Si algo hemos aprendido de la ficción —si alguien ha tenido alguna experiencia no ficticia, que lo comparta, por favor— es que jugar con la sagrada línea temporal, el orden de las cosas impuesto por el destino y/o los viajes temporales acarrea consecuencias. No hace falta trastocar la realidad ni jugar con la metafísica, ya que, en el fondo, cada decisión que tomamos también tiene su consecuencia. Hace casi una década aprendimos un par de cosas sobre qué pasa si pretendemos doblegar el tiempo a nuestro favor en el Life is Strange original y, tanto en el juego de Don’t Nod como en este Life is Strange: Double Exposure, nueve años después seguimos dudando ante cada elección ya que una vez pulsemos el botón sabemos que un mensaje de Fulanito recordará esto o esta acción tendrá consecuencias aparecerá en la esquina de la pantalla.
Life is Strange: Double Exposure se alza sobre los hombros del resto de la saga, pero sobre todo del juego original ya que ambos tienen a Max Caulfield como protagonista. Esto tiene sus pros y sus contras: el retorno de un rostro conocido es una forma ideal de que quienes atesoran buenos recuerdos de Arcadia Bay regresen para saber qué ha sido de la vida de Max, no obstante, también ejerce un efecto directo en las expectativas de muchos sobre este nuevo título. Double Exposure tiene muchísimos vínculos nada disimulados con el inicio de la saga, pero la historia de Max hace tiempo que se desligó de la de Chloe, por mucho que su presencia sea imborrable.
Si alguien no ha jugado al primero, que no se preocupe. Al principio de Life is Strange: Double Exposure hay un par de cuestiones que surgen de forma orgánica y nos permiten —a quien sujeta el mando y a la propia Max— establecer un par de asuntos sobre lo ocurrido años atrás. Decir más supondría bordear en exceso la fina línea del spoiler, pero lo que queda claro elijamos lo que elijamos es que Chloe ha quedado atrás. Y eso es bueno. Es una decisión que posibilita dos sendas narrativas muy interesantes: la exploración de cómo ha afectado esto a nuestra protagonista y la total libertad para crear nuevas tramas con un elenco totalmente desconocido.
Hablar del argumento de estos juegos no es cosa fácil. Si bien es cierto que existen una serie de puntos clave en común, al poder tomar ciertas decisiones las ramificaciones no dejan de aumentar. Más allá de la rejugabilidad de algo así o de la curiosidad que nos despierte saber qué ha elegido la gente y cómo de común ha sido nuestra respuesta, es cierto que los cambios son lo suficientemente notorios como para que mi viaje junto a Max —incluso la propia Max— sea distinto al tuyo.
Esos puntos clave del argumento sí nos permiten establecer de qué va esta historia: Max Caulfield es ahora profesora en la universidad, además de fotógrafa profesional. Entre seminario y seminario, ha desarrollado una muy buena amistad con dos colegas, Safi y Moses. Como toda buena protagonista de una historia con superpoderes, las desgracias parecen perseguir a Max allá donde va, por lo que la trama tracciona con el asesinato de su buena amiga Safi, un revés durísimo para todos, pero sobre todo para Max cuando intenta sin éxito retroceder en el tiempo para evitarlo sin éxito.
Por suerte, Life is Strange: Double Exposure no es tan cruel con Max. Se permite el tiempo suficiente para que exploremos cómo transita esta pérdida, cómo de triste es su mundo tras una injusticia así, para después dar paso a la nueva habilidad de Max: transitar entre dos realidades alternativas. En determinados puntos, indicados por unas partículas brillantes y un sonido revelador —no varían su posición, por lo que resulta cómodo acceder a ellos en los escenarios más visitados: la casa de Max, la facultad o el bar de confianza—, podemos cambiar de un mundo a otro pulsando un botón. Nuestro punto de partida, la realidad en la que Safi ha sido asesinada, se denomina ahora «mundo muerte», mientras que el otro lado, donde Safi sigue aún viva recibe el nombre de «mundo vida».
Ambas realidades se diferencian de un simple vistazo, aunque hay un indicador en la parte superior de la pantalla en todo momento. El mundo original está bañado en tonos fríos, es un lugar azulado y marcado por la tristeza que se aloja en el corazón de los protagonistas de esta historia tras la pérdida de Safi. Por su parte, Max encuentra en esta realidad paralela un lugar resplandeciente, repleto de luz y tonos cálidos, una línea temporal en la que puede seguir disfrutando de su amistad con Safi, pero también profundizar en su relación con cierta camarera. No es la única relación de Max que se ve afectada al cambiar de realidad, pero sí una de las más evidentes.
Como ocurre en todos los juegos de la saga, esta habilidad especial de su protagonista se convierte en la mecánica principal para resolver los distintos entuertos que nos topemos por el camino. Reemplazar el retroceso en el tiempo por este salto entre dos mundos es todo un acierto, ya que diluye la sensación de ensayo y error que tenía el primer Life is Strange al prescindir de la repetición de escenas. Una vez familiarizados con lo que sucede en cada lado, saber en qué mundo buscar resulta orgánico e intuitivo.
Además de moverse entre estas dos realidades, Max es capaz de proyectar lo que está ocurriendo en ese momento en el otro mundo, de nuevo con tan solo pulsar un botón. Esta parte de su poder, una suerte de onda de energía que nos permite ver a los personajes y objetos con el color correspondiente a su mundo, resulta útil para conocer la posición de algún detective a evitar o para escuchar alguna conversación que no tendría lugar si estuviéramos delante. Es, por tanto, una herramienta muy útil para investigar.
He ahí uno de los pilares fundamentales de Life is Strange: Double Exposure: la investigación. La muerte de Safi no es el único misterio a resolver, ya que una vez Max comienza a tirar del hilo no dejan de surgir asuntos turbios: el plagio de un libro vinculado con el suicidio de su autora, la relación entre un profesor y su alumna, la venta de drogas a estudiantes, la participación de cierta asociación estudiantil en todo esto y, por supuesto, la identidad de quien apretó el gatillo.
Accederemos a toda esta información leyendo documentos, aprovechando nuestra capacidad de movernos entre mundos para desplazar la balanza en nuestro favor y a través de conversaciones en las que tendremos que tomar decisiones que marcarán nuestra relación con el resto de personajes, además de afectar a ciertos elementos de la trama.
En Life is Strange: Double Exposure la cosa va de desdoblamientos. El de los dos mundos es tan evidente como la posibilidad de someter las fotografías que realizamos a una doble exposición antes de publicarlas en redes sociales —hay mucha vida en el móvil de Max: redes, notas y mensajes, por ejemplo—. Pero el desdoblamiento va más allá, ya que la trama en sí es un reflejo de lo vivido en el primer juego, los paralelismos están reconocidos por la propia Max, quien se ve atormentada por la sombra del pasado: el entorno estudiantil, el abuso de poder, el descubrimiento de un nuevo poder, un caso cada vez más complejo de resolver en el que todo el mundo resulta tener más aristas de lo que podría parecer en un principio, una tormenta que amenaza la integridad del lugar… Existen más dobles en el juego que profundizan en la buena elección del título, pero de nuevo hablar de ellos implicaría estropear ciertas sorpresas que merece la pena descubrir sin información previa.
El videojuego no necesita de comparaciones inanes con otras artes para brillar con luz propia, pero reconozco que tiendo a pensar en el cine con cierta frecuencia cuando termino un juego con una historia de esas que dejan huella. Life is Strange: Double Exposure me ha hecho pensar más en una serie del Marvel Cinematic Universe y, de corazón, digo esto como algo bueno. La estructura episódica nos lleva más hacia al territorio de las producciones seriadas que al del largometraje; los poderes, el regreso de Max para posibilitar la repetición del protagonista y cierto mensaje al final del juego resuenan con la fórmula Marvel y, además, el protagonismo de personajes de grupos infrarrepresentados me lleva a pensar en la Patrulla X, lo mejorcito que tienen en Marvel con permiso del trepamuros. En definitiva, asociaciones mentales que terminan de redondear las buenas sensaciones que transmite el último Life is Strange.
Más allá de si el juego de Deck Nine puede recordar a esta o a aquella obra cultural, Life is Strange: Double Exposure es un juego sólido que consigue repetir con éxito todos aquellos aspectos esenciales que son seña de identidad de la saga, aportando las suficientes novedades como para que resulte interesante transitar esta nueva historia. Además, los giros argumentales, muy bien situados para que el ritmo no se resienta y el final de cada capítulo resulte impactante, gozan del suficiente calado emocional como para dejarnos un rato digiriendo lo que acaba de pasar.
Es un nuevo comienzo para una Max que regresa con la presencia —el aura, como dirían sus alumnos— que se puede esperar de una protagonista que lleve sobre sus hombros toda una saga. Pero no es un reinicio dejando atrás todo lo vivido. Life is Strange: Double Exposure no se olvida de dónde venimos, al contrario, lo aprovecha para dotar de calado a todas las elecciones que tendremos que tomar a lo largo del juego. Porque, dualidades al margen, es en la importancia de nuestras decisiones donde reside la clave de Life is Strange. No tanto en qué decidimos, sino en saber vivir con las consecuencias de cada elección.
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