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Hemos tenido que llegar al episodio 4, a las mismísimas puertas de la gran final, para comprender que el viaje de Sean y Daniel Díaz no es una huida sino una búsqueda. Para descubrir que lo que mueve a los hermanos lobos y los arrastra a lo largo de las grandes carreteras norteamericanas no es el miedo sino el recuerdo. La añoranza de la familia. Pero el concepto de familia que aquí manejan los escritores no tiene que ver con la sangre. Tampoco con la afinidad, la confianza, la seguridad o incluso el amor. En la segunda temporada de Life is Strange la familia es algo primario. Animal. Un lugar al que siempre podemos volver pero del que es muy dificil escapar. La salvación (un abrazo) pero también, para Sean Díaz, una especie de condena.
Faith se inicia con Sean preso en una habitación de hospital. Ha perdido el ojo izquierdo debido al incidente en la casa de Merryl y, tras pasar unas semanas en coma, va a ser transferido a un centro de detención de menores mientras la policía busca incesantemente a Daniel. En su cautiverio, Sean encuentra tanto una enemiga como un aliado. La primera, la agente Maria Elena Flores no parece estar muy dispuesta a ayudarle sin contar con algún tipo de cooperación previa por parte del adolescente. El segundo, Joey el enfermero, parece estar dispuesto a hacer su estancia agradable más allá de su recuperación. Es precisamente Joey el que devuelve a Sean el cuaderno de dibujo que hasta este momento le ha acompañado en su viaje. Y es entre sus páginas donde el joven encuentra lo que parece una pista sólida del paradero de su hermano menor. Y de nuevo iniciamos una fuga. Otra vez nos encontramos de viaje. Esta vez, no obstante, recorremos los caminos en la más absoluta soledad.
Faith es un episodio que en vez de estar escrito en base al conflicto se desarrolla a partir del contraste. En su primera parte el episodio se enfrenta lo onírico con lo literal. Los sentimientos contra el vacío tanto del desierto como de la propia situación de Sean. Durante las escenas de sueños —en las que el papel del jugador queda reducida a un mínimo— el adolescente tiene la oportunidad de hablar tanto con su hermano como con su padre y discutir su propia implicación en los eventos que hemos vivido en los capítulos anteriores. Estas conversaciones tienen un efecto catártico en el personaje principal: su motivación queda peligrosamente reforzada de manera que seamos más propensos a actuar de forma temeraria durante la escena final. Sin embargo, es durante las partes más literales de la historia en donde encontramos un trabajo más pulido.
Para diferenciarlas de las ensoñaciones, las vivencias más duras de este episodio transcurren, marcando un hito para la propia serie, sin música ni ningún otro tipo de acompañamiento que nos ayude a digerir la dureza de estas experiencias. Así, cuando quemado por el perenne sol de Nevada, Sean se sienta a descansar a la sombra de una valla publicitaria no tenemos un hit indie que nos acompañe. Cuando el personaje fuma en un porche acompañado por una figura de su pasado, no hay melodía que enmarque lo agridulce de ese mismo momento. Este punto y a parte con respecto a las convenciones de los episodios y la temporada anterior pretenden subrayar la intención de los creadores por acercarse a la realidad. Por dejar de lado los internados de fantasía, los asesinos en serie o los lobos de cuento para, tal y como prometieron hace unos meses en el primer capítulo, hablar con seriedad de temas como la raza, la identidad o la política actual norteamericana.
Durante uno de los momentos más duros de este capítulo Sean, un estadounidense birracial cuyo padre tiene orígenes mexicanos, enfrenta una agresión racista. El agresor invade su espacio personal y posteriormente le golpea. La humillación, ante lo que el racista percibe como un inmigrante ilegal a pesar del conocimiento del idioma, es obligarle a hablar en español. A utilizar parte de su herencia cultural y familiar para colocarlo en un lugar de inferioridad. Esta agresión se contrapone con la figura del caminero que, si así lo deseamos, recoge a Sean de su caminata por el desierto. Este orgulloso patriota americano no duda en violar las normas —concretamente la de no recoger autoestopistas— en base a su propia brújula moral y no vacila en compartir lo poco que tiene con otro ser humano que, más allá de su color de piel, solo intenta continuar con su camino.
Durante esta pequeña interacción se percibe claramente una intención por parte de los desarrolladores de usar las mecánicas clásicas de la serie con intención comunicativa para con el jugador. Las diferentes peticiones de interacción —decir si o no, hace una aclaración…— , más que tener valor como acción, buscan ralentizar la breve escena y contagiarnos de la paranoia que sufre Sean tras la violenta agresión. Hacer que el jugador, como el propio protagonista, se plantee cada una de sus palabras y busque significados ocultos incluso en la más inocente de las preguntas. Esta charla supone la segunda vez en el episodio que los guionistas intentan que dejemos de ver a Sean como un personaje externo a nosotros para meternos en su propia piel. Ya durante las escenas del hospital un breve test ocular nos informaba de las dificultades actuales de Sean y su dificultad para percibir el mundo correctamente. Es por eso que las escenas de dibujos se multiplican en este episodio. Porque Sean ya no es el mismo —ya no ve el mundo de la misma manera— y estos planos subjetivos son la forma más expresiva de mostrarnos ese cambio.
La aparición del camionero, la aseveración de que Estados Unidos está formado por personas que aman a su país incluso aunque no comulguen con aquellos que lo dirigen, pone punto y final a la primera parte del episodio. Con él queda enterrada la dicotomía entre lo literal (cuya representación podemos encontrar incluso en la propia camiseta de Sean) y el mundo de los sueños y entramos, de nuevo, en el análisis del concepto de familia que, en este episodio, se contrapone al de la fé. El mensaje de los guionistas aparece especialmente claro: la sangre es fuerte pero no tiene por qué ligarse a un modelo de familia tradicional.
De la misma manera en la que Sean encontró un hogar en el episodio anterior, aquí es Daniel el que parece haber llegado a un oasis. Pero mientras que Sean se apoyaba en los intereses comunes y en la empatía para intentar construir una familia a su alrededor, Daniel se ve impulsado por lo que no es más que un sentimiento de autoprotección. El contraste ya mencionado no solo se produce con respecto al episodio cuatro sino que el tratamiento de la religión y la fe nos remite al capítulo 2 en la que Daniel, y especialmente Sean, debían lidiar con los sentimientos religiosos de sus propios abuelos. Y como el patriotismo o la esperanza a lo largo del capítulo, la fé también se representa llena de aristas. Tan frágil como peligrosa.
La figura de la mujer como cuidadora y protectora también es examinada bajo una luz valiente, mediante el enfrentamiento entre dos figuras no tradicionales que representan respectivamente dos de los mayores pecados que puede cometer una mujer a ojos de la sociedad: tener una ambición desmedida y no desear formar parte de una familia tradicional. El final de este breve y metafórico enfrentamiento depende tanto de nuestras decisiones como de nuestras convicciones por lo que esta trama tan poco concisa se convierte en la parte más débil del magnífico capitulo.
En el avance del último episodio de esta maravillosa temporada de Life is Strange vemos el muro que Trump ha comenzado a levantar en la frontera. Parece que el equipo de desarrollo quiere avisarnos de que los hermanos lobos aún tienen el mismo objetivo en mente: llegar a Puerto Lobos y reunirse con la desconocida familia de su difunto padre. Sin embargo, hay muchas papeletas de que ese no sea el verdadero final del viaje. Sean y Daniel admiten que son lobos pero no se dan cuenta de que son solitarios. Aquel tipo de bestia que no necesita el respaldo de una manada. [9]
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Que ganas de que salga entero para pillarlo!
Todo estupendo excepto por el final, forzado hasta rozar el absurdo y muy mal llevado.
De verdad era necesario levantarse una y otra vez tras sufrir la paliza de la iglesia sin que Daniel o su propia madre hagan nada? Era necesario que la iglesia ardiera?? De verdad era necesario forzar tanto el drama barato hasta alcanzar al momento catártico más forzado y efectista que he visto en mucho tiempo??