Análisis de Borderlands

Aunque el concepto del juego me llamó siempre la atención, no esperaba nada bueno del mismo después de ver los primeros vídeos. Tampoco me podía imaginar lo que llegaría a cambiar varios meses después, dejando a un lado el aspecto genérico y apostando por el Cel Shading. Y no me esperaba, por ejemplo, ver aquí agua, flores gigantes o coches de color rosa. Definitivamente, Borderlands es un título que puede llegar a sorprender. La obra de Gearbox y 2K Games es, como habréis leído ya mil veces, una mezcla de RPG y FPS. Del primer género toma en cierto modo la estructura de las misiones y todo lo que os podáis imaginar relacionado con los puntos, la experiencia, los atributos y las habilidades varias. De shooter en primera persona tiene el «sistema de combate», los controles —clavados a los de los últimos Call of Duty— y el manejo del vehículo —que se conduce como un Warthog— y el sistema de escudo y vida —es como del de los Halo con botiquines—. Más propio de un juego de acción que de uno de rol es también el guión, simple y muy, muy poco desarrollado. Al escribir el avance no sabía por qué tenía que buscar La Cámara en Pandora y ahora, después de terminar el juego, sigo igual. No se cuentan ni cómos ni porqués, los NPC no dicen nada si no es para encargar misiones y nunca llegas a interesarte por el planeta, su historia y sus habitantes. Y es una pena, porque a pesar de ser poco más que el típico páramo post-apocalíptico, el mundo de Borderlands es realmente atractivo e interesante. Es un mapeado enorme, pero muy segmentado; en lugar de ser abierto como en Far Cry 2, las distintas zonas están separadas por pantallas de carga un pelín más largas de lo debido. Es un entorno realmente hostil, con el 99% de la población —humana o «animal»— literalmente loca por matarte. No queda otra, pues, que hacerse entender a tiros. La mecánica de esta parte no tiene grandes secretos, pero funciona. La variedad de armas y sus diferentes atributos —pueden tener munición explosiva, incendiaria, eléctica o corrosiva— dan un toque de color a unos combates bastante alocados y de corta distancia. Los omnipresentes numeritos, sean de daño causado o de experiencia recibida, dan un toque personal y consiguen que los enfrentamientos parezcan más distintos a todo lo visto de lo que realmente son. Que la mayoría de enemigos sean perros alienígenas, insectos gigantes y bandidos tarados —hay algún tipo más, pero lo considero semi-spoiler—, no obstante, no justifica su inteligencia artificial. Por algún motivo, casi todos piensan que avanzar hacia ti es mejor idea que cubrirse. Incluso cuando te abaten —pasa con cierta frecuencia—, durante los segundos que tienes para matar a alguien y poder recuperarte, se quedan ahí delante para que te ahorres los duros que cuesta la resurrección. Los Soldados de la Lanza Carmesí, con sus escudos y su mayor afición a las granadas, suben un poco el listón, pero en general los desarrolladores, cachondos ellos, nos han puesto a huevo las irresistibles bromas con borderline. El componente de rol empieza de algún modo con la elección de personaje; la experiencia de juego varía notablemente en función de si elegimos al cazador, al soldado, al berserker o a la sirena. Todos pueden usar cualquier arma con similar pericia, pero su habilidad especial única se usa cada dos por tres y las mejoras que ganamos al subir de nivel no tienen nada que ver unas con otras. Usar los puños de Brick para reventar cabezas —como escogí yo— no tiene nada que ver con desplegar una torrera y «crear» un fuego cruzado con el soldado —como en mi segunda partida—. El personaje se puede modificar poco, muy poco a nivel físico —sólo el color de la ropa, para evitar confusiones online—, pero más de lo que a simple vista se puede pensar en todo lo demás. Cada vez que subes de nivel consigues un punto a repartir en un árbol de habilidades con tres ramas para cada personaje. Siguiendo con Brick, puedes potenciar su especial y dedicarte a repartir hostias como panes casi más que a disparar, mejorar la resistencia o incrementar la eficacia de los explosivos en general y el lanzacohetes en particular. Yo, como buen Ryuista, acabé optando por un personaje equilibrado, pero las posibilidades y diferencias, como decía, son bastante grandes. El tema éste de los niveles se extiende a las armas, de modo que mostrando predilección por un tipo —escopeta, pistola, fusil de francotirador…— logras, por ejemplo, reducir el retroceso o el tiempo que tardas en recargar. El problema es que dependes un poco de la suerte, pues lo que encuentras en cofres por ahí suele ser bastante mejor que lo ofrecido en las tiendas. Y vamos, por mucho que te apetezca potenciar los rifles, si te encuentras en el suelo una SMG el doble de potente y que además tiene x3 de fuego, cuesta renunciar a ella. En ese sentido, ya puestos a dar protagonismo a las armas, no habría estado mal un toque de McGyver para poder mejorarlas o como mínimo transferir propiedades elementales y evitar que nuestra pipa favorita quede desfasada a la mínima. De todos modos, es relativamente fácil llevar siempre algo que te vaya bien por pura estadística; te encuentras muchas, muchísimas armas durante el juego. Y lo que en parte podría solucionar la molestia anterior, crea otra: el inventario se llena en un momento. Si no tienes cerca una máquina expendedora donde vender lo que te sobre, hay que tirarlo. Entre eso y la necesidad de cambiar de arsenal cada dos por tres, pasas mucho tiempo entre menús. Muy típico de los RPGs, sí, pero no precisamente su parte más divertida. Por suerte, va creciendo tanto la capacidad del inventario como el número de armas que puedes llevar equipadas; de dos al principio a cuatro a partir de más o menos la mitad. ¿Y cuánto es la mitad? Pues en mi caso, unas 12 horas ((Vamos, que el juego entero me duró 24 y pico.)) realizando, así a ojo, el 60% de misiones secundarias. Tampoco puedes hacer muchas menos, pues entonces lo más probable es que no tengas el nivel necesario para poder completar las principales. Los enemigos también tienen «experiencia», y si te plantas en una zona habitada por pandilocos de nivel 28 siendo tú un tirillas de 14, no lo vas a contar. Borderlands está bastante bien pensado en ese sentido; te «obliga» a jugar lo suficiente como para no hacerse corto, pero te permite prescindir de los objetivos secundarios cuando tal vez podrían empezar a cansar. Sin embargo, aquellos que busquen acción sin pausas se rallarán más pronto que tarde; hay mucho ir y venir en el juego, mucho cabrito que te encarga una misión a la otra punta y encima luego te hace volver para decirle que ya está hecho. Los vehículos primero y los teletransportes después ayudan mucho, pero avisados quedáis algunos. Como de costumbre, una partida se disfruta especialmente si es con amigos —tres más online, sólo uno más con pantalla partida— en cooperativo. Sigue siendo el mismo juego, con las mismas misiones, pero ciertos momentos tienen un matiz diferente así; los enfrentamientos contra bichos enormes, que ya son de lo mejorcito de la aventura en single, ganan décimas con ese toque Monster Hunter. Por todo lo dicho, estamos ante un título que resulta un juego fresco, suficientemente diferente a todo y, tal vez precisamente por eso, agradable de jugar. Ayuda también mucho el tono gamberro y ligeramente salpicado de humor, así como referencias bastante efectivas —un personaje ultra-secundario se llama Bruce McClane, hay un pequeño guiño a Pulp Fiction—. El apartado artístico me parece muy coherente con todo eso; le da empaque y refuerza la idea de que el juego es único. Visualmente es realmente bonito, a pesar de lo teóricamente deprimente de la ambientación y de que a veces la pantalla está, creo yo, excesivamente cargada de efectos y colores. Como mínimo en 360, por otra parte, se mantienen las ralentizaciones y las texturas que aparecen tarde de builds anteriores. Por suerte, estos problemas se solucionan casi casi del todo instalando el juego. Y en cuanto a sonido, el doblaje, muy decente, me sigue pareciendo lo único destacable. Lo demás, ni muy bien ni muy mal. Borderlands es claramente peor que Fallout 3 como juego de rol. También es peor que muchos FPS como juego de acción. Sin embargo, gracias a un puñado de buenas ideas se las apaña para convertirse en el perfecto ejemplo del «total mayor que la suma de sus partes». Te decepcionará si esperas encontrar una historia rica o una narrativa innovadora. No te enganchará si eres de los que odian los recaditos, sus ires y sus venires. Pero yo me lo he pasado realmente bien con un juego moderadamente original y bien hecho que me ha tenido enganchado durante no pocas horas. [8]