America,
truck yeah!

Hay noches intempestivas en las que mi hijo de dos meses y medio es incapaz de quedarse dormido. No importa que le cante nanas, que encienda ese aparato que proyecta estrellas en el techo, que lo meta en mi cama, que lo meza en su pequeña tumbona o que lo coja en brazos y recorra el pasillo mil veces. Si aún no he llegado al viejo método de echarle whisky en el biberón (o mi versión: comprar una bombona de camping gas, colocarla en su mesilla de noche y dejar la llave diez minutitos abierta) es porque hay una estrategia que nunca ha fallado hasta ahora: pasearlo en su cochecito. Por donde sea, no importa: pero que las ruedas giren y se produzca un movimiento continuo. Una madrugada hubo que tirar de abrigo y gorrito de lana para afrontar el modo difícil de esta actividad tan llena de surrealismo y paciencia, hubo que salir a la calle en pleno mes de enero y dar la vuelta a la manzana, susurrando ruiditos extraños, en zapatillas y empujando un carro de bebé a las tres de la mañana, como un loco disfuncional. Pero funcionó. No tengo ni idea del motivo, pero siempre funciona.

Ahora, con cerca de treinta horas invertidas en American Truck Simulator, saboreando el monótono rugir de la maquinaria, disfrutando de los cambios de luz al transcurrir las horas, con el control de crucero activado y el cerebro a medio apagar; ahora sí, decía, creo que empiezo a entender mejor a mi hijo.

Y es que hay algo muy relajante en transportar un cargamento de neumáticos desde Las Vegas, Nevada, hasta Sacramento, California; algo difícil de describir pero que podría compararse remotamente con el ejercicio de mantener un jardín zen: no hay nada creciendo ahí, no hay ningún tipo de margen riesgo-beneficio, nada se va a morir si no lo riegas; solo debes preocuparte de hacer ondas en la arena, de dibujar círculos en una clara regresión a la infancia y las tardes jugando con la tierra del parque o la playa, escuchar a los pajarillos alimentando a sus polluelos en los árboles cercanos, sentir el viento en la cara y serenar la respiración.

En American Truck Simulator lo más importante no es tu éxito como camionero empleado o como emprendedor con oficina propia y conductores a tu cargo e hipotecas draconianas amenazando con caer sobre ti con todo el peso del capitalismo si planificas mal tus jornadas. Puedes, sin duda, tomártelo como una simulación empresarial y trazar objetivos relacionados con la expansión de un emporio del transporte, o incluso activar todas las opciones de máximo realismo y fantasear con un camión auténtico tirando de volante para juegos de carreras, asiento de rally y tres pantallas.

Pero para la plebe, para los que no devoramos simuladores como si fuesen Lacasitos ni exigimos que hasta los cambios de rasante o el mantenimiento de los niveles de aceite sean importantes, la experiencia Truck Simulator es una maniobra de escapismo. Un entretenimiento basado en evadirnos del mundanal ruido, una manera de disfrutar de la música, el paisaje y la vida contemplativa, cumpliendo tareas poco exigentes y llevando a cabo viajes sin excesiva urgencia.

Nos reencontramos con la gente de SCS Software, que nos obsequiaron con la muy necesaria existencia de Euro Truck Simulator 2 hace casi exactamente tres años, benditos sean ellos y todas sus familias, para lo que algunos consideran una especie de secuela y al final resulta que es más bien un spin-off, un paso lateral. En concreto, un paso de 9.000 kilómetros hacia el oeste, al otro lado del Atlántico y en la costa más lejana de Estados Unidos. American Truck Simulator lleva en el título la ingenuidad de un niño ilusionado, porque lo que sin duda acabará siendo un mapeado de casi toda Norteamérica de momento son solo dos estados de cincuenta. Eso sí: el segundo y el séptimo más grandes de una geografía especialmente gigantesca en superficie, y con un ambiente muy familiar y reconocible. El hecho de que el juego sea exactamente igual que Euro Truck Simulator 2 —en términos de interfaz, solidez gráfica y detallismo urbano y natural—, solo que en otro lugar, podría suponer una decepción para quienes esperaban un salto de calidad fruto del sorpresivo éxito de la edición europea. Y en realidad tienen razón, pero el cambio de localización tiene mucha más incidencia en las partidas de lo que uno podría pensar.

Para empezar, la frase “eres más grande que América” no tiene nada de gratuita. Y no me refiero solo al perímetro de sus fronteras: las atestadas comunicaciones, circunvalaciones sinuosas y rotondas metropolitanas de Europa desaparecen aquí para dar paso a amplias extensiones de desiertos y maizales, con cielos que dan la sensación de ser más abiertos y más azules, más despejados; las carreteras a menudo son muy rectas y muy largas, con rutas solamente alteradas por algún adelantamiento atrevido, excitantes manadas de matojos rodantes cruzando el pavimento, alguna multa por exceso de velocidad o por dejarnos los faros apagados. El factor relajante de su predecesor es aquí más acentuado y fresco, y se le suma una mayor facilidad para generar lo que podríamos llamar “momentos truck simulator”: circular en plena noche cerrada por una carretera solitaria junto a unos cañones y ver como en el horizonte se alzan las luces de Las Vegas, horas antes de que lleguemos para descargar en un taller de las afueras, mientras a través de la KKLZ de la 96.3 FM en el estado de Nevada, Frank Sinatra canta Strangers in the Night como bienvenida a la que sin duda debió de ser su segunda ciudad favorita. Impagable.

Y es que las radios vuelven a tener una importancia capital en la experiencia. Si bien podemos volcar en una carpeta del juego nuestros archivos de música, audiolibros o podcasts, creo que parte de la gracia está en surfear la frecuencia modulada (en realidad son radios de internet, evidentemente, pero no me saquéis de mi fantasía camionerística) e ir escuchando las noticias, música clásica, versiones de los Beatles o grandes éxitos del rock según nos pida el cuerpo en cada momento. Es el nivel de compañía exacto que requiere la experiencia: igual de poco exigente que la conducción y totalmente lineal, sin pérdida ni complicación posible. Sin las radios, el juego caería fácilmente en el tedio y la irrelevancia más absoluta, y dejaría de ofrecernos este viaje sosegado pero ameno.American Truck Simulator es un juego para gente sin prisa, jugadores dispuestos a ver y escuchar sin carreras ni salvajadas al volante, para momentos de despresurización y relajación tras un día de estrés. Si uno cree en el romanticismo sórdido del camionero con gorra y tatuajes baratos quizá sepa disfrutarlo incluso a más niveles, pero su mayor milagro como producto es, desde luego, que en ningún momento tengamos la sensación de estar perdiendo el tiempo con él. No como otros. 

[ 8 ]