No podía dormir con el armario abierto, ni con una extremidad fuera de la cama, ni sin que la sábana me cubriese hasta las orejas. El ruido del desagüe de la bañera me hacía huir despavorido y la vecina de enfrente tenía en su salón, sobre una peana dorada, uno de esos horrorosos colmillos de elefante falsos que me inquietaba por algún motivo que nunca llegué a descifrar. ¿Apagar la luz del pasillo? ¡De ninguna manera! Y ya ni hablemos de dormir en casa ajena, donde los quejidos normales en un edificio eran señal inequívoca de que algo maligno y aterrador venía a por mí. Cuando escribió aquello de «el sueño de la razón produce monstruos», a Goya se le olvidó considerar que los verdaderos terrores de la noche salen con más facilidad de la cabeza, con el raciocinio todavía a medio formar, de un niño solo en la oscuridad.
Los noruegos de Krillbite Studios dieron hace tres años con un auténtico filón conceptual, una de esas ideas que a uno le sobrecogen y le entusiasman y le hacen preguntarse cómo es que a nadie se le ha ocurrido esto antes. Encarnando el inestable cuerpecito de un bebé de dos años, recorremos las estancias de una casa a oscuras, iluminada solamente por los relámpagos ocasionales de una tormenta que proyecta figuras amenazantes a través de las ventanas. Hay algo en la casa, merodeando, buscando en cada esquina, algo que acelera el pulso del joven protagonista y deja rastros de barro en la moqueta; algo probablemente abominable, malévolo y hambriento de tiernos muslitos de bebé. A nosotros nos toca avanzar por la casa, un entorno algo agreste para a alguien de noventa centímetros, tratando de pasar desapercibidos para esa presencia que se intuye feroz y violenta.
Esto es más o menos lo que ya sabíamos. Lo que no teníamos claro es si los autores de Among the Sleep serían capaces de desarrollar esta idea hasta construir un buen juego a su alrededor, algo que valiese la pena explorar, con una historia, un contexto y alguna forma de insuflarle variedad a jugar al escondite con un monstruo de ojos blancos. ¿Lo han conseguido? Pues sí… y no.
Por un lado en Krillbite han tenido la habilidad de sacarse de la manga un esqueleto narrativo, una razón por la que todo sucede y una interpretación lógica y realista para el hecho poco probable de que un bicharraco dedilargo persiga a un niño por los rincones de un chalé. Todo tiene que ver con la interpretación que el bebé hace de un conflicto doméstico, algo que termina por revelarse hacia el final y que, aunque interesante en su enfoque, acaba resultando muy previsible. El hecho de que la madre no aparezca por ningún lado, las botellas rotas en la cocina, la nevera abierta… todo apunta en la misma dirección y esa sospecha se hace más clara y tangible cuando entendemos que el objetivo de nuestro recorrido es conseguir recuerdos plácidos e idílicos de la madre, momentos en los que su amor alcanzaba un pico y se quedaba grabado en la memoria como una fotografía. Blanco y en botella a los diez minutos de juego.
El juego es perfectamente consciente del decorado que ha recortado y pintado para nuestros ojos, y se le nota concentrado en accionar cada palanca y mover cada foco en perfecta coordinación para que la experiencia sea fluida, con un ritmo que nunca decae y un mundo sin puntos ciegos en el que además se han preocupado mucho de no lanzarnos sustos fáciles a la cara y que sea la atmósfera macabra la que plante la semillita del pánico en nuestro cerebro. Quizá su problema esté justo ahí, en lo que mejor hace: parece tan pendiente de los artificios y las sombras chinescas que se olvida un poco del resto. La prueba es que los puzles son los mismos de hace una década —reúne las piezas, pon un contrapeso, mueve esa silla— y la mecánica es mucho más difusa de lo que parece en un principio. Evitar a los monstruos a base de moverse y esconderse es solo una exigencia ocasional, y a medida que uno se aprende la gestualidad propia del juego se da cuenta de que la mayoría de veces ese tono amenazador, ese sonido de un cuerpo arrastrándose y ese «ay, ay, ay» no son más que los petardos de un niño en el patio de luces.
Among the Sleep es un juego estupendo, muy honesto en su propuesta y muy inmersivo en su ambientación, aunque tras todo este tiempo algunos quizá esperábamos un poco más. Con la orquestación de sus terrores perfectamente organizada, ordenada y escriptada, se va río abajo cualquier atisbo de rejugabilidad —su brevedad tampoco ayuda—; y con la sensación de indefensión más minimizada a cada paso, el juego acaba boicoteando parte de su propia idea, esa de calzarnos en los patucos de un bebé. Por lo demás, Among the Sleep tiene plena confianza en lo que hace, y sobre todo en el estilo muy marcado y visual con que lo hace, y por eso la experiencia acaba resultando satisfactoria para quienes lo esperábamos con ansia y muy satisfactoria, imagino, para quienes llegan a él con la mirada limpia de un niño. Eso sí: antes de jugar acordaos de mirar debajo de la cama. Y de cerrar el armario. [8]
Solo los usuarios registrados pueden comentar - Inicia sesión con tu perfil.
Sin duda las expectativas eran muy altas para este juego, al menos en mi caso.
Aun así tiene seguro que se va a disfrutar cuando le hinque el diente ^^
Interesante propuesta, la puntuación es bastante buena por lo que merece la pena probarlo. Buen análisis.
Yo lo probaré en PS4, pero visto lo visto no a precio de salida. Buen análisis, jran pinjed
sale ya esto? y para ps4¿
@mrmarston
Está en Steam, pero en PS4 tardará un poco más. Y será compatible con el Project Morpheus.
@pinjed
ostias! no lo sabia lo de morpheus, thanks!
Yo espero darle con las oculus cuando vuelva este verano a casa. Compraré pañales.
La premisa es la mar de original e interesante. bravo por ello.
lo cataré cuando tenga la ocasión
@pinjed
Estas cosas siempre que se pueda es mejor comprarlas en GOG, sale un tanto más barato (13$ < 13€ )
He visto algún gameplay y me ha sorprendido por esa inmersión. Sólo la parte de la cuna y los rayos ya te pone en cierta tensión (también es que soy de los cagones xD). Como siempre, buen análisis señor @pinjed
He estado jugando un poco y muy muy flojo.