Análisis de Castlevania: Lords of Shadow

Hemos leído que iba a ser un remake de Super Castlevania IV o que el protagonista, antes de que Kojima propusiera quitarle músculo, era una especie de bárbaro. Pero lo cierto es que ya en 2008, cuando Konami todavía no se atrevía a llamarlo Castlevania, Lords of Shadow mostraba un Gabriel idéntico al final y un gigante que también está en el juego. Buen síntoma de ideas claras en tiempos de cambiantes teasers para vender humo. Avanzar hasta antes del inicio es una buena forma de mantenerse atado a la franquicia sólo lo necesario, de encajar las piezas justas, ni una más, para justificar el nombre y picar la curiosidad de los fans. El apellido Belmont es aquí la conexión, una nueva primera página en el libro de familia, con fecha de 1047. Al bueno de Gabriel le toca poner fin a un molesto hechizo que de algún modo ha separado el cielo de la tierra, dejando a la humanidad sin el amparo de los Dioses y con la compañía de un catálogo de monstruos y criaturillas. La idea es encontrar a los Lords of Shadow y coserlos a latigazos. El premio extra, además de unos cuantos logros, es la resurrección de su mujer. Y ahí empieza la aventura, literalmente, entendida por la parte que nos toca como mezcla de géneros. Mucho hack and slash godofwariano, de velocidad media y generoso alcance, bastantes saltos y no pocos puzzles se alternan con bastante acierto durante una partida que casi duplica en duración a la media actual. Las cinemáticas, abundantes pero para nada pesadas, amenizan el viaje y presentan como se merecen a los innumerables jefes y subjefes con los que nos cruzamos: el líder de los licántropos, la bruja Baba Yaga —en un paisaje un poco Tim Burton que me encantó—, el carnicero gordo del castillo… hay tantos que no recuerdo ni la mitad, de hecho, pero la inmensa mayoría son de diseño impecable, muy coherente y con personalidad. La curiosidad por saber qué representante del folklore gótico ((Esto lo he leído por ahí, no soy ningún entendido en la materia.)) será el siguiente en aparecer llega a ser un aliciente potente para un ritmo que debe dosificar los momentos de clímax. Los soldados rasos, hombres lobo y vampiros en su mayoría, son interesantes en tanto que lo es el sistema de combate. En contadas ocasiones se echa de manos una alternativa al látigo ——el guantelete sirve mucho para mover objetos y golpear botones, pero poco para pelear——, aunque las armas secundarias —(dagas arrojadizas, hadas con complejo de mosca cojonera, una especie de invocación con las tetas al viento y agua bendita)— y la cantidad de opciones complementarias dan mucho juego. Las estrellas, en ese aspecto, son las magias; con la aura azul recuperamos vida a cada golpe y la roja añade un plus de daño. Cada una, además, activa la opción de realizar los combos más efectivos y espectaculares que desbloqueamos, como el resto de movimientos, apoquinando puntos de experiencia. Los dos medidores se llenan de forma independiente, al absorber energía que sueltan los enemigos; poca, al morir, en condiciones normales, y en cantidades industriales si logramos llenar el medidor de Focus, que se vacía cuando pillamos cacho—. Cada elemento interacciona bien con los demás, dando como resultado una mecánica inteligente, que no peca de simple ni de complicada (esto se puede aplicar a la dificultad del juego en nivel normal), que premiando el buen juego se aleja un poco del machacabotones y que permite prescindir de muchas fuentes de salud. Así, lo de aportar variedad a los combates es más responsabilidad nuestra que de los enemigos. Ellos, como mínimo los de tamaño manejable, no destacan por sus rutinas de ataque. Un porcentaje demasiado alto tiene básicamente tres golpes: el normal, contraatacable, el imparable, con destello para avisar, y el que da en el suelo para generar una onda expansiva. No llega a ser grave, pero los enfrentamientos se parecen más de lo que deberían; ni los Lords ——con una excepción—— serían únicos de no ser por la mayor cantidad de QTE, las secuencias de vídeo para sus transformaciones y sus espectaculares muertes. Sí se salen de la norma, como comentaba, con los imponentes titanes o colosos. En mi opinión se han pasado un poco inspirándose en Shadow of the Colossus ((Del mismo modo que en el avance me declaraba poco purista de Castlevania, ahora me toca decir que YO POR UEDA MA-TO.)), pues la falta de dinamismo le hace salir mal parado de la inevitable comparación. No sé vosotros, pero si yo supiera usar un látigo lo usaría para viajar a lo Tarzán. Gabriel Belmont, también. Cuando no reparte suele estar colgando de una pared, brincando y agarrándose de saliente en saliente y haciendo rápel; el componente plataformero tiene más de Uncharted que de Castlevania 2D. Y casi mejor, porque los escasos momentos en los que intervienen superficies móviles ——tengo en mente la obligada ascensión por la torre del reloj—— resultan especialmente frustrantes por culpa de un salto poco preciso. Fuera de ese par de situaciones, los saltos no tienen mucho riesgo ni pretenden suponer un reto. Son más bien momentos de distensión entre andanadas de hostias, para que luzcan los escenarios, de aquellos típicos que consiguen, —¡alerta de tópico!—, que el total sea mejor que la suma de las partes. Más o menos lo mismo con los puzzles. Bien colocados en su mayoría, ni aquellos con los que decidimos encomendarnos a la Santa Chiripa nos robarán mucho tiempo. Existe además la opción de desbloquear una ayuda ——a veces pista clara, a veces solución directa—— si hemos encontrado el pergamino correspondiente, a cambio de renunciar a unos cientos de puntos de experiencia. Alguno se me hizo ligeramente pesado ((Nadie con una cantidad razonable de horas de juego a sus espaldas se atreverá a criticarme por estar cansado de mover espejos para reflejar haces de luz.)) y exclamé WTF con lo del ajedrez, pero en general se salen con la suya. Distribuir estos tres grandes pilares de forma adecuada resulta en un diseño de niveles más que acertado —que se ayuda de una progresión muy bien pensada. Cada cuando toca adquirimos un accesorio nuevo o nos llegan los ahorros para comprar un nuevo combo favorito. Aunque yo opté por hacerlo en no más de tres ocasiones, podemos repetir fases ya superadas para explorar zonas inaccesibles en su momento. Para facilitar este backtracking pero también para presentar la mayor cantidad posible de parajes, se ha optado por dividir cada capítulo en un número muy variable de niveles tirando a cortos, a veces con una única batalla más o menos trascendente. Castlevania: Lords of Shadow es también un éxito en lo visual. Sobre todo por el diseño artístico de personajes y escenarios, pero también por escala ——muy logrado el acercamiento a la zona principal del castillo—— y gráficos. Gabriel corre de un modo algo brusco, pero el resto de animaciones están tan bien como la iluminación o las texturas. Con algo más de suavidad, menos dientes de sierra y una cámara no tan rígida, estaría entre los referentes de esta generación. A la misma altura están la épica banda sonora y el muy notable doblaje; sólo en inglés, eso sí. Es complicado decir si la obra de Mercurysteam mantiene o no la identidad de la saga. Los del vaso medio lleno dirán que sin duda, que aunque los interpreta de un modo distinto, todos los elementos característicos de Castlevania están aquí. En el otro bando, unos dirán que 2D o muerte y otros se tomarán como un insulto lo de pasar menos de un cuarto de la aventura en el interior del castillo. A mí, lo siento ((O no.)), me da un poco igual; es lo bastante bueno como para no necesitar apoyarse en una etiqueta. Le basta siendo sobre todo Lords of Shadow. Poco importa todo esto, en cualquier caso: pronto estará todo el mundo discutiendo sobre lo que se ve tras los créditos. [8]