No está claro si Detective Pikachu: El regreso habría existido sin la película inspirada en el primer juego. Con el rápido sorpasso de Sonic casi nos olvidamos de que, a mediados de 2019, la cinta se posicionaba como la adaptación de un videojuego más taquillera en Estados Unidos. Warner aprovechó muy bien el encanto del detective más perspikachu de todo el catálogo de 3DS, con un tirón tan grande que posibilitó no dejar abierta la trama que tuvo lugar en la última portátil de Nintendo y no triunfó demasiado, en parte, por llegar durante los últimos suspiros del hardware. Creators, por tanto, recoge su propio testigo para retomar la historia de Tim Goodman y su compañero Pikachu, y nos brindan de nuevo una aventura contenida y pensada para los más iniciados (en Pokémon, en el género de las novelas detectivescas o hasta en los videojuegos en general) con una pizca más de condescendencia que su predecesor, aunque sin perder el humor gamberro, su genial escritura ni sus ganas por seguir explorando la relación entre humanos y Pokémon.
Por poner las cosas en contexto —el juego se encarga de hacerlo con un pequeño resumen del primero al inicio de la partida—, Tim y Pikachu ya están recogiendo sus condecoraciones por los sucesos que tuvieron lugar dos años antes, y su fama como detectives de Ryme City ya les permite resolver crímenes de forma paralela a la policía de la ciudad. Eso sí, su objetivo sigue siendo claro: encontrar a Harry Goodman, padre del protagonista (humano), quien desapareció en extrañas circunstancias justo antes de que su Pokémon formara equipo con su hijo. Como no podía ser de otra manera y en esta ocasión sin Sustancia R de por medio, la paz no podía reinar durante mucho tiempo en las calles de Ryme City y, de nuevo, la pareja detectivesca tendrá que investigar para devolver el orden a la ciudad sin olvidarse de Harry y la búsqueda de su paradero. Creators ya demostró con la entrega de 2018 que tienen buena mano a la hora de crear historias sencillas, pero emocionantes, dignas de cualquier gran historia de detectives. No necesita alejarse demasiado de eso, en mi opinión, y es sorprendente la manera tan natural en la que pasas del total desconocimiento a ir ordenando las pocas piezas que te dan; pasas de no tener indicios sobre lo que está ocurriendo en cada uno de los casos a tener una idea clara de por dónde pueden ir los tiros. La cosa puede ir sobre encontrar joyas robadas, algo que se puede entender como un «caso» propiamente dicho, pero el juego se las apaña para trasladar sus métodos de resolución de misterios a la exploración de ruinas antiguas o a intentar elucubrar sobre hechos del pasado.
Esa metodología, en cualquier caso, termina siendo incluso más simple que en su predecesor: el objetivo es ir reuniendo pruebas a raíz de la investigación (acercarnos a un montón de documentos, por ejemplo, e ir buscando información importante con nuestra lupa) y con los testimonios de testigos o viandantes que tengan datos útiles sobre la zona. A lo largo de este proceso irán surgiendo cuestiones que marcan información clave sobre el caso, y podremos elegir entre las hipótesis que se plantean gracias a nuestras pistas para elegir cuál es la correcta hasta llegar a las conclusiones finales (¿Quién es él culpable?, ¿Qué ocurrió en realidad?, ¿Dónde está el Pokémon perdido de turno?). Este método, decía un poco más arriba, representa una herramienta fantástica para asentar información y aclarar las ideas, pero en la mayoría de casos lo más probable es que nosotros vayamos una o dos deducciones por delante del dúo detectivesco, tanto por lo que los propios personajes dicen en voz alta (no paraba de pensar «¡¿pero cómo podéis decir que ahí no hay nada raro?!») como porque tardan mucho en desbloquearse las hipótesis correctas a pesar de que toda la información ya está sobre la mesa. La cuestión ni siquiera se encuentra en si es o no un juego «para niños» —Yasunori Yanagisawa, director creativo del juego, ya despejaba las dudas de los más despistados al afirmar que es para personas «de todas las edades», un eufemismo claro del público infantil—, sino en que en muchos momentos es incluso condescendiente por pura repetición y por la omisión de lo evidente; desde luego que es complicado estancarse con cualquier deducción, pero sus armas, lejos de venir de un gran diseño como en el caso de Cocoon, llegan a través de una toma de decisiones que se siente como un remolque del que tenemos que tirar constantemente.
La capacidad de nuestra pareja de detectives para llegar a estas deducciones, unas a las que ni siquiera es capaz de llegar la policía, se justifican con una cualidad excepcional de los dos investigadores: como ocurría en el primero, Pikachu y Tim pueden comunicarse perfectamente, así que a los testimonios de los viandantes se les pueden añadir los de unos Pokémon que, como los humanos, también habitan Ryme City. No solo sirve para justificar que los protagonistas vayan por delante que el resto de fuerzas del orden, sino para hacer énfasis en un tema que siempre rodea a la franquicia como es la relación entre humanos y Pokémon. La saga del detective, de hecho, se olvida de los entrenadores (no recuerdo ni uno solo, al menos en El regreso) para hablar más sobre la convivencia en sí misma entre ambos, lo que supone existir en comunidad y respetar los espacios de los dos. Esas buenas intenciones se tropiezan con los errores de siempre al representar a los Pokémon como mano de obra —no puede faltar el Machamp encargado de los trabajos pesados—, pero sí que existe un afán por ahondar más en cómo se comunican y compenetran humano y compañero, mientras nos habla de cómo estas criaturas, aun siendo de distintas especies, encuentran sus propios espacios y respetan los del resto para vivir en paz. Esto mismo se integra en el gameplay con secciones en las que Pikachu montará en otros Pokémon para aprovechar sus virtudes (unos grandes capaces de mover objetos, otro permitirá seguir rastros o hasta ver a través de las paredes); no lucen demasiado, desde luego, y probablemente nazcan de un miedo a su propio género como novela para aportar así un poquito de acción, pero dan un toque especial y nos ahorra el tipo de frustración que sí hay en los juegos más tradicionales de la franquicia, cuando nos preguntamos por qué no podemos simplemente subir volando una montaña con nuestro Pidgeot en lugar de recorrer sus cuevas a pie.
La ejecución no es genial, desde luego, cómo tampoco lo es la de sus deducciones detectivescas, pero es muy fácil disfrutar del juego cuando nos dejamos llevar y disfrutamos de cómo la propia naturaleza de los Pokémon se las apaña para tener una relación tan directa con las investigaciones. Pienso frecuentemente en un ejemplo concreto, dentro de una misión secundaria en la que la deducción nos la dará el juego (no spoiler risk): en cierto momento, tendremos que demostrar la inocencia de un Morpeko acusado de utilizar su movimiento Rueda Aural —único en su especie— para quitarle comida al cliente de una cafetería, inculpado porque hay marcas de un ataque eléctrico. Lo cierto es que la naturaleza de este ataque, confirma WikiDex, hace que si Morpeko está en su forma saciada el movimiento será de tipo eléctrico, mientras que si está en su forma voraz se transformará a tipo siniestro: es imposible, por lo tanto, que lanzara ese ataque antes de haber comido. Esa deducción viene de comprender la propia naturaleza de los Pokémon y aplicarla con mucha elegancia, seguramente el tipo de enfoque que muchas personas que llevan años siguiendo la franquicia disfrutamos con mayor devoción, algo que dé un plus de personalidad de forma orgánica. Se trata de uno de tantos ejemplos dentro del juego (quizá el más fino, aunque cada pocos minutos hay alguno interesante) que cumplen con esto, y que se exploran especialmente en algunos de los encargos secundarios que nos encontraremos por el camino. Es una pena, en realidad, porque el encanto de las subtramas se contrarresta un poco con objetivos no demasiado pensados que nos obligan a ir de un lado para otro, pero a decir verdad es mucho más sencillo olvidarse de las torpezas y quedarse con esas pequeñas interacciones en las que descubrimos los hábitos de los Pokémon y su forma de relacionarse con el mundo.
Entiendo a quien ve a Detective Pikachu: El regreso como un juego vacío y con poco que proponer; ni pretende ser un juego abiertamente innovador ni creo que tenga demasiado sentido esperar eso de él, y por eso, como ocurría con el primero, las opiniones están tremendamente divididas. En ambos juegos brilla algo que se entendía como ajeno a la franquicia: un protagonista, alguien con personalidad y de quien esperamos algo en cada interacción, que siempre queremos saber qué tiene en mente. Ese, claro, es el propio Detective Pikachu, quien al fin y al cabo hace que todas las piezas de su mundo (los Pokémon, su relación con los humanos y los grandes casos por resolver) encajen con tanta firmeza y con un resultado tan disfrutable. Al final, ese gusto o no por las aventuras del detective se basan en si te hace gracia escuchar a Pikachu con voz de señor de mediana edad, adicto al café y con un pasado oscuro, mientras te das cuenta de que el resto solo ven a un ratón adorable que dice «pika, pika». Está claro que ni eso mismo ni cualquiera de sus diálogos (muchos, aunque no lo parezca, son la mar de ocurrentes) justifican esa evidente falta de interés por parte de The Pokémon Company a la hora de hacer un gran juego, con unos mimbres que ya estaban ahí y que solo tenían que terminar de explotar para ofrecer algo más redondo, más sólido, algo que se autojustifique y dé la razón a aquellas personas que sacamos lo mejor del primero.
Lo mejor de todo, eso sí, es que no hay una necesidad real de que justifiquen nuestros gustos. Es más que posible disfrutar enormemente de Detective Pikachu, de sus chascarrillos y de cómo nos da una visión optimista del mundo —aunque con sus corporaciones malignas de por medio— si simplemente decidimos hacerlo. Se es más libre así, en mi opinión, y es evidente que disfrutar del camino de Tim y Pikachu nos brindará grandes historias que contar.
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Aún con sus carencias creo que lo voy a disfrutar mucho. Gracias por el análisis Óscar