Análisis de Gears of War: Ultimate Edition

Gears of War fue un milagro. Cuando salió la primera entrega, en el lamentablemente lejano año 2006, recuerdo que nos pilló a todos desprevenidos; 2007 lo dediqué a terminarme el primer Gears of War en distintas dificultades y con distintos amigos, en casa o por internet. En 2008, Tom Bissell publicó su imprescindible artículo The Grammar of Fun, para el New Yorker, unos días antes del lanzamiento de la segunda parte; sigue siendo lo mejor que se ha escrito sobre el juego. 

El ciclo de vida del primer Gears of War, como es habitual hoy en día, terminó con el lanzamiento de la segunda parte y ahora vuelve a empezar con la publicación del remake, Gears of War: Ultimate Edition, una revisión para Xbox One y PC con algunas mejoras técnicas y varias cosas que hasta solo estaban en la versión de ordenadores.

Merece la pena jugar a la Ultimate Edition con el artículo de Bissell a mano. Allí se explican algunas de las claves que hacen que el juego aguante tan bien el paso del tiempo. En lo artístico, por ejemplo: se supone que estamos en un sitio similar a nuestra Tierra, en un futuro similar al que tendría un sitio como nuestra Tierra si lo invadiera una civilización agresiva creada por un dios que se pasó los 90 leyendo tebeos de Dark Horse. Es un mundo oscuro, exagerado, casi de dibujo animado; también coherente y memorable. «Siempre se olvidan de dejar el pasado. Todo el mundo siempre asume que el mundo entero simplemente explotará y será reconstruido con un estilo súper futurista. Yo todavía veo por ahí coches antiguos de los años 30 y 40, justo al lado de cosas que tienen pinta de ser del año 2000. Esa mezcla es la que hace que las cosas sean interesantes», explica Cliff Bleszinski en The Grammar of Fun.

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Cliff Bleszinski, sin duda el nombre propio más asociado a la serie Gears of War (hasta que dejó Epic en 2012), es un tipo extraño. No porque su vida sea especialmente enigmática o por alguna propensión específica a la mística en sus declaraciones, sino por cómo ha conseguido dejar su huella en el diseño de videojuegos como pocos diseñadores individuales pueden presumir de haberlo hecho. Todavía más joven que muchos de los que estáis leyendo esto, fue uno de los diseñadores de Unreal; al año siguiente, hizo lo mismo con Unreal Tournament.

Al año siguiente, dio una charla en la Game Developers Conferece sobre el arte y la ciencia del diseño de niveles. Ese era su fuerte: la creación de escenarios. Algo de eso hay también en el primer Gears of War, tan preocupado por establecer un tono concreto y conseguir una cierta calidad cinematográfica más notable que en otros juegos del estilo como de crear desafíos mecánicos legibles y que buscan explotar sus recursos de videojuego de disparos: más que sus secuelas, el primer Gears of War juega con una serie de elementos (las coberturas, la recarga activa, la «cámara de seguimiento Faluya», como la llama el propio Bleszinski; el Martillo del Alba, los Agujeros de Emergencia y otra serie de situaciones concretas que se repiten en varias ocasiones, y que ponen por delante el control del jugador antes que la coherencia narrativa) no para dar un sentido narrativo a la aventura, sino para distinguir cada zona, para crear situaciones memorables que hagan las veces de niveles en un juego en el que, se nos propone esa ilusión, todo es un camino único, la tendencia que hoy siguen la gran mayoría de videojuegos.

Decía al principio que Gears of War era un milagro y quizá ya estáis viendo que no tanto; hay gente detrás, y los milagros no los hace la gente. Lo que es milagroso es lo bien que funciona todo en este juego, y lo bien que sigue funcionando hoy con las agradecidas mejoras de la Ultimate Edition: la sutileza de algunas ideas del diseño de niveles contrasta con la falta de tacto del dudebro Bleszinski, con el tacto atrofiado del nerd renacido que considera que describir el multijugador de Gears of War 2 como «básicamente, mata a cualquiera que no sea como tú. Nuestra política exterior» es una observación sociopolítica mordaz, y que lo mismo te planta momentos que quieren recordar a un amor perdido o a la muerte de su padre como te pone un retrete en medio de una cobertura, atrezo nada casual de una aventura que combina de manera esquizofrénica el drama a la altura de su amigo Hideo Kojima con la mofa de un universitario malcriado.

El milagro del que hablo se llama, en fin, talento.

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A una edición que se supone definitiva (ya sabéis de mi guerra personal con las hipérboles) hay que pedirle una serie de cosas. Primero, porque se entiende que será la última; lo definitivo es lo que cierra y concluye. Personalmente estoy satisfecho con lo que ofrece Gears of War: Ultimate Edition: el remozado visual le sienta muy bien, y el cambio es más pronunciado de lo que un primer vistazo y nuestra siempre engañosa memoria quieran hacernos creer. Las escenas cinemáticas rehechas también se agradecen, y en general el aspecto de la campaña, con su mayor resolución y su framerate estable pero limitado, es fenomenal; os prometo que he sentido escalofríos rejugando algunas secciones con los nuevos gráficos. Hay problemas con algunas sombras y texturas, y algunas veces, pocas, se pueden producir desastres del calibre del que hay en el vídeo de la izquierda; es algo poco común, se conoce, y en realidad mi partida no ha tenido demasiados baches: destacan más los fallos por lo mucho mejor que se ve el resto, imagino.

Se conserva el doblaje del original, icónico por lo bien actuado (ese come mierda y muere es eterno) pero bastante mal traducido: stupid face se convierte en «estúpida cara», como si la cara de estúpido de Dom tuviera la culpa de algo, y no tienen reparos en hacer que fire in the hole salga por la boca de Cole como «fuego en el agujero». Una opción para elegir entre los distintos doblajes tampoco habría estado mal.

En el multijugador se nota el bien que le habría hecho duplicar su framerate al modo campaña, porque la fluidez extra se agradece; la parte competitiva de Gears of War fue puliéndose poco a poco hasta llegar a la tercera entrega, donde tenía ya tanta importancia como la historia, y quizá sea difícil volver a convivir con algunas limitaciones del primero. Recuerdo con cariño las partidas al multijugador del primer Gears of War hace nueve años, y, aunque quizá ahora mismo me resulta un punto más tosco de lo que me gustaría (la movilidad de los marines espaciales no se parece demasiado a lo que algunos de los últimos shooters competitivos nos han ofrecido), me ha enternecido volver a menear las granadas de fragmentación en la cara de los enemigos caídos: con esa pequeña humillación me introduje en el online de consola, al fin y al cabo.

Gears of War: Ultimate Edition es una nueva versión muy competente de un clásico que no tiene demasiado que envidiar a otros iconos de Microsoft, como Halo, en lo de marcar un antes y un después en sus consolas a la vez que introducen una serie de ideas de diseño muy meritorias y muy copiadas, o mal copiadas, por los que vinieron después. Es una buena oportunidad para revisar la primera entrega, o para jugarla por primera vez, y de paso para, cuando llegue el momento, volver a jugarse toda la serie antes del lanzamiento de Gears of War 4; es una apuesta arriesgada para The Coalition, los nuevos encargados de Gears of War, porque con la cuarta entrega tendrán que estar a la altura de lo que la Ultimate Edition nos ha animado a esperar. De momento, el primer paso ha sido satisfactorio: quizá no es una sorpresa como lo fue en su día, pero es la agradable confirmación de que el tiempo no hace estragos en algunos juegos especialmente bien diseñados. [8]