Análisis de Battlefield 3

Visto a cierta distancia, esto ha sido divertido. EA ha intentado de todo para combatir a la competencia por el flanco de la campaña individual —se sacó de la manga Bad Company y resucitó Medal of Honor, con desigual fortuna— cuando lo lógico era esperar, atrincherada, en el valle del multijugador; hacia allí lleva unos años dirigiéndose Call of Duty y es justo en esa zona donde DICE puede hacer más pupita.

Era el momento de recuperar Battlefield, el de verdad, para lanzar la gran ofensiva con una arma secreta. Una bomba nuclear, una Estrella de la Muerte, un Sulfato Atómico para sacar pecho en los desfiles militares del E3 y similares: lo puto Frostbite 2.

El impresionante motor gráfico de los suecos se luce, vaya que sí, en un producto dividido de forma demasiado evidente, pero que sabe lo que de él se espera: la campaña está en el segundo DVD de la versión para 360.

Lo individual es secundario y poco genuino en Battlefield 3, sí y también, pero muy disfrutable. La típica historia repleta de tópicos, con soviéticos buenos y malos, insurgentes iraníes y soldados americanos, contada más o menos como siempre. Lo hace el Sargento Blackburn durante un interrogatorio que va avanzando entre niveles, a golpe de cinemática, para presentar al resto de personajes controlables. No hay diferencias significativas entre ellos —¡Miento! ¡Hay una tía! Pero solo da un espectacular paseo en avión—, claro; todos son cómplices de la efectividad palomitera y se encuentran con retos bien colocados en puntos concretos de pasillos poco disimulados. Hay edificios que se derrumban, misiles que estallan a pocos metros de nuestra posición y QTE para acuchillar ratas. Todo orquestrado, todo dirigido, pero todo lo bastante espectacular como para pagar con gusto la entrada.

El control del ritmo no es tan perfecto como en los Modern Warfare y no todas las misiones tienen un desarrollo tan natural y variado como la primera. Sin embargo, cumplen las secciones encargadas de romper la monotonía —son ya como de la familia: la parte del tanque, la del sigilo, la del apoyo como francotirador…— y también los tiroteos típicos, gracias a un control ágil, al intachable diseño de las armas y a unos enemigos bien colocados, dirigidos por una IA correcta pero no sorprendente. A veces cansa lo de tener que esperar a que un compañero abra la siguiente puerta y en difícil fastidia especialmente el respawn del otro bando en unas pocas áreas, pero DICE ha conseguido su objetivo de imitar a quien quería mejor que nadie. Es fácil ver las limitaciones y lo es incluso más desear un término medio, una campaña que mezclara lo mejor de la obra de Infinity Ward con lo más destacable de Bad Company 2 —la destructibilidad es algo solo estético— y fuera, en definitiva, más coherente con la parte multijugador.

A nivel de presentación, eso sí, no hay rival. En la versión para PC, no tiene sentido alargarse mucho con esto, los gráficos están varios pasos más allá de lo visto hasta el momento: las texturas son de un realismo preocupante, las animaciones están tremendamente logradas y la iluminación es exageradamente buena. No mucho menos evidentes, y desde luego igual de importantes, son todos esos truquillos para que te sientas dentro del conflicto, que aquí se convierten en arte: filtros y efectos de todo tipo, esas manchas en la lente que tan bien conocemos los que solemos ir por ahí con las gafas sucias, movimientos bruscos de la cámara en explosiones, desenfoques, estelas en las luces… Fantástico, joder, entre otras cosas porque consiguen por fin que la noche sea algo tan espectacular como lo es en realidad.

Por aquí habría que meter también la dirección de arte —hay de eso en los juegos bélicos y es brillante en este caso, con algún momento Mirror’s Edge y todo— y del magistral sonido: el zumbido de las balas, pero también los llantos de algún bebé o la música en plan Mass Effect que suena en la cámara acorazada, son de diez.

Volviendo a los gráficos, en consolas ((Y con eso me refiero al juego para Xbox 360 con las texturas de alta definición instaladas.)) hay sacrificios, evidentemente, pero se mantiene mucho más que la esencia y, de hecho, creo que han ganado los más optimistas: muy pocas cosas más vistosas que Battlefield 3 recuerdo yo en las plataformas de Sony y Microsoft. Como mínimo si nos referimos a la campaña. Con los enormes escenarios del multijugador la diferencia se hace mucho más notable y llega, oh no, un ligero efecto Wii.

Jugando en red queda claro que esto está pensado para ordenadores, donde caben 64 soldados en lugar de 24 y la cosa se vuelve verdaderamente épica por la cantidad de pequeñas guerras que se acaban organizando en cada mapa. La infantería asalta una instalación aprovechando el boquete que un tanque ha abierto en la pared —aquí sí llegan a caer edificios enteros… y mola— mientras varios compañeros saltan en paracaídas de un helicóptero alcanzado por un jet rival. Eso es Battlefield y lo cierto es que, con todo, la experiencia se traslada a consolas mejor de lo que dejaba entrever la famosa beta.

El online de Battlefield 3 es una serie de decisiones acertadas, un ejemplo en cada una de sus facetas. Los mapas, para empezar por algo, son perfectos: demasiado grandes para memorizarlos rápidamente, lo bastante lógicos como para «entenderlos» a la primera y sobradamente complejos como para aceptar estrategias de todo tipo. Se exprimen con especial acierto en el Modo Asalto, ese en el que toca atacar o defender un par de objetivos que, si estallan, abren el paso al siguiente sector. Muy, muy fan de el Pico de Damavand y del Cruce del Sena. Para que recorrer algunas distancias no se haga pesado, el sistema de Patrullas permite reaparecer junto uno de tus tres colegas, incluso dentro de un vehículo; coordinar una ofensiva con una docena de desconocidos es complicado, pero un grupo de cuatro amigos bien dirigido convierte cualquier partida en algo divertidísimo y un poco más fácil de ganar.

También en lo referido a armas, accesorios, recompensas y progresión la cosa funciona. Si no es por subir de nivel es por haber logrado puntos suficientes con una clase concreta, pero la cuestión es que se va desbloqueando de todo un poco a buen ritmo. Todo afecta al juego más de lo que podría parecer: la luz táctica deja de parecer una chorrada la quinta vez que un cabronazo te ciega antes de acabar contigo.

El otro sobresaliente va para las clases. Dejarlas en cuatro dando un botiquín y un desfibrilador al tío con el fusil de asalto es lo que tocaba. Junto con el ingeniero, que se pasa la mayor parte del tiempo dando caña a vehículos blindados con el bazooka, el de apoyo, que por fin ve reconocido su trabajo de dar fuego de supresión y el puto sniper, que para bien o para mal no necesita presentación, forma un grupo de enorme riqueza y cojonudamente equilibrado.

Creo que no me dejo nada —he olvidado a propósito del mediocre cooperativo con misiones específicas sin inspiración alguna—, así que eso es básicamente Battlefield 3. Una tremenda experiencia multijugador, lista para ofrecer una cantidad de horas de entretenimiento que tiende a infinito, que moderniza con un gusto excepcional una gran franquicia. Lo consigue con una tecnología como para caer de culo, que casi por si sola justifica la notable campaña que viene de añadido. Mirad a ambos lados antes de cruzar la calle, jugad en PC si podéis y hacedlo con amiguetes. [9]