Análisis de GRIS

Al pintar una acuarela superponemos capas húmedas y semitransparentes hasta lograr el color que deseamos. En un primer vistazo podríamos considerar que las primeras pinceladas, las notas de color que rompen el blanco acuoso del papel, son menos importantes que los detalles añadidos en seco y que llenan de carácter la ilustración. No es el caso. No si hablamos del trabajo de un maestro que, gracias a su experiencia, dirige los pinceles en busca de un fin marcado incluso aunque él no lo sepa.

GRIS es una acuarela en muchos más sentidos que el estrictamente pictórico. Perfecto bastante más allá de lo visual. Porque, aunque es fácil perderse en el magnífico trabajo de Conrad Roset, no conviene quedarse en la última y primorosa pincelada. No cuando debajo se esconden unos fondos sólidos y el trabajo de un maestro. No cuando hablamos de uno de los mejores juegos de este año.

La base sobre la que se construye GRIS es un juego de puzles y exploración 2D en el que la meta es encontrar «estrellas», una serie de puntos brillantes que no sólo nos ayudarán a avanzar de ser necesario (actuando como puente, por ejemplo) sino que funcionarán como llave entre niveles. El diseño de los mapas —dejando a un lado, repito, su abrumador carácter visual— resulta bastante ingenioso y necesita de una segunda vuelta (y voluntad por parte del jugador) para llegar a entenderse. Para comprender que lo que percibíamos como extenso y creíamos lleno de posibilidades y secretos no es más que un inteligente juego de espejos colocados con extrema atención al detalle.

GRIS podría funcionar como un juego minimalista, sin colores, cambiando al personaje principal por una forma, y seguiría siendo un buen juego. No es solo que la dificultad de los puzles se incremente casi sin darnos cuenta, proporcionando un viaje agradable y sin frustraciones al jugador, es que la velocidad con el que aprendemos nuevas mecánicas resulta ideal para mantenernos interesados y motivados durante todo el tiempo. Al iniciar una partida, nuestra única habilidad es movernos en ambas direcciones y saltar para alcanzar alturas simples. La dificultad la pone el entorno con plataformas que aparecen y desaparecen o la necesidad de realizar saltos en un orden concreto para poder acceder a la zona deseada. En seguida aprendemos el «golpe pesado» —lo conocido como «pisotón»— que nos ayudará a romper el agrietado suelo bajo nuestros pies.

A lo largo de las cinco horas que nos ocupa el viaje propuesto por Nómada Studio aprendemos cuatro de las mecánicas más populares dentro del diseño de videojuegos lo que, combinado con los elementos interactivos del mapa, permite crear gran variedad de puzles que necesitan tanto de cierta habilidad como de lógica y conocimiento de las propias mecánicas para resolverse.

Pero quizás el elemento que puede pasarse por alto con mayor facilidad dentro del conjunto del juego, por su carácter implícito, es la narrativa. GRIS es un juego con mensaje que no se dedica a contar una historia. El tema no se menciona en ningún diálogo (no hay) ni aparece en ningún momento escrito en la pantalla. Al igual que en Journey —título con el que, no dudo, le lloverán comparaciones— recurre a un sentimiento universal y una alta carga de ambigüedad para que el jugador pueda verter en él sus impresiones. A diferencia de este, GRIS necesita que juntemos las piezas, que acabemos la acuarela (literalmente) para comprenderlo.

Al comenzar, despertamos sin voz en los brazos de una agrietada figura, una diosa gigante, rota y con los ojos cerrados. Caemos. Llegamos a un mundo gris. El trabajo de Conrad Roset no se limita a hacer un juego bonito, sus diseños son fundamentales para entender de qué estamos hablando.

En cada fase que superamos (ambientadas en un mundo lleno de estatuas de mujeres que sufren) descubrimos un nuevo color. Por lo que nuestro avance y crecimiento, nuestras victorias, pintan poco a poco el mundo que nos rodea, haciéndolo más vivo y complejo. Hay un enemigo, por supuesto. Un villano que toma diferentes formas y que, como no podría ser de otra forma, es de un negro absoluto, el completo opuesto al color.

Aunque GRIS trata un tema universal como la identidad lo hace desde un punto vista personal reemplazando generalidades con elementos relacionados con la pintura como si deseara, en un intento de cohesión, que no dejáramos de pensar en ningún momento en la figura del pintor, la persona que, con nombre o sin él, es responsable de la parte más llamativa del juego.

Y ahora sí, vamos a hablar del apartado gráfico.

Durante la campaña promocional de GRIS, como no podía ser de otra manera, Devolver y los medios hemos trabajado de manera conjunta para enseñar, por una parte, y admirar, por otra, el maravilloso trabajo de Roset. El ilustrador catalán, lejos de preguntar si los videojuegos son o no arte, ha llevado arte al medio en lo que podría ser una de las colaboraciones más enriquecedoras para la industria. Sin embargo, muchos nos preguntábamos si sería algo superficial, si esa belleza no escondería un vacío o, al menos, un título menor. No es así. Los diseños de Roset son solo uno más de los elementos que hacen enorme a GRIS y, en un ejercicio de modestia, se pliegan a la historia y a las mecánicas siempre que es necesario para que el juego, como una buena foto, no solo brille por su hermosura sino por lo que esconde detrás.

Analizar GRIS me lleva a una espiral. Soy incapaz de ver qué vino antes, si el hecho de que Roset pinte acuarelas funcionó como inspiración para el equipo de Nomada o si el estilo y talento del catalán reclama un medio en el que varias disciplinas se interconectan, necesitando una pinceladas de las otras para dibujar el cuadro final. Pero sé que un juego como GRIS no surge por casualidad. Tampoco lo hace a menudo, por suerte. Porque no creo que estemos preparados para enfrentarnos a tanta belleza.

[10]