Análisis de Bayonetta

En 2007, tres de los mejores hombres de Capcom, que formaban Clover, fueron despedidos por un delito que no habían cometido. No tardaron en reunirse en un nuevo estudio. Hoy, buscados todavía por algunas distribuidoras, sobreviven como diseñadores de fortuna. Si usted necesita crear un juegazo como la copa de un pino y se los encuentra, quizás pueda contratarlos… ((Dramatización.))

Es un equipo dentro de Platinum Games el que hoy nos ocupa. Al frente del Team Little Angels, heredero espiritual y carnal de aquel Team Little Devil que renovó el género con Devil May Cry, Hideki Kamiya se dispone a superarse con Bayonetta.

Y vaya si lo ha hecho.

Las similitudes entre el juego protagonizado por Dante y Bayonetta son evidentes; parten de la misma base, son ambos beat’em ups dinámicos y espectaculares que combinan a la perfección el combate cuerpo a cuerpo con el uso de armas de fuego, hay tiendas para comprar movimientos e ítems y su desarrollo es parecido, con las típicas barreras que impiden avanzar hasta que la zona está limpia de enemigos. Sin embargo, las diferencias en el tono y el sistema de combate son igualmente claras.

Demos gracias al Señor, porque este tipo de juegos sigue siendo inmune a la epidemia de sandbox que nos azota. Éste también presenta la división clásica por capítulos, partidos a su vez en versos; al final de unos y otros recibimos medallas —de la piedra al platino puro— en función del virtuosismo en los combos, el tiempo invertido y el daño recibido. Es una forma sutil pero muy efectiva de invitarte a hacer las cosas bien, a jugar con estilo. Porque la cosa va de estilo.

Eso y cabello son las dos cosas que más le sobran a la bruja que da nombre y protagoniza el juego. Sin memoria después de una siesta de 500 años, lo único que tiene claro es que debe cargarse ángeles a cascoporro si no quiere que la arrastren al infierno. Las respuestas sobre su pasado van apareciendo en su viaje a Virgrid —una ciudad Europea que pretende ser, mucho me temo, una versión alternativa de Barcelona— para encontrar Los Ojos del Mundo, pero no creo que deba contar nada más.

Es un argumento bastante típico, pero acaba siendo más interesante de lo que uno podría pensar. El carisma de Bayonetta, descaradamente sensual y vacilona a tope, la historia detrás de los Sabios del Lumen y las Brujas de la Umbra y unos secundarios bastante acertados, son motivos suficientes para resistir la tentación de saltarse las cinemáticas y seguir al turrón. Las escenas son abundantes y a veces, especialmente al principio, un pelín largas. Pero su dirección es muy digna y se hacen amenas gracias a una ingente cantidad de flipadas —el maldito Kojima casi me hace olvidar lo que molan cuando vienen a cuento— y el omnipresente sentido del humor. Bayonetta se hace el gran favor de no tomarse demasiado en serio en ese sentido para dar cabida a momentos puramente cómicos, a insinuaciones gratuitas y hasta a un loquísimo duelo de bailes. Maravilloso.

Son básicamente dos los pilares que soportan el peso en este monumento a la diversión: los mamporros y la propia Bayonetta. Ambos elementos están perfectamente pensados y diseñados ya por separado, pero se potencian más todavía al retroalimentarse y darse sentido mutuamente de un modo que desgraciadamente no es habitual ver.

Los combates son ágiles, rápidos, elegantes y mucho más coreográficos que en cualquier otro título similar. Y es normal; imaginad a Kratos bailando. El bloqueo desaparece en favor de unas piruetas para esquivar, más vistosas y coherentes, que cambian bastante la manera de afrontar los combates. Ella va saltando alrededor del angelote de turno a ritmo de Fly Me to the Moon, como burlándose de él; con suerte, logrará evitar la embestida enemiga en el momento justo para activar durante unos segundos el Tiempo Brujo, una especie de Bullet Time que afecta al entorno y a los rivales, pero no a nosotros.

Aunque el juego es relativamente accesible —y no sólo por el nivel Muy Fácil para jugar con una mano, que mi no religión me prohíbe probar—, la profundidad del combate es simplemente impecable. Los combos se cuentan por docenas para cada arma —las pantallas de carga para practicarlos son mejores que algunos juegos enteros—, la variedad está en todas partes y la cantidad de recursos de la bruja permiten afrontar los combates de varias maneras. Lo más destacable en ese sentido es la deliciosa vuelta de tuerca que supone llevar armas en los pies. Sean pistolas en los tacones o sean patines, aportan una nueva y más que bienvenida capa de personalización del personaje, pues se equipan con independencia de lo que llevemos en las manos. Así, podemos guardar en cualquier momento las dos combinaciones que más nos gusten (aquí un fan de la katana y las escopetas en las botas) para alternar entre ellas con el gatillo izquierdo.

Las armas de fuego permiten, además, alargar cualquier golpe de un combo manteniendo pulsado el botón correspondiente —patada o puñetazo—, para disparar algunas balas o algún misil de más antes de enlazar con el siguiente sopapo. Es bastante la leche, si se usa bien. Lo mismo va para el acrobático ataque que permite ir girando para disparar en cualquier dirección. Bien empleado resulta más efectivo que el disparo normal, que acabé usando únicamente para evitar perder el multiplicador de combo al ir de un enemigo a otro.

Las batallas serían ya realmente espectaculares con lo dicho hasta ahora, pero hay más. El cabello de Bayonetta es, aparte de su propio vestido, su mejor arma: en golpes demoledores y espectaculares, esa negra melena adopta la forma de un puño o un pie gigante para destrozar literalmente al enemigo. Y en casos extremos, al acabar con los excelentes jefes finales, se transforma en dragón, ave, gusano, araña o lo que haga falta con tal de rematar a la Virtud de turno de la forma más salvaje posible. Los famosos Ataques de tortura, específicos para cada tipo de enemigo —obligatorio verlos todos—, tienen un doble papel en la función: en primer lugar, son lo más efectivo que hay, y en segundo, te siguen recordando que debes hacerlo bien, porque la barra que permite ejecutarlos se vacía al recibir golpes.

Ya para acabar, la posibilidad de utilizar las armas de los ángeles muertos, que nada tienen que ver con las propias y que son especialmente efectivas pero poco duraderas —se rompen y desaparecen a los pocos golpes—, junto con los distintos accesorios, que permiten desde recuperar vida cuando provocas al enemigo hasta invocar diablillos, ponen la guinda a uno de los más sublimes y más satisfactorios sistemas de combate que recuerdo.

En todas y cada una de esas acciones, claro, el control acompaña: es intuitivo, responsivo, agradable, suave… Perfecto, vamos.

Igualmente brillante es el diseño de niveles: siempre pasan cosas, siempre se rompen cosas y casi siempre esperas y te encuentras algo nuevo. Los «puzzles» de rigor no son más que un trámite, momentos de respiro entre tanto frenesí, que dibujan un ritmo casi siempre muy bien llevado. Esos dos casi insignificantes «casi siempre» son dos de los escasos fallos del juego. Es una pena que se medio-reciclen algunos escenarios estando el Paradiso en particular y el cambio de dimensiones en general tan poco aprovechadas. Por ahí se podría haber tirado en el último tramo del juego, que sucede en una localización poco convincente. Por otra parte, ¿de verdad hacía falta la fase de la moto? Pues eso.

El apartado artístico es sin duda lo más polémico del juego. Moviéndose entre el lado más «chic» del Modernismo y el barroco más empachante, encanta a unos y repele a otros. Yo estoy en la primera fila del primer grupo, pero reconozco lo peculiar del estilo y entiendo a sus detractores. No obstante, la gran personalidad que le da al juego y lo coherente que es con el tono, los personajes, la trama y la puesta en escena, el empaque del conjunto, en definitiva, me parecen dos cosas tirando a poco discutibles. Es sorprendente lo bien que quedan en un mismo fotograma alas de mariposa, corazones, litros de sangre y ángeles partidos por la mitad en vertical.

Todo eso se representa de un modo vistoso y muy efectivo gracias a unos gráficos notables pero no como para tirar cohetes. Las excelsas animaciones destacan por méritos propios y el framerate —lo he probado sólo en 360— sabe estar a la altura de las circunstancias prácticamente siempre. A decir verdad, ni la versión para la consola de Microsoft se libra de leves ralentizaciones, pero curiosamente suceden sobre todo cuando no hay combates. Eso sí, un poco de antialiasing o de esos filtros que consiguen que las cinemáticas luzcan claramente mejor que el resto del juego hubieran sido muy de agradecer.

La heroína es protagonista incluso del sonido por lo magnífico de su voz inglesa. Capón 2.0 de mi parte, una vez más, para el que pida doblaje al castellano. Completan el podio los dos temas principales cantados, con versión de la eterna Fly Me to the Moon y todo, aunque por falta de compañía acaban sonando demasiado.

Y es que parte del buen rollo de Bayonetta viene de los homenajes marca de la casa: Devil May Cry, Viewtiful Joe, Okami, God Hand, MadWorld e incluso Resident Evil 2 aparecen también aquí de un modo u otro. Luego están las referencias a OutRun y Space Harrier, que hacen todavía más evidente el hecho de que SEGA debe asegurarse los servicios de Platinum Games.

Así, pues, ¿40/40? Sí y no. Es un título tan jodidamente bueno que ni por un momento pensaría en discutir con aquellos que le han cascado y le cascarán un diez. Además, la secuencia del final que decía antes tiene un efecto muy curioso en ese sentido: produce unas ganas locas de analizar Bayonetta más con el corazón que con la cabeza, de pensar que los fallos son pocos, pequeños y olvidables al lado de esa tonelada de virtudes. Sí, es esa cosita llamada amor y sí, he estado a nada de darle yo también la máxima nota. Pero los errores están ahí y me fastidian especialmente porque remediarlos no era complicado.

Sea como sea, por diseño y por puesta en escena Bayonetta es un imprescindible para todo el mundo y más que eso para los aficionados a la acción. Es lo mejor que le ha pasado al género en, como mínimo, el último lustro. [9]