Análisis de Call of Cthulhu: The Official Video Game

Hace poco alguien bromeaba en Twitter sobre H.P. Lovecraft lanzando frases como «hay una abominación sobrecogedora que es tan sobrecogedora que no puedes ni mirarla, es indescriptible, algo más allá del terror que tu cerebro ni siquiera sería capaz de comprender y que… bueno, se parece a un calamar». Como buen chiste, estaba señalando una verdad incómoda: el horror concebido por el llamado soñador de Providence pierde necesariamente muchas de sus cualidades al saltar del texto a la pantalla. Uno lector aficionado a su obra encontrará placer en ver adaptados esos relatos sobre el miedo a lo desconocido y la fragilidad de la razón, y de hecho el autor ha ido revalorizándose en las últimas dos décadas al irse reconociendo su descomunal influencia en el género. Lovecraft fue un punto de inflexión andante, el hombre que empujó el terror gótico por un abismo negro del que saldría arrastrándose después convertido en lo que hoy conocemos como terror moderno. Sus escritos son imprescindibles y su legado es más indiscutible que nunca, pero uno de los rasgos de la prosa de Lovecraft, esa deliberada vaguedad que heredó de Robert W. Chambers (y sobre todo de su cuasi traumática lectura de El rey de amarillo) a la hora de describir la monstruosidad de los Mitos, hace que no se puedan trasladar a las películas, los tebeos o los videojuegos sin perderse algo en esa transmisión que el propio Lovecraft probablemente vería con cierta suspicacia.

Cualquier videojuego basado el la obra de Lovecraft parte, pues, en desventaja y aunque han habido magníficas adaptaciones a lo largo de la historia, da la impresión de que a los seguidores del escritor se les debe algo potente y auténtico que concentre los horrores primigenios descritos en los textos del autor. Uno de los intentos más queridos era el magnífico Call of Cthulhu: Dark Corners of the Earth desarrollado para Bethesda por la malograda Headfirst Productions (un estudio británico que cayó en bancarrota poco después del lanzamiento del juego), y ahora los franceses de Cyanide Studio parecen seguir unos pasos similares con un Call of Cthulhu: The Official Video Game que peretende ser algo así como el compendio definitivo, el juego que sirva de tarro de las esencias de Lovecraft y el trabajo más fiel a la obra. El hecho de que en realidad se trate del videojuego oficial del juego de rol en vivo La llamada de Cthulhu, eso sí, denota cierta distancia prudencial de los desarrolladores, quizá algo intimidados por la sombra del novelista, que quizá busque justificar los problemas y carencias que ha acompañan al resultado final.

Porque, efectivamente, Call of Cthulhu: The Official Video Game sufre carencias y me atrevería a decir que son a todos los niveles. La historia, algo que debería tener cierto empaque tratándose de un título eminentemente lovecraftiano, no deja de ser una macedonia picadita de tópicos sacados de los relatos del escritor y repartidos a lo ancho de una trama endeble y poco imaginativa. Un veterano de la Gran Guerra que trabaja como detective privado y lleva una vida disoluta es contratado para acudir a la isla de Darkwater, frente a la costa de Boston, para investigar la muerte de la familia Hawkins durante un incendio en su mansión. Como era de esperar, Darkwater resulta ser un parque temático lovercraftiano con todos sus ingredientes perfectamente listados: pueblo pesquero en horas bajas, habitantes huraños que tratan con desconfianza al forastero, médicos de juramento hipocrático distraído, manicomios, sectas de encapuchados, cuevas secretas, el Necronomicón de Abdul Alhazred, deidades paganas, alucinaciones tentaculares, criaturas interdimensionales, insomnio, obsesión, demencia, personas que se arrancan los ojos, mutaciones cefalópodas, textos impíos en lenguas desconocidas, asentamientos colonos borrados sin dejar rastro, ruinas de civilizaciones arcanas, amuletos y la sombra siempre presente de ese determinismo esotérico tan del amigo Howard Phillips. El juego recoge la parte más «terrenal», digamos, de la bibliografía de Lovecraft, quizá porque sabe que lo verdaderamente crucial en sus relatos tenía más que ver con elevaciones de la conciencia y descensos a la locura, una suerte de gore existencial imposible de trasladar en su justa medida a la pantalla con o sin pad en la mano. Lo que queda al final es la imaginería, pequeños tics y lugares comunes con los que la desarrolladora puede permitirse juguetear y reordenar para construir su propio relato, en este caso laxo, perezoso y sin ningún tipo de atrevimiento o sorpresa.

Obviamente al estudio famoso por haber dedicado diecisiete años a desarrollar juegos de ciclismo no se le puede exigir un milagro técnico, pero el juego adolece de una inconsistencia gráfica importante. Los personajes parecen marionetas que repiten gestos de forma cíclica y tienen un lenguaje corporal arbitrario que a menudo no coincide con lo que están diciendo, y las animaciones labiales recuerdan a esos muñecos de ventrílocuo que solo abren y cierran lo boca al ritmo del diálogo. Los entornos tienen momentos de cierta solidez ambiental, pero a menudo resultan poco estimulantes, con esos suelos como de tierra quemada y ese tono verde oscuro que se acaba antojando genérico y mil veces visto en multitud de juegos de terror. Los interiores tienen mejor aspecto y perderse por una mansión victoriana o una librería especializada en ocultismo tiene su encanto, pero el apartado visual es una decepcionante combinación de gráficos de la generación anterior sobre una dirección artística sin un ápice de personalidad.

Las desventuras del detective Pierce se viven en primera persona, y el género estaría entre la exploración, la investigación y el survival horror à la Amnesia, con su dosis de sigilo y de resolución de puzles. Y en la mecánica es donde Call of Cthulhu termina por hincar la rodilla: la exploración es extremadamente superficial, con puntos luminosos que señalan cualquier elemento importante y un proceso de deducción a través de secuencias estáticas que recuerda a The Vanishing of Ethan Carter pero sin tener en cuenta el orden de las escenas, de modo que en ciertos momentos el juego nos pide que activemos el modo detective (y nos lo pide literalmente, ni siquiera nos da la libertad de considerarlo por nuestra cuenta) e interactuemos con una serie de pistas en el escenario que acaban por reconstruir los hechos. Acercarse a puntos blancos y pulsar equis. Fin.

Donde el juego logra brillar un poco más es con algunos puzles que hay que resolver para abrir pasadizos ocultos o averiguar combinaciones de cajas fuertes, momentos escasísimos que habrían hecho mucho bien al juego de haberse prodigado un poco más. El resto es una mezcla indeterminada de aventura gráfica softcore y first person walker de exploración, con unas pequeñas gotitas de RPG (hay un árbol de habilidades extendido sobre una estrella de seis puntas que nos propone repartir puntos de experiencia en facetas como la psicología, la fuerza o la capacidad investigativa para enfrentar los diálogos por distintos derroteros) que transmiten la sensación de que sus autores nunca tuvieron del todo claro qué querían hacer con la licencia.

Call of Cthulhu: The Official Video Game salva los muebles a base de salpicaduras aceptables, como algunos escenarios interiores, ciertos rompecabezas satisfactorios y un sistema de diálogos interesante que habría pasado a ser muy interesante si los diálogos en sí y sus personajes estuviesen mejor escritos. El resto es un desfile de referencias dirigidas al lector asiduo de la obra de H.P. Lovecraft que alguien que no conozca sus relatos no sabrá ni por dónde coger, todas ellas engarzadas en una historia debilucha, de hombros caídos y mirada triste. La sensación que queda es de que no es un mal juego, solo un juego indolente, desganado; fofo como el tentáculo flácido de una deidad primigenia dormida a la que, para lo que hay que ver, no vale la pena despertar. [5]