Análisis de Assassin’s Creed Odyssey

En videojuegos, quizá por ser un medio joven en el que la narrativa se ha ido asentando hace relativamente poco, siempre se ha apostado por crear nuevos mitos y no tanto por mezclar la ficción con el pasado. Ha habido casos, claro, pero proporcionalmente no hemos tenido un reflejo claro de la ficción histórica en clave aventurera más allá del coqueteo casi obsesivo con la mitología, que al fin y al cabo daba como fruto la mezcla de nuevas y antiguas invenciones, imaginación moderna y clásica combinándose envueltas en escenarios a base de tópicos y convencionalismos estéticos adquiridos. No ha sido hasta la llegada de Assassin’s Creed que alguien con recursos, en este caso Ubisoft, se ha planteado aprovechar a través de los juegos toda esa pasión por la novela histórica. Pero la prevalencia de la mitología propia de su sus juegos (la batalla a través de los tiempos de Templarios y Asesinos, la tecnología del Animus, la reinterpretación de la prehistoria, el origen de la humanidad e incluso de lo relatado en la Biblia, y sobre todo la condición autoimpuesta de que todo es una simulación virtual de eventos acaecidos que permite a la franquicia mantener los pies en el presente) han trasladado siempre la impresión de que Assassin’s Creed era más ciencia ficción blanda que novela histórica, más Las alucinantes aventuras de Bill y Ted que Guerra y Paz.

En 2017, tras un descanso de dos años en el febril ritmo de lanzamientos de la franquicia, Assassin’s Creed Origins viajaba más atrás que ningún otro en la Historia (entrábamos ya en la era precristiana aunque solo fuese por cincuenta años) y abrazaba una reformulación estructural claramente inspirada en The Witcher 3 que le permitía aprovechar aún más la naturaleza expansiva de su mundo abierto. Pero también se invirtieron más recursos en su músculo historiográfico: el detalle en la ambientación los rasgos estéticos de la cultura egipcia y en general la verosimilitud de su mundo fueron el fruto de un mayor esfuerzo en la investigación y la representación de una época tan remota como fascinante. La voluntad divulgativa en el desarrollo creció hasta el punto de crear el famoso Modo Descubrimiento con la ayuda de sus egiptólogos, pensado para llevar el juego a las aulas y reutilizar esa recreación del Egipto helenístico como material escolar inmersivo. Fue el momento en que la serie Assassin’s Creed pudo empezar a alinearse, ahora de una manera más reposada y argumentada, con los usos y costumbres de la novela histórica.

Ubisoft vuelve a no apartarse ni un milímetro de sus planes de unificar varias de sus franquicias en una misma estructura reconocible que se pueda enfocar desde distintos géneros, en diferentes lugares y en diversas épocas. La plantilla se ve desde lejos: misiones secundarias con microhistorias complementando a las misiones principales, campamentos de bandidos, campamentos militares, puntos altos para activar el teletransporte, objetivos recurrentes (en esta ocasión los competidores mercenarios en una jerarquía que recuerda a una versión simplificada del sistema Némesis de Sombras de Mordor; y los cultistas de una secta que se van situando en el mapa según descubrimos su identidad al encontrar información), la superpoblación animal y los mapas hipertrofiados e infestados de pequeños iconos señalando tareas y puntos importantes. La famosa ansiedad del mundo abierto es susceptible de desplegar aquí sus alas como una polilla gigante y sumirnos en el abrazo de una oscuridad infinita.

Creo que lo más destacable de Assassins Creed Odyssey es también lo más universal: la arrebatadora belleza de su mundo, el majestuoso aspecto de los valles helenos bajo el sol del mediodía, los atardeceres sobre el Adriático. El juego muestra una propensión muy agradecida al paisajismo más hermoso y espectacular, y hasta los desplazamientos más rutinarios están llenos de encanto si uno ignora el tropiezo constante con la fauna (un problema muy de de los sandbox de Ubisoft: es imposible dar dos pasos sin cruzarse con un oso, tres lobos y una manada de alces circulando en unos pocos metros cuadrados) y se disfruta de las gemas naturales de las zonas rurales o escala el Partenón y contempla toda Atenas a sus pies. Es un juego extraordinariamente bonito que sabe aprovechar una materia prima de primerísima calidad y unas posibilidades técnicas privilegiadas.

También es un acierto Kassandra/Alexios, aunque los guionistas del juego aseguran que la mercenaria es la protagonista canónica, un personaje fresco, confiado, valiente y desenfadado con un carisma infrecuente en una franquicia demasiado dada a la los señores atormentados y de talante sombrío. Lo que ya no convence tanto es la historia que se ha tejido a su alrededor, a menudo perezosa y por momentos directamente absurda, en un claro intento por dar algo de sentido a lo que en realidad es un GTA en la Antigua Grecia. Tenemos hasta indicadores de persecución, con sus cinco cascos de alerta, e incluso podemos acostarnos con muchos personajes desbloqueando las opciones de diálogo románticas en un sistema sin relevancia que vuelve a recordar a The Witcher 3.

Y justo esa palabra, la irrelevancia, es la que mejor define los mayores defectos del juego. Hay una cantidad asombrosa de añadidos insustanciales y prescindibles, como un sistema de influencia militar que divide el territorio entre el dominio ateniense o espartano pero que no tiene ninguna incidencia en el mundo. Es una excusa para desbloquear esas contiendas multitudinarias (más de cientos que de miles) que se acaban cuando uno agota la barra de salud del bando contrario a base de buscar y matar a los capitanes enemigos, pero que no afecta en nada a la fisonomía social del territorio. Del mismo modo, otros añadidos son también excusas para mantenernos echando horas al juego sin una proporción clara de recompensa o motivación: la estructura de las misiones principales, a menudo estiradas en el tiempo de maneras poco elegantes, se pervierte aún más cuando uno se da cuenta de que las misiones opcionales no lo son del todo y que desentrañar la historia central exige largos períodos de grindeo, de cumplir objetivos basados en tareas repetitivas (despejar diez campamentos de bandidos, por ejemplo) que no se sienten como recursos narrativos para desplegar un poco más la idiosincrasia del mundo (algo que, puestos a inspirarse, habría estado bien tomar prestado a CD Projekt Red) ni para enfrentarnos a nuevos retos de dominio de mecánicas, sino sencillamente para obligarnos a ir aumentando de nivel hasta alcanzar el requerido para seguir avanzando en la historia. La clásica elección entre trama principal y secundarias —esa que le brindaba a uno la libertad para jugar la historia sin detenerse y luego, si apetecía, aprovechar el endgame para seguir completando encargos a placer— ha sido sustituida por la draconiana exigencia de invertir horas en ampliar estadísticas. Si uno está dispuesto a aflojar un dinerito, eso sí, siempre está la posibilidad de pasarse por la tienda del menú de pausa, pasillo de Ahorros de Tiempo, estantería de XP Boost, y comprar un buen multiplicador de puntos de experiencia que nos permita avanzar más rápido sin tener que pasar por el suplicio de… jugar al juego.