hay momentos en los que la I.A. simplemente decide que vamos a morir y cuanto antes acepte uno este desenlace, con mejor ánimo enfocará el siguiente intento. No es deshonestidad, no es trampa; todo lo contrario: es el propio Isolation cediendo a la verosimilitud. Un descansito, una mirada a Twitter, una merienda improvisada, una duchita o un paseo corto con el perro y a enfrentarse de nuevo a las vicisitudes perversas distribuidas por la Sevastopol. Cero dramas.

Isolation no puede presumir de una narrativa especialmente lúcida, aunque al igual que la película cuenta más por lo que rodea a la historia que por lo que sucede ante nuestros ojos. Los restos de la comunidad de colonos en la que hurgamos nos cuentan una historia de decadencia, de angustia, de aislamiento, de abusos corporativos y de ambiciones de poder en las altas esferas de la compañía. Los lugares comunes recuerdan a los salones en ruinas de BioShock y en terminales y grabaciones (los maravillosos magnetófonos de 2137) nos ilustran con información emergente sobre cómo aquella pequeña civilización se resquebrajó de puro miedo.

Alien: Isolation es uno de los juegos más terroríficos, en un sentido amplio e inclusivo de la palabra, que jamás se hayan publicado. Quizá no sea perfecto, quizá demasiado largo y en ocasiones desprenda cierta sensación de estar estirando el chicle de forma deliberada, quizá el hecho de que sea casi obligatorio avanzar a hurtadillas haga la experiencia más lenta y tensa de lo saludable. Pero tanto en cuestión de puzles como de mecanismos recursivos (el hackeo de compuertas, por ejemplo) las decisiones de diseño parecen de lo más acertadas, y la apuesta por un xenomorfo del todo incontrolable es quizá lo más valiente y encomiable de todo el juego. No sé si en el espacio alguien puede oír mis gritos, pero mis aplausos no se los puedo negar. [9]