Análisis de Enslaved

El primer proyecto multiplataforma de Tameem Antoniades y sus colegas de Ninja Theory era una película en su vida anterior, pero nadie se interesó por la posibilidad de hacer cine de animación con poco presupuesto y motores de juegos ((Siguen con la esperanza de llegar a parecerse a Pixar algún día, criaturicas.)). Se ha hablado mucho también de la participación de Alex Garland y Andy Serkins, guionista y actor, respectivamente. ¿Lo mejor de cada mundo o demasiado cine para un videojuego? Enslaved es un título totalmente centrado en su historia, poco original pero interesante ((Noticia de impacto: me gustó el final.)) y bien llevada, gracias sobre todo a los dos protagonistas, y también en la forma de presentarla. De todos modos, fuera de las impresionantes cinemáticas con animaciones (especialmente las faciales) muy pocas veces vistas, la influencia directa del séptimo arte resulta evidente sólo en algunos cambios de cámara para regalarnos planos realmente vistosos. Mucho más comentable, en cualquier caso, es es la influencia indirecta, aunque seguramente no involuntaria, que ejerce la experiencia contemplativa sobre la interactiva. Enslaved es, además de un viaje —el de Trip y Monkey, tras escapar de sus captores, hacia el poblado de la primera—, un paseo. La voluntad de no complicar las cosas, de convertir el simple hecho de avanzar —en la ruta y en la trama— en la gran prioridad, es una de las principales y más cuestionables características del título. Y es que, a efectos prácticos, esto se traduce en una simplificación de todos los elementos que configuran el diseño jugable del título: plataformas, combate y puzzles, que no pasan de las palancas para principiantes. Ciertamente, se les ha ido la mano con lo primero: la desmesurada automatización de los saltos le resta interés al hecho de controlar a Monkey. Las paredes invisibles en los límites de cada superficie impiden caer al vacío y se aseguran de que sólo podrás hacer un salto: el que toca. De un punto al siguiente, que no puede ser otro. La verdad, no sé qué se pretende con eso; dudo que un no jugador vaya a interesarse por el título gracias a esta ayuda extrema, pero sí hace que cualquiera de nosotros se sienta como Michel Phelps con manguitos. Aunque, como a todo, uno se acostumbra, resulta más incómodo de lo debido, especialmente porque no permite hacer algo tan «nuestro» como avanzar brincando sin parar, libres. Eso es justo lo que podemos hacer, afortunadamente, con la nube, un aerodeslizador personal para surfear por el río Hudson, que se activa sólo en entornos y momentos específicos. El ritmo o el flow como único reducto de la pericia carece de sentido cuando pulsar A repetida y compulsivamente es la mejor forma de encadenar saltos ya sea para esquivar balas, evitar llamas, escapar a derrumbamientos o simplemente ganar tiempo, ir más deprisa. El otro componente importante de la aventura son los combates. Esto, claro, no es un Bayonetta, pero aquí la decisión es más lógica y acertada; la contundencia de los golpes —muy bien pensados los golpes finales a cámara lenta, mostrando toda la rabia de Monkey— se impone al escaso repertorio —golpe flojo, fuerte, ataque de zona y carga aturdidora— y la posibilidad de adquirir habilidades como el contraataque o mejorar la salud o el escudo, a cambio de orbes de energía repartidas por ahí, se agradece. El tuneo del bastón cubre también sus funciones como arma de fuego: proyectiles de los que duelen —y sirven para romper algunas estructuras— y otros que sólo fastidian escudos e inutilizan mechs por unos segundos. No se usan mucho porque hay pocas balas, pero los enemigos finales, muy decentes ellos, ganan así importancia. Pero, amigos, dejamos la Hobby Consola cuando descubrimos que esto va de experiencias, no de apartados, y aquí las limitaciones en cada aspecto se diluyen de forma evidente por el empaque de la mezcla. Enslaved ofrece alicientes de sobra cuando saca partido a su personalidad, cuando logra que nos preguntemos qué sucedió para que Nueva York acabara en ruinas, tapizada por vegetación y habitada por animales salvajes y robots asesinos, cuando nos hace sonreír con algunas conversaciones entre Monkey y Trip bien integradas en la partida —recordándonos de nuevo al Prince of Persia cel-shaded—, cuando sucumbes al encanto de la muchacha… Es evidente el modo en que el título se apoya en sus escenarios, y no es casualidad que las mejores partes, como el puente de Brooklyn, sean también las más bonitas y/o espectaculares. Hay que dar las gracias al Unreal Engine 3 —los problemas de texturas y framerate se han reducido considerablemente, sobre todo si el juego se instala— y a Uncharted 2 por ello. Desgraciadamente, todo esto pega un bajón a la mitad del juego —esto es, a las cuatro horas de partida—: se acaban los cielos azules, alguien decide que los tonos lilas tienen derecho a existir, las mecánicas cooperativas se apartan y el vil metal nos desgasta ligeramente donde antes las plantas nos daban aire. Además, la entrada en escena de Pigsy, un personaje más desagradable de lo que pretende ser, no le hace ningún favor a la relación entre Monkey y Trip, que bien podría ser el el aspecto más interesante del guión. Tal vez por resultar más fresco de lo normal estos días, Enslaved engancha y se las apaña para gustar más de lo que a veces parece querer. Peculiar y demasiado automatizado, pero también muy cuidado y simpático por momentos, refuerza la imagen de Ninja Theory que ya nos dejó Heavenly Sword: hay talento, pasión y ganas en el grupo, pero siguen topando con algunas ideas de bombero. [7]