Análisis de Final Fantasy XIII

Seguro que conocen a este tipo de chica. Es una chica estupenda. Posee sentido del humor, le gustan los videojuegos y tiene una conversación inteligente, pero tiene también metida en la cabeza, ya sea por su educación, ya sea por experiencias pasadas, una malsana visión sobre cómo son las cosas. Así pues, la chica de marras no menta los videojuegos porque cree que los demás le verán como demasiado friki, no hará bromas por miedo a ofender a la gente y no conversará porque ella cree que a los hombres no nos gusta eso de hablar con las mujeres. Así pues, va escondiendo sus cualidades bajo capas y capas de complejos y mierda, pasando desapercibida a ojos del mundo. Final Fantasy XIII viene a se la encarnación de esa chica en forma de JRPG. Es un juegazo como la copa de un pino, lastrado por «lo que se espera» de un Final Fantasy y peor aún, por lo que se espera de la audiencia de los Final Fantasy. Aún viéndolo como una reacción un tanto fóbica a lo que fue su antecesor, criticado por alejarse del canon de la saga, a poco que uno rasque no ve tanto un alejamiento deliberado de FFXII, como una pésima labor por parte de los productores de Square-Enix, merecedores de ser ejecutados sumariamente en una plaza pública. Es decir, sí, este FFXIII es el polo opuesto del anterior. Pero sus defectos no surgen de eso, ya puede decir la EDGE misa. El problema no es que sea lineal a muerte (que lo es), que haya separación entre batalla y mapa (que la hay) o que la historia devanee sobre pajerismos varios (que también), sino que sus cualidades auténticas hayan sido enmascaradas bajo la premisa de que el jugador medio del Final Fantasy es idiota: la cantidad de tutoriales, explicaciones, subrayados de lo obvio y clichés de la saga «porque eso es lo que se espera el jugador» es tal y está tan insertada a capón en el juego que por primera vez, en lugar de enfadarme con el juego mismo me he visto impulsado a cabrearme con sus productores. La historia es genuinamente interesante y el mundo que crea es fascinante, pero Square-Enix se ha esforzado en mostrarnos un conflicto maniqueo y en relegar las explicaciones sobre el mundo a una base de datos incorporada en el juego, dando lugar a unos primeros capítulos confusos a más no poder. Los personajes son originales (se trata de la primera vez que dentro del propio grupo de héroes hay gente que se odia con toda la bilis de sus entrañas), pero durante las horas de juego iniciales se comportan como clichés con patas, soltando una línea de diálogo facepálmica tras otra y para mayor ofensa su combate, el punto más sólido del juego, es capado intencionadamente para que recuerde a entregas pasadas y no nos «aturda» durante el inicio del juego, y por «inicio» quiero decir «las primeras cinco horas o así». Y viendo este sistema de combate, estamos hablando de un auténtico crimen. Señores, el sistema combate de este Final Fantasy XIII es a los JRPGs lo que el de Bayonetta es a los beat’em ups: no sólo te fuerza a jugar con precisión, sino a hacerlo de manera bella, grácil y letal. No basta con ganar las batallas, el juego alienta y deja claro que habrá que combatir tan, tan, tan bien, que los enemigos lloren de la emoción al morir de una manera tan bonita, tan rápida, tan efectiva. Tan ósom. Uno no entiende el porqué de manejar un único personaje, la regeneración automática de vida y del sistema de recompensas según la rapidez con las que despachemos a los enemigos hasta pasadas horas de juego, que es cuando llegan las batallas complicadas y nos empiezan a habilitar las distintas opciones con cuentagotas, accediendo a las formaciones de batalla, invocaciones, los roles y las habilidades especiales, dando por resultado unos combates rápidos, brutales, estratégicos y frenéticos, cual Erwin Rommel bajo los efectos del speed. Si bien la planificación tiene su importancia (por primera vez el hechizo Libra y las alineaciones elementales sirven para algo), al final la cualidad más preciada en la batalla será nuestra capacidad para improvisar y adaptar nuestra estrategia a los tiempos, ritmos y giros inesperados del combate, dando por primera vez la sensación de manejar una fuerza de acción rápida coordinada y disciplinada más que un puñado de individuos que se turnan para pegar. Incluso logra convertir una limitación como es que sólo puedas manejar y hacer «micro» con un único personaje, en una ventaja en pos de un combate coral y tan automatizado como lo pueda ser una orquesta bajo la batuta de un maestro experto ¿El mejor sistema de combate de toda la saga? Yo diría que sí. Y eso, hablando de una franquicia que va por su entrega número trece, ya dice mucho. Ahora, ¿y el resto de los aspectos del título? Bien, vayamos por partes. Lo primero: gráficamente es una burrada. Tiene un nivel de detalle alucinante y hay lugares en los que decidiremos hacer un alto en el camino (o pasillo) y dedicarnos a admirar las vistas. Su dirección de arte es tremendamente efectiva, en cuanto a que transmite a la perfección lo que es el mundo en el que se desarrolla. Me explico: la gran parte de las imágenes que han mostrado corresponden a la primera mitad del juego, que se desarrolla en Cocoon, una utopía mitad artificial, mitad biológica sustentada por el poder de los Fal’Cie, unos entes mágicos y poderosos, suspendida sobre un inhóspito y hostil planeta llamado Paals. Los diseños de la flora y fauna son una especie de cruce satánico entre Avatar, Tron y varios kilos de peyote, logrando transmitir a la perfección lo que es Cocoon: una versión sintética, aséptica y contorsionada de la naturaleza a gusto de los Fal’Cie. Son deliberadamente horteras y agresivos en su diseño, y el contraste cuando finalmente se explora Paals es brutal y efectivo entre otras cosas, debido a su acertada dirección artística (y no me digáis que es un spoiler y que os sorprende que al final se acabe explorando la “tierra mítica y desconocida que no se debe pisar”, por Dios). La música viene a ser… diferente del resto de la saga. Con su tema principal pasteloso, sí, pero diferente. Ni Uematsu, ni Shimomura; esta vez Square-Enix ha puesto detrás de la batuta a Masashi Hamauzu, hasta hace poco un compositor relativamente desconocido y hasta ahora, relegado a un segundo plano como colaborador en otros títulos como Final Fantasy X o compositor principal en obras menores como Unlimited SaGa. Logra dar al juego un aire bien distinto al de las otras entregas a base de mezclar estilos de lo más variados, fluctuando entre la música orquestal, electrónica, tradicional japonesa e incluso country y chillout, introduciendo temas vocales con bastante más frecuencia y sutileza de lo normal en la saga, logrando una sensación tremendamente atmosférica. Tan sólo un pero: Hamauzu no logra crear melodías muy pegadizas más allá del excelente (y repetido hasta la saciedad) tema de batalla, es como si le faltase la glándula del tarareo. Por lo demás, un bautismo musical en el terreno de las superproducciones más que aceptable. En cuanto a la historia y personajes, siguen el mismo patrón que el resto de los aspectos del juego: está desesperado por dar la impresión de que este es otro Final Fantasy más. Uno asociará invariablemente los personajes de este Final Fantasy XIII con los de entregas anteriores. Lightning, la protagonista, parece Cloud con tetas, tenemos también a Rikku segunda parte (alias Vanille) y al negro guay de las películas yanquis (Sazh). La cuestión es que a medida que avanza la historia se ve que tienen su personalidad propia y bien diferenciada de sus homónimos, conflictos entre ellos medianamente interesantes y que dicho sea de paso, Sazh es el AMO y el único personaje cuerdo de todo el juego. E incluso acabaremos por ver que algunos giros argumentales predecibles acaban por no serlo tanto en un argumento que sin revolucionar el medio, cumple bien su cometido. Y por fin llegamos a la gran pregunta. Cuando se juntan todos esos elementos, ¿acaba funcionando el conjunto? La respuesta es que sí, pero que no para todos. Este Final Fantasy, como otras entregas, es tremendamente divisivo y polarizador. Es lineal a muerte (más si cabe que Final Fantasy X, que ya es decir), requiere de un buen tiempo de juego hasta que finalmente el sistema de combate se desbloquea por completo y hace «clic» en tu cabeza, es deliberadamente sencillo y sí, sigue siendo un juego enfocado a adolescentes. Pero hacía años que no me tiraba jugando a un Final Fantasy hasta las tantas de la madrugada y que cada vez vaya a mejor. Es único y es bello, por mucho que Square-Enix se haya propuesto darle una pátina clónica y carente de inspiración, no vaya a ser que «su audiencia» (sean quienes sean) se revolucione. Pero debajo de todo subyace un buen Final Fantasy como los de antaño, gracias precisamente a lo que separa a este Final Fantasy XIII de sus predecesores, no de los clichés que comparte con ellos. Los que busquen revoluciones y una evolución de la saga hacia nuevas cotas de madurez y experimentación narrativa que miren hacia otra parte, porque yo también me he sorprendido echando de menos el poder participar en la secuencias de vídeo como en Heavy Rain. Los que buscaban que la saga simplemente volviese por el buen camino, felicidades, porque los pilares que definen la calidad de un JRPG, es decir, su sistema de combate y su argumento, son sólidos como hace tiempo que no lo eran. La chica puede tener complejos y vestir mal, pero ignora que las mujeres no están o dejan de estar guapas, sino que lo son o dejan de serlo. Y ésta además lleva un chocobo en el pelo. Nota Como juego [8] Como Final Fantasy [9]