Análisis de Left 4 Dead 2

Junio de 2009, Los Angeles, California. Microsoft estaba en mitad de su conferencia en el E3, un acto que será recordado como una de las mejores y más memorables keynotes que se recuerdan en la industria. Entre bombazo y bombazo, después de haber anunciado cosas como Project Natal, Crackdown 2 o Metal Gear Solid: Rising, la compañía de Redmond confirmaba un juego que deja sobrecogida a toda la audiencia. Se había rumoreado en los días anteriores, pero nadie terminaba de creérselo. Hasta entonces. Valve estaba trabajando en Left 4 Dead 2 antes de cumplirse un año de la primera parte. No era una expansión, era un juego nuevo a precio de juego nuevo. Las masas, encolerizadas por lo que creían era una mofa y un robo por parte de Valve, atacaron implacablemente a Gabe Newell, su cabeza más visible ((Esto NO es una broma sobre gordos. De verdad.)), y vertieron exalitros de bilis en los foros de todo Internet. No contentos con ello, los jugadores que se sentían traicionados por una desarrolladora empeñada en chuparles la sangre, decidieron que había que hacer algo y, en efecto, lo hicieron. El mismo día del anuncio se daba por iniciado el boicot oficial a Left 4 Dead 2 y se creaba un grupo en la comunidad Steam que llegaría a superar los 32.000 miembros. Ante el bíblico aluvión de críticas y exigencias, Valve se vio obligada a pronunciarse y declararon que una segunda parte estaba justificada por el gran número de cambios. El proyecto, que inicialmente sí fue concebido como un pack de contenido descargable, se había visto presa de una imparable vorágine de creatividad por parte de la desarrolladora, dando a luz algo que se les iba de las manos y, consecuentemente, se escapaba de la categoría «DLC». Left 4 Dead 2, decían, tenía «toneladas de contenido nuevo» que justificaba una secuela. Las explicaciones de Newell fueron tomadas con escepticismo por parte de la comunidad, pero aún así decidieron concederle el beneficio de la duda y soltar las horcas y apagar las antorchas, al menos temporalmente. Hace apenas un mes y medio tuve la oportunidad de probar la demo del juego y, pese a que sólo se permitía jugar una campaña y en modo cooperativo, uno empezaba a olerse que quizá los fanboys estuvieran seriamente equivocados y que las novedades, aunque en la demo no estuvieran todas, coartaban el controvertido nacimiento de la secuela. Ahora, con el juego completo entre las zarpas, no hay más remedio que ajustarse el nudo la corbata, aclararse la voz y gritar a pleno pulmón lo mismo que exclamé maravillado cuando Half-Life 2 entró en mi vida: ¡Lo han vuelto a hacer!

Time to nut up or shut up!

Mirando el resto de juegos de Valve es posible que, valga la redundancia, estemos ante una verdadera válvula de escape. Y es que, no lo neguemos, la bilogía Left 4 Dead no tiene la inteligencia, la majestuosidad o la riqueza subtextual de sus otras franquicias. Da la sensación de que esta sea la forma que tiene la desarrolladora de dar rienda suelta a sus más bajo instintos de ultraviolencia y frenetismo exacerbado. L4D es, y creo que todos estaréis de acuerdo conmigo, un torrente de actividad que no nos deja soltar el pad en ningún momento. No hay muchas ocasiones en las que haya que pensar, y en las pocas que hay, debes hacerlo mientras dejas sin cabeza a la maraña de zombies que corren hacia ti. Sin embargo, y esto es algo que ya comenté la otra vez, L4D2 consigue alcanzar un dinamismo y una intensidad que dejan en bragas a su primera parte. De hecho, al volver al primer Left 4 Dead, uno tiende a sentir que está jugando a un producto incompleto en base a una idea desaprovechada. Y cuando una secuela supera de una forma tan aplastante a su predecesor, es porque las cosas se han hecho bien. Las premisa ya no es original, cierto, y aunque pueda parecer que eso le resta frescura, la verdad es que la cantidad de posibilidades que ofrece el nuevo contenido compensa cualquier atisbo de repetitividad. La mecánica ha sido lo suficientemente alterada y mejorada como para que la experiencia resulte algo completamente distinto, más intenso y más complejo que antes. Como ya adelanté en mis primeras impresiones, el dinamismo de la campaña ha aumentado exponencialmente y todo transcurre ahora a un ritmo frenético, con zombies entrando en el escenario desde varias direcciones a la vez, con muchos más mutantes especiales y más variedad en su forma y comportamiento.

Thank God for rednecks!

Los nuevos fichajes incorporados al bestiario de Left 4 Dead 2 mejoran el juego hasta límites insospechados, dotándolo de una imprevisibilidad casi absoluta. El Spitter, una versión más escatológica de la niña de Medeiros en [REC], se dedica a vomitar un voraz ácido verde (incluyendo desagradables hilillos de baba) que nos hará huir de la zona como locos si no queremos acabar como Kate Moss en ayunas. El Charger es un ser deforme con el brazo derecho hiperdesarrollado ((Interpretad aquí lo que queráis.)) cuyo ataque consiste en embestirnos como un miura rabioso de 600 kilos y luego agarrarnos e intentar romper el suelo con nuestro cuerpo. Y el que para mí es sin ninguna duda el alma de la fiesta en esta secuela, el hilarante Jockey que, como muy bien indica su nombre (en español, «jinete»), basa sus ataques en encaramarse a la espalda de un superviviente y, entre risotadas histéricas, atizarle golpes hasta que algún compañero lo abate. Los anteriores monstruitos del primer juego (Tank, Boomer, Witch, Smoker y Hunter) siguen apareciendo en esta segunda parte, y entre los zombies, digamos «normales», contamos también con ciertas novedades como los ataviados con coraza del S.W.A.T. o los del centro de control de enfermedades, con una traje de bioprotección y las mismas ganas de despellejarnos que el resto de rednecks que les acompañan. Su comportamiento, pese a ser básicamente el mismo de la primera parte, sí que ha sido complementado con nuevas animaciones al ser tiroteados o cuando tropiecen con sus congéneres de una forma terroríficamente verosímil.

Swing, swing, swing!

A pesar de haberse añadido nuevos modos de juegos como el Realista, un cooperativo en el que se nos privará de ver ese destello luminoso alrededor de los objetos, las armas o los compañeros y sólo podremos comunicarnos por nosotros mismos sin frases automatizadas (p.e., cuando recargamos y nuestro personaje advierte «Estoy recargando, cubridme», o cuando al avistar a un mutante especial lo dice en voz alta para avisar a los demás); el que sigue siendo, sin lugar a dudas, el más disfrutable de todos es el modo Enfrentamiento, en el que se nos permite ser una vez más aquel postadolescente frustrado que, oculto tras una máscara, se dedicaba a repartir escobazos en el tren de la bruja con más ímpetu del requerido. Ser lo malos nunca fue tan divertido. Sigue proporcionando un placer inconmensurable el «spawnear» en un rincón oscuro o un pequeño cuarto de baño y esperar a que un superviviente se acerque a inspeccionar. Controlando al Jockey, por ejemplo, podemos asaltar por la espalda a algún jugador despistado y controlar su trayectoria, aislándole de sus compañeros mientras le oímos por los auriculares pedir ayuda entre gritos de desesperación. Y, tal como ocurría en L4D, si coordinamos nuestras estrategias con los otros mutantes, las risas están aseguradas. A poco que nos hagamos entender, conseguiremos resultados como que un Jockey dirija a un superviviente hacia un charco de ácido mientras un Boomer vomita sobre él atrayendo a docenas de zombies que acudirán a él moscas a la mierda. Por esta razón, tanto si jugamos del lado humano como del infectado, se hace casi imprescindible usar un micrófono para comunicarnos con nuestros compañeros y coordinar cada movimiento en la medida de lo posible. Si vuestros compañeros son un noruego, un francés y un ruso, daos por jodidos. Otra alternativa muy seductora es el nuevo modo Búsqueda, que consiste en que los supervivientes recojan garrafas de gasolina para llenar el depósito de un generador o un coche en un tiempo limitado, y un escenario cerrado, mientras los infectados controlados también por jugadores), hagan todo lo que esté en sus macilentas manos para evitarlo. Este modo funciona por rondas bastante cortas, así que parece la solución ideal para cuando queramos echar una partida rápida pero tampoco queremos jugar solos o enrolarnos en una campaña completa. El abanico de herramientas que Valve ha puesto en nuestras manos para enfrentarnos al apocalipsis zombie consta de armas de fuego como distintos tipos de escopetas, fusiles de asalto, de precisión, subfusiles, pistolas y hasta un lanzagranadas que hará las delicias de los más brutos cuando vean el efecto que tienen sus disparos en una marabunta de ochenta demenciados sedientos de sangre. La desintegración es un arte, como diría… yo. Y, aunque el fuego amigo es uno de los grandes condicionantes en la mecánica de juego de L4D2, bien vale la vida de un par de compañeros ((La amistad, esa ramera sobrevalorada, esa fuente de problemas.)) si el espectáculo de tripas voladoras es tan grotesco y brutal como el que se nos ofrece. A las granadas y los cócteles molotov se han añadido los botes de bilis de Boomer, que en teoría hacen que los zombies ataquen a la criatura a la que se lo lancemos, pero cuya efectividad no me ha parecido muy elevada.

Where are the fucking Twinkies?

Otro punto fuerte que viene promocionándose desde su primer tráiler es esa deliciosa variedad de armas cuerpo a cuerpo. Sartenes, bates de béisbol, de cricket, hachas, motosierras, katanas, machetes, porras, palancas y hasta guitarras eléctricas son la mar de útiles cuando las hordas del infierno nos rodean a poca distancia para darnos algunas collejas. Cuando jugué a la demo comenté que su utilidad me despertaba ciertas dudas, que me parecían más un reclamo visual, pero ahora que han calibrado mejor su uso, los desmembramientos y decapitaciones a base de machetazo son, además de efectivos, una auténtica oda al gore y la ultraviolencia más extrema. Enhorabuena a Valve en este aspecto. Aunque los gráficos de L4D2 no sean precisamente punteros —el Source hace ya algún tiempo que huele, no nos engañemos—, sí lo es una ambientación de la que muchos dudábamos y finalmente ha resultado en algo increíblemente atractivo. El terror a plena luz del día es quizá aún más acuciante que en los escenarios nocturnos y neblinosos ((¿Hay algo más aterrador que un payaso? Sí: un payaso zombie.)), y el controlar el juego con un pad —que limita drásticamente la rapidez de nuestros movimientos respecto al teclado y el ratón, y esto es así— hace que permanezcamos en todo momento ojo avizor siempre con ese inquietante complejo de cervatillo indefenso que sólo un videojuego es capaz de provocarnos. Y esto hay que añadir las elucubraciones de una ladina mente como la del Director (la I.A.), que se dedica a jodernos materialmente la existencia cuando llegamos confiados a cierta zona de un mapa que hemos jugado anteriormente y descubrimos que el muy sádico ha reconfigurado este jardín botánico, o aquella serie de vallas para que nuestros planes sobre atajos y zonas seguras valgan lo mismo que el matrimonio de Tiger Woods.

What do you think? «Zombie Kill of the Week»?

Left 4 Dead 2 es, sin ningún género de dudas, uno de los mejores juegos cooperativos jamás concebidos, y esto no lo dice solamente un enfermizo fanático de todo lo que tenga que ver con los zombies; lo dice un ávido consumidor de videojuegos que probablemente ha perdido más horas un pad en las manos de las que le quedan en este valle de lágrimas, sonrisas y terribles películas de vampiros brillantes ((My life is Twilight.)) que es la vida. La segunda entrega del apocalíptico proyecto de Valve ha demostrado que estos tipos siguen sabiendo muy bien lo que hacen, y han hecho que miles de detractores se coman sus propias palabras con un producto de calidad que eleva a la máxima potencia la exuberante excelencia de su obra seminal. Esto no es ninguna expansión, es un juego mucho más completo que su antecesor. Si os gustó el primero, éste os encantará; pero si no os gustó, probadlo de todos modos; y si no lo jugasteis, ahora tenéis una magnífica oportunidad de probar una versión corregida, aumentada y multiplicada por diez. Miel sobre hojuelas, oigan. [9]