Análisis de El profesor Layton y el legado de los ashalanti

Recuerdo que el primer juego del Profesor Layton nos pilló a todos un poco a contrapié, por eso de que mezclaba varias cosas que en Occidente quizá nos encajaban mal: era un juego que era decididamente casual sin parecerlo, o que sabía meternos en lo casual, a nosotros, hardcores irremediables, que con la primera DS sacábamos las navajas a la que alguien nos sugería que las abuelas también podían jugar a la consola. Las cosas han cambiado un poco y ahora no está (tan) mal jugar de vez en cuando al tipo de cosas que jugaría Amparo Baró, y el Profesor Layton se ha ganado un lugar privilegiado a base de buen hacer y de replicar el encanto y la amabilidad de su protagonista.

El profesor Layton y el legado de los ashalanti no sólo es el fin de la segunda trilogía Layton, sino que es el último juego de la serie en el que Layton tendrá rol protagonista. Hasta qué punto es esto importante es algo que sólo se sabrá con el tiempo, pero bien cierto es que Layton va necesitando un descanso: seis juegos en cinco años no son pocos, y si ya en La máscara de los prodigios se echaban de menos cambios más sustanciales en una «experiencia Layton» que seguía siendo, escribía yo mismo hace un año, «amable, generosa, inteligente y preciosista», con El legado de los ashalanti ocurre más o menos lo mismo; varias de las cosas que daban fuerza a la anterior entrega, no obstante, pierden aquí el efecto sorpresa y la emoción de las primeras veces, como los modelos tridimensionales o las secuencias en que la intensidad del juego aumenta y la historia nos mete en escenas de acción que exigen algo de habilidad, además de darle al coco.

Cuando hay que darle al coco, sin embargo, Layton sigue demostrando que pocos hay mejores. No todos los puzzles de esta entrega (entre los principales y los diarios, 500 y pico) sorprenden por igual, pero en todos se nota un mimo que hace que resolverlos sea una experiencia muy satisfactoria. Más de un rompecabezas nos recordará a anteriores Layton o incluso a otros juegos, pero en todos se ve que la mano de Level-5 para calcular tempos y decorar todo para que nos sentamos especialmente arropados resolviendo sus pruebas es extraordinaria; no sólo lo demuestran con los Layton, sino que incluso en juegos totalmente distintos como Ni No Kuni se nota como a menudo apuestan por suplir ciertas faltas de profundidad sistemática o mecánica con puro preciosismo y estética.

En Layton, la clave sigue estando en calcular correctamente la proporción de puzzles, exploración y cháchara (ya sea en diálogos escritos o en escenas de vídeo, de nuevo muy bien realizadas y totalmente dobladas). No sorprende, de nuevo, por ser especialmente parecido al anterior, y esta vez quizá sí se pudiera haber pedido un poquito más de generosidad en los puzzles o algún tipo de traca final que hiciera que el juego se notara realmente como un fin de ciclo: sigue siendo una delicia ir clicando los escenarios con nuestra lupa, descubriendo puzzles y monedas, pero las novedades (como el mayor dinamismo de las pantallas, aunque sin especiales aspavientos) saben a menos de lo que quizá deberían, especialmente cuando más de uno habrá dejado el anterior Layton hace nada, por los puzzles diarios que aquí, por cierto, repiten acto de presencia: uno por día durante un año, gradualmente más difíciles a medida que las veinte categorías van avanzando.

Por supuesto que El profesor Layton y el legado de los ashalanti es un juego muy recomendable para cualquiera con un poco de hambre de ejercicio mental, de algo más allá de farmear piezas de armadura, pegar brincos y recoger monedas o patear culos en los mil y un juegos que nos ofrecen eso; por supuesto que nos da pena que Layton cierre ciclo, y aunque es difícil creer que Level-5 no va a seguir aprovechando la serie, tan exitosa (ya hay anunciado un juego para móviles, de hecho) queda ver de qué manera siguen. Con El legado de los ashalanti han tocado techo, de alguna manera; han exprimido un poquito más de la cuenta una fórmula con la que, a pesar de lo reiterativo, es difícil enfadarse: la paz de las horas que pasamos con Layton puede perder potencia a medida que se van convirtiendo en rutinarias, pero sigue siendo paz, sigue sabiendo estar lejos de lo que los demás nos dan, porque sabe y porque puede. [7]