Análisis de BioShock 2

Es cierto, a veces nos dejamos llevar. El escepticismo nos pudo al anunciarse esta secuela crecía y crecía cada vez que se publicaban nuevos detalles: Ken Levine fuera del proyecto, eliminan la bonita coletilla de Sea of Dreams, un Big Daddy como protagonista, modo multijugador… Puedo admitir, y en ello estoy, que pequé —como muchos otros— de pesimista, pero en parte era lo correcto. BioShock, sin duda de lo mejorcito de la cosecha del 2007, simbolizaba lo arriesgado y original, era un refugio submarino para escapar de un mundo lleno de franquicias sobreexplotadas. ¿Se ha convertido, como Ryan, en algo incluso peor que aquello de lo que huyó? Tras de un prólogo bastante intenso, pero ya a rebufo del original, despertamos como Sujeto Delta en una Rapture más decadente, con más fugas y goteras que nunca, diez años después de que Ryan se viera obligado a dejar de ejercer como líder. Sofia Lamb, psicóloga y defensora a ultranza de la utopía colectiva opuesta al individualismo de La Gran Cadena ((Nunca a la cama irás sin conocer una Wiki más.)), ha convencido con su discurso a la mayor parte de sus maltrechos conciudadanos, que se suman a una causa que requiere nuevas Sisters y en la que tú estorbas. Con nuestro propio objetivo, que pronto se cruza con el suyo, avanzamos guiados esta vez por Augustus Sinclair —figura clave en el desarrollo de Rapture, ahora arruinado y con ganas de volver a la superficie— y con la ayuda del enorme taladro pegado al brazo primero y de un buen puñado de armas y plásmidos más tarde. Nuestro medio de transporte, como no, es ahora público. El Atlantic Express nos deja justo donde queremos ir, pero el trabajo de mantenimiento durante los últimos años está a la par con el de RENFE en Barcelona, así que cada poco debemos salir del vagón y solucionar un problema. Así empiezan y acaban casi todos los niveles de BioShock 2, de modo que tenemos un desarrollo lineal (repetiré las veces que haga falta que eso para mí no es malo) y siempre p’alante. La ambientación y el diseño artístico siguen siendo puntos fuertes del juego, especialmente aplicados a una Rapture tan protagonista como nuestro avatar con traje de buzo. Por su arquitectura, sus detalladas estancias, las ventanas con vistas al mar y su luz siempre artificial, es un lugar único y perfectamente reconocible, a pesar de los cambios, que invita otra vez a la exploración de una forma hipnótica. Si la flecha indica a la derecha, vamos primero a ver qué hay a la izquierda; la representación de la locura que encuentras allí es una recompensa casi tan gratificante como la cinta de audio que explica el porqué de ese cadáver. Siguen ahí las Vita-cámaras opcionales, las máquinas expendedoras y las estaciones médicas, pero todas las localizaciones del modo campaña son nuevas. Y aunque por lo general están a la altura de lo visto en nuestra anterior inmersión, también es cierto que hay un poco menos de variedad —el toque de color de Arcadia era imprescindible— y que la ciudad tiene menos empaque. Los impresionantes momentos en los que caminamos por el fondo marino son absolutamente bienvenidos en ese sentido, y por eso es una lástima comprobar que no se les ha sacado más partido, pues no son más que breves paseos hasta la esclusa más cercana.¿Por qué no algún enfrentamiento submarino? ¿Por qué no una pantalla íntegramente bajo el agua, que podría haber servido para potenciar un poco los anecdóticos puzles? A nivel jugable no hay grandes diferencias, pero sí unas cuantas pequeñas que, en conjunto, cambian ligeramente el feeling de la partida. La posibilidad de usar plásmidos y armas a la vez, junto con el poder golpear con cualquier culata —no hace falta cambiar al taladro, que sería el equivalente a la llave inglesa, después de electrocutar a alguien— son las novedades más evidentes, con el propósito de hacer la acción más directa. Lo cierto es que BioShock 2 es más disfrutable como FPS durante los enfrentamientos. Por eso y porque la inteligencia artificial de los enemigos se ha mejorado ligeramente y los desarrolladores se han asegurado de que lo sepamos: algo así como “ahora toca cubrirse”, gritaba un splicer mientras se escondía detrás de una columna. Lo más destacable es, de nuevo, la cantidad de opciones que tenemos en cada combate. Plásmidos muy distintos entre sí —pero idénticos a los de la primera parte… una pena—, armas variadas con tres tipos de municiones más diferenciadas que nunca, bots, torretas y cámaras de vigilancia pirateables —haciendo el manitas o usando una pistola de dardos electrónicos y mediante un mini-juego en tiempo real, mucho más ágil y acertado que el de las tuberías—… Además, el mayor número de tónicos, que confieren todo tipo de ventajas, nos permiten definir el Sujeto Delta que más se adapte a nuestro estilo. Hay uno, por ejemplo, que reduce muchísimo el EVE que gastan los plásmidos, pero a costa de poder usar sólo el taladro. La cámara de investigación, que da más puntos y recompensas si liquidamos a los enemigos de formas diferentes, anima a sacar el máximo partido de todas estas posibilidades. Menor es la variedad, no obstante, en el bando contrario. A los splicers de siempre —matones, escupeplomo, araña y houdini— se unen sólo los brutos, que quedan bastante bien definidos con el propio nombre. Algunos de ellos, “dueños” de una determinada sección, nos van amenazando por radio antes de caer como el resto. Siguen con la premisa de llevar su profesión a extremos dementes y sádicos, pero en lugar del cirujano tenemos al predicador, y el artista cede su puesto al empresario. Ya les gustaría a la mayoría de juegos tener mini-bosses así, pero ya les gustaría a estos mini-bosses ser tan memorables como Sander Cohen. Interesantes, aunque menos relevantes de lo que yo esperaba, son las Big Sisters: mucho más ágiles y con mayor dominio de los plásmidos que sus papás, son el enemigo más exigente del juego. Algunas batallas con ellas son obligatorias, pero otras sólo aparecen si te encargas, para bien o para mal, de todas las Little Sister de un nivel. Escuchas un par de espeluznantes gritos y en un minuto estás gastando botiquines y balas como un loco. Los Big Daddy tampoco han cambiado mucho, pero sí lo que viene tras ocuparnos de uno. Si decidimos cosechar a la pequeña que custodiaba, nos quedamos con su Adam —la moneda para comprar nuevos plásmidos y mejoras— y a otra cosa, eso sí es igual. Pero si optamos por adoptarla, podemos hacer que extraiga más de ese tónico genético de hasta dos cadáveres. Eso atraerá a un montón de splicers, pero nos crearon para proteger a estas niñitas, recordad. Con la jeringuilla llena, de nuevo podemos escoger entre salvarla o convertirla en una especie de babosa marina rebosante de Adam. Con los condicionantes morales diluidos por el nuevo contexto, y el factor sorpresa sustancialmente rebajado, ese momento es mucho menos impactante que en la primera parte. Para compensar, alguien en 2K Marin pensó que podrían meter más decisiones similares que afectaran hasta cierto punto el desarrollo del juego. Así, podemos perdonar la vida o ejecutar a algunos secundarios de cierta importancia, pero las consecuencias me parecen menos importantes de lo el propio juego parece creer; lo que hagamos con las Little Sisters sigue siendo lo que más define y diferencia los seis finales del título. Después de ver cualquiera de ellos, apetece meterse en el multijugador. Encargado a equipos externos para no robar recursos a una campaña claramente más importante, lo cierto es que está realmente bien. No es el de Modern Warfare, aunque tome como todos su sistema de niveles, pero es entretenido y tiene suficientes modos y elementos propios como para dedicarle unas horas. Además, tiene un plus de curiosidad por ser una precuela, permitiendo así revisitar, con el arsenal del primer juego, localizaciones emblemáticas de Rapture antes de venirse a menos. No es ni tan bueno ni tan curioso que gráficamente nos recuerde una barbaridad al BioShock original. Para nada es malo, la recreación del agua sigue siendo muy espectacular, los efectos son resultones y cuenta con la gran ayuda de la parte artística, pero esta generación ha cambiado mucho en dos años. Algunos lugares ciertamente llamativos no decantan tanto la balanza ante texturas necesitan más resolución y varias más que deberían aparecer cuando toca como lo hacían en 2007. Similar también es la calidad del doblaje, por suerte, aunque yo, para variar, prefiero el inglés. La banda sonora, por su parte… bueno, está aquí. ¿Alguien pensó que BioShock 2 podría superar a su antecesor? No lo consigue. Lo imita de forma muy hábil, pero va siempre a remolque y sin arriesgar lo suficiente. Lo supera, ojo, en ritmo —mucho más constante, pero con algún momentazo menos— y en control, pero a Lamb le faltan montañas de carisma para estar a la altura de Ryan, el guión tiene dificultades para aguantar el tipo —presta poca atención al protagonista y tiene un final demasiado palomitero, en mi opinión, a pesar de ser notable— y la experiencia es menos fresca y sorprendente. Sin embargo, tanto el conjunto como sus partes, en especial el multijugador, tienen mucho más sentido del que podría parecer, de modo que sería un error prescindir de él si te gustó la primera parte. Y qué diablos, aguante mejor o peor la comparación, sigue siendo un muy buen juego, digno su nombre nombre y orgulloso del dos que lo acompaña. [8]