Análisis de Dragon Age II

Cassandra Pentaghast, una buscadora de la Capilla, necesita respuestas. Por eso ha capturado a Varric, un enano que ayudó a escribir la leyenda del Campeón de Kirkwall años atrás; esa es la historia que se cuenta en Dragon Age II. Ella le interroga, con un fin poco claro, sobre su llegada, su mediación en el conflicto con los qunari y la forma en que se ganó el favor de la gente. Pero se olvida de la pregunta más importante: “¿Qué coño ha pasado aquí, BioWare?”

Hawke no nació ni con ese título ni en esa ciudad. Hombre o mujer, guerrero, pícaro o mago, pero siempre humano y siempre listado en el censo de Lothering, se ve obligado a huir de Ferelden con su familia cuando la Ruina se presenta ahí arrasando con todo. Garret ((Dejé de cambiar los nombres a los protagonistas cuando cumplí 13 años y no soy de esos que escogen tías por los lulz.)) y parte de su familia acaban en Kirkwall, donde son recibidos como inmigrantes poco gratos. Para lo bueno y para lo malo, de todos modos, están ahí para quedarse.

Esta vez no hay un gran viaje, ni un gran mapa por descubrir ——más allá de las afueras, de un monte, una costa, y sus respectivas cuevas——, ni una Tierra Media por salvar. No me sorprendería leer en alguna entrevista que The Wire se encuentra entre las obras que han influenciado este juego, pues Dragon Age II es, o más bien intenta ser, la radiografía de una ciudad que tiene a todos sus enemigos dentro; aquí hay mucho de política, de segregación social y de lucha de clases, de prejuicios jodidamente peligrosos y de manzanas podridas. Pero esta gran ciudad de las Marcas Libres no es Baltimore. No tiene nada, no está viva, carece de cualquier cosa semejante a una personalidad. Es solo un gran recinto amurallado, uno más, compartimentado de forma exagerada y desesperante ——cada barrio y edificio están separados por un molesto tiempo de carga—, y sin nada por ofrecer a unos habitantes igualmente asépticos, genéricos y despreocupados; son los que siguen impasibles hablando de nada en una esquina, como llevan días y días haciendo, mientras una elfa hace llover bolas de fuego y otro tío parte con su espadón a dos docenas de ladrones.

Es algo arriesgado, y por ello moderadamente aplaudible; soy el primer fan de lo que podríamos llamar la épica de la cotidianidad. Pero BioWare no la encuentra y falla en la forma de presentarla.

Basar casi todo el guión y vertebrar todos los objetivos de la trama principal alrededor de un lugar tan poco memorable y tan mal diseñado es un error grave que se arrastra durante toda la aventura y del que todos los apartados se resienten. Cuesta implicarse como jugador cuando todo lo que sucede es tan absolutamente ajeno a Hawke ——en varias ocasiones nos preguntamos qué nos tocaba hacer ahora y cuál es exactamente la motivación de nuestro protagonista—— y es absurdo que tantas misiones, simplonas y faltas de variedad, nos hagan ir rebotados de un sitio a otro cuando los desplazamientos son tan trabados y tediosos.

Lo más divertido, cuando ni hablas ni te das de leches, cuando recorres el mismo el mismo pasillo, la misma gruta o el mismo sendero por quinta vez, es pulsar X ((Versión analizada: PS3. Pero la de PC tendría la misma nota.)) una y otra vez para que el pícaro se ponga a hacer cucamonas con sus dos dagas y forzar un divertido fallo gráfico por el que sus brazos se enredan de mala manera.

Por suerte, hay que combatir y dialogar.

Sí está bien lo de pedir la opinión de un acompañante en situaciones concretas. Y es que uno de los mejores detalles del título es ese, las pequeñas variaciones que hay en varias misiones en función de los integrantes del grupo. Esos momentos, y sobre todo las misiones que nos encargan los propios compañeros, determinan la telaraña de relaciones marca de la casa. Ahí BioWare no falla; la amistad o rivalidad ——se agradece que lo de contestar de mala gana a quien te caiga especialmente mal, como Anders, no sea claramente perjudicial—— con esa gente determina lo que sucede en varios puntos, y ese tema de las decisiones consigue vincularnos más de lo que se podría pensar con unos personajes tirando a olvidables.

Siendo también menos complejo que Origins en ese aspecto, Dragon Age II se ramifica lo suficiente en función de nuestras elecciones. Al final del follón con los qunari, por ejemplo, puede pasar de todo en función de varios factores y ciertas decisiones no son fáciles de tomar… especialmente si eres un iluso como yo y mantienes hasta el final la esperanza de que el imponente Arishok se una a tus filas.

Los cambios llegan también al apartado visual, en este caso para bien. Con las animaciones faciales mejoradas y los planos más acertados en charlas y cinemáticas, el conjunto gana lo suyo sin llegar para nada a resultar espectacular ni librarse, en consola, de ciertas ralentizaciones. Tampoco a nivel artístico está entre los mejores trabajos de la compañía, especialmente en lo que a escenarios se refiere, pero como mínimo tiene un toque distintivo en una temática que suele apostar demasiado por el denominador común.

Decepción es, pues, la palabra que quedará asociada a esta secuela. Y no solo porque sea inferior a la anterior entrega. De talibán ya no tengo ni la barba, así que no me voy a quejar por no poder cambiar la armadura de mis ayudantes y puedo vivir sin la vista isométrica. Entiendo que se quieran buscar nuevos comienzos e incluso que las referencias al primer Dragon Age sean más bien pocas a pesar de los muchos personajes rescatados. Por encima de las comparaciones está el hecho de que el periplo del Campeón de Kirkwall no destaca en nada, ni visto como producto independiente, durante las cerca de 40 horas —completando la mayoría de misiones secundarias— que conducen a un final igualmente insatisfactorio.

Claro que en las páginas del Códice sigue habiendo un universo elaborado con temas tan interesantes como la tentación del Velo. Claro que hay cosas que BioWare no podría hacer del todo mal ni aunque se lo propusiera. Claro que el ritmo al que desbloqueamos encargos y objetivos hace que el juego llegue a enganchar. Claro que la música está realmente bien. Poco importa cuando Dragon Age II ni divierte, ni conmueve ——el amor, el sexo y la muerte vuelven a representarse de forma más bien torpe, rozando lo ridículo——, ni construye lo que el guión demanda, ni aporta nada al género. Es una obra normalita, un juego de rol correcto, pero del triple A que se esperaba solo tiene aquel teaser con el que se anunció hace demasiado poco tiempo. [6]