Análisis de God of War III

Jodidamente épico y deliciosamente brutal. Así es el título con el que se cierra la trilogía principal de Kratos. Y eso es justo lo que todos llevamos esperando desde el coitus interruptus al final de la segunda entrega. Con la ascensión al monte Olimpo y el descenso de nuestra mandíbula inferior empieza God of War III. Si no conoces la saga más célebre del Santa Monica Studio de Sony, mal. Mal porque los dos primeros God of War son muy recomendables y mal porque vas a estar perdido en este tercero. Esto es una atípica historia de venganza en la que el malo es Zeus ((Samuel L. Jackson no, el otro. Por desgracia.)) y el “bueno” es un espartano hijo suyo a quien el adjetivo de cabronazo se le queda muy, muy corto. Con eso es suficiente; lo de destripar tiene especial sentido aquí, pero no hace falta aplicarlo a la trama. Reinterpretar y teñir de rojo la mitología griega para dar vida a una franquicia de este estilo fue y sigue siendo una idea tremendamente buena: es un marco rico, interesante y lleno de posibilidades estéticas, jugables y argumentales. La personalidad a nivel visual, las historias reconocibles de los secundarios y lo imponente de los enemigos finales —ya sean deidades o criaturas varias— siguen siendo claves en este nuevo capítulo. Y aunque los otros dos aspectos se potencian ahora una barbaridad, el guión en general y los personajes de apoyo en particular flojean un poco: no hay momentos tan impactantes como el encuentro con Prometeo, lo de Atenea está mal llevado y el ¿enamoramiento? de Kratos en un momento dado no tiene lógica ni coherencia. Y es que este protagonista ni siente ni padece. La sed de sangre y la falta de piedad del Fantasma de Esparta son, por encima de todo lo demás, el punto de apoyo de la saga. La brutalidad ((Siento repetir tanto esta palabra, pero es con diferencia la más definitoria.)) hace de Atlas y carga sobre sus hombros el peso de todo lo demás. La franquicia entera se construye a tomando ese concepto como base y PS3 permite hacerlo mejor que nunca. En cierto modo, Kratos está en deuda con el hardware de la consola, pues God of War III, digan lo que digan los más acomplejados, no sería lo mismo sin los gráficos que por suerte tiene. Es un título especialmente palomitero y avanza a golpe de momentazos que se quedan más grabados en las retinas que en los pulgares. Sus creadores le han sabido dar las grandes dosis de espectacularidad y épica que demanda y durante toda la aventura se cumple la premisa de que “cuanto más grande y más bestia, mejor”. El tono cinematográfico crece gracias a una dirección más cuidada que nunca y al apartado sonoro tan bueno como siempre ((Especialmente con las voces en inglés. Cómo me gustan las opciones de audio y subtítulos en todo lo que publica Sony)). El protagonista luce de fábula y se mueve igual de bien, la gran mayoría de texturas son tan brillantes como los efectos de iluminación y sólo la escala y la fluidez constante, incluso con decenas de enemigos en pantalla, sorprenden más que el nivel de detalle. El envoltorio, decía, magnifica el contenido de un modo extraordinario: la crueldad de una violencia necesaria es más efectiva ahora que se ve más real —acierto total el uso de la vista en primera persona en determinadas situaciones— y los puntos álgidos se corresponden, no por casualidad, con las exhibiciones de poderío técnico más descaradas. Enhorabuena a los que no hayáis visto antes el principio del juego o el enfrentamiento contra el mayor boss; ojalá me hubiera pillado algo de eso por sorpresa. Ni el contraste entre Kratos y otros personajes ni las cinemáticas post-procesadas delatadas únicamente por la compresión de la imagen reducen la fuerza de este nuevo golpe de efecto por parte de Sony y, sorpresa, otro de sus estudios internos. Pero no sólo de su tecnología vive God of War III, ni mucho menos. De hecho, esos gráficos son lo único que los competidores no han podido copiar, luego si el juego ha sido descaradamente imitado, será por otras cosas. Como no podía ser de otro modo, vuelven los orbes de vida, magia y experiencia para mejorar el equipamiento, incrementando su fuerza y desbloqueando técnicas, vuelve la buena mezcla de hostias y puzles , vuelven los QTE —te acostumbras a las indicaciones tan periféricas antes de lo que pueda parecer— para realizar las ejecuciones más espectaculares y dolorosas que hayáis visto y vuelve un sistema de combate mucho más efectivo que exigente. Con armas de un alcance desmesurado, pocos movimientos pero muy eficaces (L1+cuadrado, por Dios…) y un cotraataque muy generoso se busca y se consigue un título directo y accesible, pero también satisfactorio y muy contundente. Decir que se juega como sus predecesores es cierto sólo en parte; tanto el control como el el feeling que desprende son, lógicamente, muy similares, pero hay algunas pequeñas novedades que parecen más y mayores porque son todas buenas. Si bien la IA sigue sin ser la octava maravilla, sí nos deja enemigos más activos que nunca, lo de agarrar a un enemigo y echar a correr usándolo como escudo no-humano es gloria, al igual que la posibilidad de montar y controlar ciertas criaturas y por primera vez en la saga he llegado a vaciar la barra azul gracias a los nuevos ataques especiales vinculados a cada arma; el de invocar a una formación de espartanos con escudos y lanzas me encanta. Lo de usar la Espada del Caos cuando se llena el medidor correspondiente se me olvida del mismo modo que la Furia de los Titanes, su equivalente en God of War II, pero ahí está. Es una pena que los accesorios no se hayan sabido integrar mejor en el combate. Pueden —y en contadas ocasiones, deben— utilizarse, claro que sí, pero teniendo L1+cuadrado… El arco, la cabeza-linterna y las botas para correr por las paredes sí son básicos en los momentos de menos acción. Sean puzles o elementos plataformeros, aparecen casi siempre cuando toca y en la dosis exacta. No esperéis nada digno de Jonathan Blow, pero sí alguna situación curiosa —el momento Echochrome—, una tirando a ridícula —el momento Guitar Hero— y una mayoría que, como tantas otras piezas del juego, cumplen. Su trabajo sería más fácil, de todos modos, si el diseño de los niveles sin gigantes de por medio fuera tan bueno como en el anterior capítulo —se queda cerca, pero el reciclaje de escenarios en el tramo final lo impide— o si la ligera repetitividad en la que acaba desembocando una vez más el combate se disimulara un poco mejor. Esa falta de variedad se lleva a lo absurdo con las armas. Los desarrolladores parecen burlarse sin razón de las críticas recibidas anteriormente en ese sentido, y al hacerlo repiten el error de siempre de forma más sonada que nunca. Enfundar las Espadas del Exilio, la nueva versión de las clásicas cuchillas con cadenas, tiene sentido sólo si el lila o el verde te gustan más que el naranja, salvo cuando se recurre al viejo truco del material que sólo se puede romper llevando guanteletes. Las diferencias entre tres de las cuatro armas son significativas sólo si se analizan con una profundidad a la que que God of War no ha querido ni ha necesitado nunca llegar. No obstante, ninguno de los pequeños errores (que seguramente serán decisiones, ni mejores ni peores, para los más fans del lugar) comentados hasta ahora molestan tanto como lo irregular de un desarrollo que, por otra parte, para nada llega a dejar de enganchar. Pero sí se quema demasiada pólvora en la sublime escena inicial, dejando el listón en un punto que, pasada la primera hora, se alcanza sólo una o dos veces más. Y como no, lo dejaba entrever hace nada, la cosa se acentúa en la fracción final: después del que en mi opinión es el enfrentamiento más alucinante de toda la saga, las ideas se acaban, los entornos se repiten e incluso aparece un escorpión que juega a ser un jefe final. Lo que viene a partir del combate definitivo ya será más cuestión de gustos. Yo vi un epílogo con altibajos, donde las partes ligeramente jugables destacan claramente sobre las cinemáticas puras. Y sí, confiaba en que el guión nos sorprendiera con un desenlace más trabajado. ¿Y después de esas diez primeras horas? Pues de nuevo podemos volver a empezar con objetos que activan ciertas ayudas, con vestidos alternativos que suponen algo más que un cambio de imagen o en niveles de dificultad tramposillos. Se desbloquean también los Desafíos del Olimpo: siete retos —unos insultantemente fáciles, otros realmente complicados— que una vez completados dan acceso a la Arena de Combate. Disponible desde el principio en la Edición Especial, es un pequeño campo de batalla circular en el que podemos luchar, sin límites ni recompensas, contra los enemigos rasos que queramos. No le veo mucha gracia a esto, sinceramente, y desde luego no consigue que podamos hablar de un título especialmente rejugable. Mi declarada predilección por los hack and slash más técnicos y complejos en lo jugable ha resultado ser esta vez un obstáculo menos insalvable que nunca. God of War III un excelente juego, un espectáculo único y un magnífico colofón para una de las sagas más influyentes de los últimos años. Gestionando un poco mejor la inspiración, el Santa Monica Studio podría haber firmado el Uncharted 2 de su género. Con todo, el juego se las apaña para que, tras los créditos, te acuerdes mucho de lo bueno y poco de lo malo. No es el mejor God of War en todos los aspectos, pero sí en los más importantes y característicos de la franquicia: es más jodidamente épico y más deliciosamente brutal. [9]