Análisis de Life is Strange 2 – Episodio 1: Roads

En la cinta de 2013 Fruitvale Station, el personaje de Octavia Spencer dice que los chicos negros —los niños y los adolescentes— no suelen olvidarse de decirles a sus madres que las quieren antes de salir de casa. Han interiorizado que cualquier día puede ser el último porque no importa quién seas, de dónde vengas o qué hayas conseguido; si tienes la piel oscura, las calles son peligrosas.

El Washington Post tiene una forma de protesta curiosa. Una página exclusiva para mostrar en tiempo real el número de personas asesinadas a manos de la policía. En 2018, y al momento en el que escribo estas líneas, han muerto 732 personas disparadas, golpeadas o sofocadas por personas específicamente entrenadas para proteger y servir. Parece que solo cumplen una parte y porque piensan que se refiere a hostias. El caso es que, en proporción, la mayoría de esas víctimas son afrohispanos o afroamericanos, bastantes son menores y muchos son culpables de pasear por el barrio equivocado, andar con las manos en los bolsillos o llevar la gorra calada de manera sospechosa. No me lo invento. Son las declaraciones recogidas de boca de los policías por el mismo periódico.

Ser una persona racializada en Estados Unidos, aún más en la América de Trump, conlleva una serie de peligros que ningún creativo puede ignorar. La representación de minorías en la ficción tiene asociada cierta responsabilidad, la de no invisibilizar sus problemas diarios, pero Dontnod supera la prueba con nota. Sean Díaz, el protagonista de la segunda temporada de Life is Strange, no está escrito como un adolescente cualquiera, sino que es un adolescente latino. Un chico nacido y criado en Norteamérica pero que no es lo suficientemente rubio para ser considerado uno de los suyos. Es uno de esos adolescentes ante los que un policía se pone un poco nervioso.

El inicio de Roads, el primero de los cinco episodios que nos narrará el viaje de los hermanos Díaz, se siente igual que el principio de Life is Strange, aunque la polaroid ha sido cambiada por un monopatín y la guitarra por un cuaderno de dibujos. Max y Chloe también han sido reemplazadas, pero Sean y Daniel Díaz no tienen nada que envidiarles. Su relación resulta tan auténtica y emotiva como la de las dos antiguas amigas de la infancia.

Al igual que Max, Sean también representa a un estereotipo de adolescente, el chico alternativo que hace skate después de clase y trabaja los fines de semana para ayudar con la economía familiar. Sean comparte con Max la sensibilidad creativa, pero, lejos de poder pagarse una escuela como la academia Blackwell, debe conformarse con dibujar en el puff de su habitación. Eso no le supone un problema. Para cuando las dificultades empiezan en la casa de los Díaz, el adolescente ya nos ha convencido. Iremos con él hasta el final.

Life is Strange 2 nos da exactamente lo que esperábamos. La jugabilidad sigue basándose en interaccionar con el entorno, elegir entre varias opciones en una conversación y varios quick time events bastante sencillos de superar. Pero el guion está bastante más centrado. No tiene prisa por presentarnos a todos los personajes, no necesita introducir tramas secundarias de forma apresurada, ni abusar del recurso del diario para aportar contexto. En referencia al worldbuilding, uno de los cambios más interesantes de cara a esta nueva temporada es que los carteles, nombres ficticios de libros y películas, así como las referencias a hechos de la cultura pop que podíamos encontrar en panfletos, matrículas y varias ambientaciones durante la primera temporada, aquí han sido sustituidos por «conversaciones de relleno» entre los hermanos que otorgan una agradable textura tanto a sus personajes como a su relación. Con las referencias casuales a Minecraft, The Last of Us o a series infantiles, se consigue aumentar la identificación que tenemos con los Díaz, pero, igual de importante es lo que dicen que cómo. Pasear por el bosque en Life is Strange 2 produce una sensación similar a jugar a Oxenfree, en donde la charla también fluye y puede tomar derroteros de lo más inesperados.

Dontnod ha refinado incluso su sistema de relajación. Al sentarnos y mirar al horizonte, al escuchar música o ponernos a dibujar, ya no nos encontramos con una serie de planos cambiantes con una composición relativamente artística. Ahora, según lo que hagamos, la historia va a reaccionar. Si nos sentamos a dibujar, tendremos que fijarnos en qué va a servirnos de modelo y dirigir a Sean hasta que termine la obra, si nos detenemos ante unas vistas espectaculares, las conversaciones con Daniel se tornarán profundas y melancólicas y, como miembro de la generación Z, si Sean se sienta solo siempre optará por echar un vistazo al móvil.

Pero el mayor cambio, y el que parece más valiente en una serie que ya está vendida, que tiene pendiente a toda una legión de fans, es el de hacer activismo abiertamente. La primera temporada de Life is Strange hablaba de temas delicados como el suicidio, el acoso escolar y los dobles estándares —tanto por cuestión de género como de clase social—, pero jamás señalaba abiertamente el machismo. «Todo es política, Sean, absolutamente todo», les dice a los protagonistas el único personaje que no resulta ser despreciable. Como los guionistas, lo dice con convicción. Dontnod habla desde el corazón y en este primer episodio ya se han posicionado abiertamente. Sean y Daniel Díaz son jóvenes latinos en un país de racistas. Y van a contar su historia con todas sus consecuencias. [9]