Análisis de Hotline Miami 2: Wrong Number

La trampilla de metal está casi tan fría como la escalerilla por la que bajamos después de abrirla. Dos escalones y casi saltamos al vacío de pura euforia, empapándonos de agua sucia y caliente hasta las rodillas. Estamos exultantes de confianza, somos depredadores enloquecidos de poder olfateando con una sonrisa la distancia exacta hasta la próxima presa; huele a meados y tengo los dedos llenos de óxido, pero nada puede estropearme este momento. Los dientes me rechinan de excitación y estoy salivando como si tuviese delante un pastel de chocolate. Mis pezones abultados contra el sujetador y la erección bajo el pantalón de mi hermano son la señal física, inequívoca, de que esto es mucho más que una afición pasajera. Ash saca el cargador de su Glock y lo revisa para asegurarse de que está lleno de balas; ha hecho lo mismo una docena de veces en la furgoneta, de camino hacia aquí. Lo imagino tiritando impaciente bajo su máscara de cisne.

Avanzamos por el túnel hasta el primer arco y distingo el humo de un cigarro y el codo peludo y seboso de un gordo haciendo guardia apoyado en la columna, de espaldas a nosotros. Me quito la mochila, la coloco en el suelo y saco de dentro a mi pequeña, recién engrasada y reluciente. Miro a Ash, los dos asentimos. Él desliza la corredera de su arma, yo beso a mi pequeña en la cadena antes de bajarme la máscara. Tiro del arranque y no me defrauda: ruge y escupe humo como el bostezo de un dragón al despertar.

De un salto me sitúo justo frente a frente con Gordito, que ni siquiera es capaz de levantar su escopeta. Está atónito, paralizado de confusión. Inclino la cabeza hacia la izquierda como un animalillo curioso y le empotro mi motosierra entre las piernas con tanta fuerza que lo levanto unos centímetros del suelo. El cigarro se le cae de los labios y sus ojos se ponen en blanco al sentir la penetración, mientras la hoja metálica se abre paso verticalmente a través de su cuerpo. Me gusta empezar por abajo e ir subiendo porque el camino hasta el primer órgano vital es más largo y el cerebro se resiste a perder la consciencia. Noto como la cadena de la sierra alcanza el hueso del pubis, la vibración aumenta en mis manos y su papada baila gelatinosa bajo sus ojos que ahora me miran muy abiertos. Me ayudo de la rodilla para alzarla un poco más y la sacudida parte el hueso por la mitad, que cruje como una zanahoria fresca. Ya casi en el tórax, Gordito se desmaya a la segunda bocanada de sangre negra y entonces le extraigo el metal de la panza. El paquete intestinal se le desprende completamente y cae al suelo mientras él todavía está en pie. Suena como cuando nuestra madre volcaba en el retrete el cubo de fregar lleno de agua marrón. También huele parecido. Poco a poco las rodillas le ceden y empieza a deslizarse lentamente, sentándose en el suelo con la espalda contra la pared y la cabeza hacia atrás, los párpados cerrados y la expresión serena de un bebé dormido. Casi parece que le haya hecho un favor.

Oigo el ladrido de un enorme rottweiler que corre hacia nosotros babeando y con el hocico cubierto de arrugas. Ash le acierta en un ojo y el animal tropieza para no volver a levantarse. Los pasos del resto de escoria chapotean en el agua del alcantarillado, nerviosos, alertados. Vienen a por nosotros. Vienen a morir.

Si el primer Hotline Miami era una autopsia recreativa y sórdida del más temible comportamiento humano y de la relación romántica que el jugador de videojuegos mantiene con la violencia desde hace décadas, Hotline Miami 2: Wrong Number no busca llevar más allá esa idea sino simplemente reforzarla y dotarla de contexto.

Todo en Wrong Number orbita alrededor de lo que aconteció en el juego original: el reguero de sangre que dejó Jacket con sus matanzas se ha diluido en los ríos de tinta que han corrido durante los dos años siguientes y su secuela nos hace saltar de personaje en personaje a lo ancho de la influencia de aquellos días de furia. La variedad de las máscaras se ha sustituido por una rigidez deliberada: ahora cada nivel es más largo, más difícil y mucho más repleto de condicionantes innegociables.

Evan, el escritor que trabaja en un libro sobre las masacres del Miami de 1989, arranca su segmento matando sin querer de un puñetazo al segurata de un local y neutralizando a quienes le atacan solamente a golpes y de forma no letal, para defenderse; pero si le obligamos a machacar la cabeza de dos enemigos, el periodista sufre un brote violento y se vuelve capaz de arrancar vidas con facilidad. El detective Pardo, que investiga los crímenes de Jacket y sus imitadores posteriores, ha empezado también a imitar su métodos y limpiar edificios enteros de mafiosos bajo el pretexto de la defensa propia y el amparo de su placa policial; se mueve más rápido y es más ágil que el resto. Los Fans, un quinteto de asesinos chalados admiradores de Jacket que reproducen sus hazañas sangrientas más por aburrimiento que otra cosa; uno dispara dos metralletas a la vez a lo John Woo, otro puede esquivar las balas rodando de un lado a otro, otro matar de un solo golpe y no usa armas, otro utiliza una motosierra y le acompaña su hermana con una pistola. Hasta nueve personaje jugables en total ofrecen su pequeño arco argumental, en el presente o en el pasado, y sus particulares circunstancias y motivaciones a la hora de encarar un asesinato en masa.

La idea de esta secuela parece clara: superar la sencillez directa y brutal del primer Hotline Miami en todos los frentes y generar situaciones mucho más variadas entre sí pero más limitadas en el método para pasar de nivel. Hay niveles de una dificultad malévola que dependen más de la planificación y del diseño mental de nuestro asalto que de la habilidad o los reflejos. Wrong Number es por momentos más puzzle que shooter, pero los mimbres y la dinámica siguen siendo los mismos del original. De hecho casi todos los defectos en el diseño de su antecesor (el comportamiento de las puertas, los enemigos que se alejan de su ruta, el campo de visión demasiado limitado en estancias grandes) acompañan a esta segunda parte, casi como si Dennaton quisiera compensar los riesgos que ha tomado con un cierto toque de inmovilismo. El resultado se puede criticar, pero no podría ser más coherente. Y no solo por mantener el empaque del original para bien y para mal, sino también por la forma en que esos defectos sirven para representar algo difícil de introducir en un juego de esta rigidez: la innegable influencia de la suerte y el azar.

Hotline Miami 2: Wrong Number sabe que ya no tiene de su lado el factor sorpresa del primer juego y que la redondez lisa y sin mácula de aquella experiencia se resquebraja y se desmorona si uno intenta ampliarla. Así que ha hecho lo que toda secuela debería hacer: dejar en paz al original y construir un universo a su alrededor, copiar lo elemental de su primer juego y alterar las reglas y los contextos, haciendo al jugador saltar en el tiempo y en el espacio a cada nuevo nivel, para dibujar una red de consecuencias tan imprevisibles como la dirección de un chorro de sangre al seccionar la carótida de un navajazo.

Le acompañan una banda sonora todavía más increíble que la primera, unos niveles de violencia todavía más explícita y cruenta, y la sensación para el jugador de haber pasado de las pastillas de speed del original a un cóctel psicotrópico tan difícil de prever en sus efectos como de sacárselo después del cerebro. [9]