Análisis de Halo: Reach

«Es Halo 4 en todo menos en el nombre», decía Microsoft. Los números y las precuelas no se llevan bien, pero sí, Reach es como poco equivalente en importancia y magnitud a cualquier título protagonizado por el Jefe Maestro. El ataque Covenant a esta vital colonia espacial marca un doble punto y aparte en la historia de la franquicia; uno argumental y otro creativo, por decirlo de algún modo, con Bungie haciendo las maletas para irse a Activision. Como decía —como sabéis—, el Spartan que hizo evolucionar el combate cede el protagonismo a sus seis colegas del Equipo Noble. El sexto ((O sexta; lo primero que hacemos es elegir sexo.)), el de reemplazo, es el que más interesa: Teniente B312 aka «nosotros». Las misiones más o menos suicidas del grupo, siempre a remolque, a la desesperada, sólo cobrarán sentido pleno cuando el Pillar of Autumn llegue a ese extraño anillo. Hace falta cierto valor para renunciar al ícono de la marca, pero esta parte de la historia es lo suficientemente interesante como para que no se eche de menos. Qué diablos, es imposible sentir añoranza entre tanta familiaridad. Cambiar la base de Halo sería una burrada indescriptible, así que vuelve el rifle de asalto, vuelven las granadas de fragmentación y de plasma —las otras no molaban—, vuelve la combinación de botiquín y escudo recargable y vuelve un sistema de apuntado que sigue funcionando de maravilla a pesar de haberse quedado solo. La cohesión viene de un control suave, responsivo, con ligeras pero agradables peculiaridades en todos sus aspectos, como ese mítico salto, y a la combinación de los elementos de diseño de siempre. Escenarios con fuerte personalidad, de tamaño perfecto para lo que proponen, con las coberturas justas y las elevaciones necesarias, vehículos bien pensados y colocados —una mezcla de Wraith y Ghost, que entra por la moto Brute, es el único cambio— y el que tal vez sea el mejor arsenal, por variedad, disponibilidad y gestión ((El mundo se divide entre los que piensan que la Pistola de Plasma es inútil y los que sabemos que es lo mejor)), que se puede encontrar en un juego de acción. La mayoría de armas repiten tal y como las recordamos, pero tocaba quitar peso a las de los gorilas y lo compensa con añadidos tan interesantes como el rifle aguijoneador , que viene a suplir la Carabina, un lanzador de plasma con seguimiento o el lanzagranadas de la UNSC, más divertido que efectivo. Un Halo, coño, un Halo. Las habilidades de armadura continúan con la racha de novedades acertadas. El jetpack, la posibilidad de esprintar o el nuevo escudo que te hace invulnerable durante unos segundos —una vez usado, toca esperar a que se regenere, como todos estos complementos— cobran muchísima importancia en la mayoría de las batallas. Pueden parecer demasiadas ayudas, pero ni de coña. No cuando hay más enemigos que nunca en cada escaramuza y son más listos que de costumbre. Los Elites en Fácil o Normal necesitan clases de refuerzo, pero en Heroica o Legendaria tienen una IA de manual, dando lugar a enfrentamientos realmente intensos para desespero de nuestras glándulas suprarrenales. El mayor nivel de dificultad, de hecho, es algo muy serio: ni enganchándole un regalito de plasma acabaremos con un Elite, cosa que no me convence. No queda otra, en ese caso, que sacar el máximo partido a las opciones de flanqueo que aparecen al tener compañeros de equipo competentes e inmortales. O eso, o jugar en cooperativo, claro, pero no podrás engañar a nadie esta vez, pues hay logros y estadísticas independientes para cuando juegas con amiguetes. Todo esto forma una muy buena estructura capaz de aguantar casi todo el peso de diez horas de campaña. Ojo al casi. Los Flood, todavía por descubrir, nos dan un esperado respiro, pero sin una alternativa acaba asomando la repetitividad. El ritmo es bueno en general y la batalla espacial, cumplidora pero muy mejorable, llega en el momento justo, aunque no evita que Reach se quede algo corto en variedad de situaciones. Sí, robar un Wraith sigue siendo de lo más satisfactorio, pero ya van unos cuantos. Lo mismo cuando entramos en una sala con dos Hunters esperando. Lo mismo cuando nos subimos a un Scorpion. ¿Por qué no un nivel de infiltración de verdad —en lugar de la tímida aproximación a Modern Warfare de «Anochecer»—, con silenciadores, por ejemplo, en el que sacar partido real del nuevo movimiento de asesinato? Cuidar un poco más la narrativa, sin duda, habría ayudado. En más de una ocasión nos gustaría estar jugando cuando únicamente nos dejan mirar; tanto hablar de escala y la mayor concentración de vehículos está en una cinemática instrascendente cuando debería ser un memorable momento interactivo. Sí, las cinemáticas han mejorado una barbaridad gracias a una mejor dirección, a unos gráficos más vistosos, a un doblaje correcto —que no se puede poner en inglés— y, sobre todo, al motion capture. Sin embargo, el uso de la vista en primera persona durante algunas de estas escenas es errático y el fundido a negro ((Creo recordar que a blanco en una ocasión. Malditos puristas.)) cuando lo necesario es una transición limpia y natural a lo jugable, un error inexcusable. Pero lo peor estaba escondido en el octavo capítulo, en un rincón, cerca de una escalera. Un soldado arrodillado, apuntándose con la Magnum a la cabeza, lloriqueaba porque la situación, ya muy jodida, le estaba sobrepasando. Me quedé cinco minutos delante, esperando que Bungie me mostrara la parte más cruel de la guerra. Nada. Se mecía sutilmente, dejando claro que había perdido la chaveta, pero nada. A la que repitió una frase por cuarta vez, consciente de que no podía comunicarme con él de otro modo, repartí un cargador entre su cara y su pecho. Estaba cabreado; por su culpa, Reach me parecía un planeta de cartón pierda y un título ((Una campaña, en realidad, pero ya tenía pensado el juego de palabras.)) demasiado simple, con una ambientación que quiere y no puede, tal y como evidencian también la fauna y la población civil. Y es una pena, porque por cosas así el guión no conmueve como debería. La maravillosa épica de la derrota se deja ver de forma convincente sólo en un par de ocasiones y situaciones supuestamente impactantes te dejan bastante frío por la falta de contexto y de trabajo en ciertos personajes. La música de O’Donnell es un valioso aliado, joder que sí, pero de nuevo son pocas piezas las que están a la altura de sus mejores composiciones. Claro que, tal y como los propios desarrolladores se encargan de recordar tras el epílogo, el final de la campaña es el principio de Halo: Reach. En modos de juego y posibilidades multiplayer, nadie le tose. Necesitaría otro análisis sólo para enumerar las docenas de variantes para Rumble Pit —todos contra todos, vamos—, Team Slayer y demás. Desde carreras de cuadrunees hasta duelos de francotiradores pasando por nuevas modalidades como tan viciantes como HeadHunter. Y si te cansas de tanto combate simétrico, de tanto disparar con el rifle hasta que estás lo bastante cerca como para pegar, pues te vas un rato a los vehículos y los tiroteos a distancia de Big Team Battle o Invasión. Todo lo que os podáis imaginar a partir de la idea de capturar la bandera, conquistar territorios o cumplir determinados objetivos, está aquí. Y si no, te lo inventas, lo creas y lo compartes. Hablo de reglas y limitaciones, pero también de mapas, claro, porque el modo Forja es el mejor editor de niveles para FPS que he visto en consola. El sistema de votación —da a elegir entre tres tipos de partida, y si no convencen al grupo se pueden pedir otros tres— es más que bienvenido como filtro. Ah, y las oleadas de enemigos en Tiroteo, que no pude disfrutar en ODST porque se lo había pedido Ed, me parecen la mejor manera de disfrutar de Reach en compañía. Con sus calaveras y personalizable, como todo, hasta lo indecible, es una fábrica de horas de juego que sólo cerrará al desbloquearse el logro de conseguir un millón de puntos. Puntos, que no créditos. La pasta se consigue por cada muerte, al final de cada partida y al superar desafíos de todo tipo. Subir de rango y de nivel sólo permite desbloquear piezas de la armadura con función puramente estética, pero ahí está para quien lo quiera. El asunto este de la comunidad también sigue con Bungie varios peldaños por encima de la media. Capturas y vídeos para subir y recomendar, y un seguimiento total y absoluto, que ríete de 1984. No tengo nada que esconder, así que pasen y vean mis medallas y mis derrotas. Porque sí, el Matchmaking siempre me pone con el equipo malo, para intentar equilibrar —…—. Dos cosas rápidas sobre los gráficos, que no sabía dónde meter, y vamos con la conclusión y la nota que todos habéis mirado ya. Halo: Reach sigue sin ser un estandarte en ese aspecto, pero tiene los polígonos y la resolución en las texturas que le faltaban a Halo 3, además de la mencionada mejora en las animaciones. Pese a las modificaciones, parece que el motor gráfico no da para mucho más, a juzgar por las constantes ralentizaciones que sufre el juego; no son importantes, pero sí sorprendentes por —como mínimo en mi caso— inesperadas. La impresionante iluminación vuelve a ser lo más destacable en un apartado técnico que no deja boquiabierto, pero que tampoco se queda corto. Preguntarse por el futuro de la franquicia no tiene mucho sentido ahora mismo. No lo tendrá durante un buen tiempo, porque lo que ofrece Halo: Reach ocupa demasiado como para ser sólo el presente de Xbox 360. En mi opinión, es más útil recordar cómo empezó todo que teorizar sobre cómo seguirá; volver a Combat Evolved es la mejor manera de desmentir eso de que «lo importante de Halo es su multijugador». La despedida de Bungie supone el triunfo del juego en red sobre la campaña, de la cantidad sobre la calidad, del headset sobre el sonido envolvente y de la amortización sobre la experiencia. Pero un triunfo, al fin y al cabo. [8]