Análisis de Luftrausers

Lo que hace Luftrausers puede parecer fácil, pero nada más lejos de la realidad. Es un juego relativamente simple; podría decirse que es un clon de Asteroids sin faltar demasiado a la realidad, aunque lo último de Vlambeer tiene mucho más. Muchísimo: su complejidad es de las que no notas hasta que piensas en ella, hasta que te da por reflexionar sobre qué es lo que está haciendo que eliminar aviones y barcos una y otra vez, en el mismo escenario, sin variaciones importantes en las mecánicas básicas sea tan, tan divertido; que no se agote, que parezca infinito.

Por no salirme de la consola en la que he jugado a Luftrausers (Vita: le va como un guante), el de Vlambeer se parece más a OlliOlli que a Sine Mora. Las partidas son brevísimas; la puntuación lo es todo. Luftrausers tiene todo lo bueno de un buen arcade y nada de lo malo: su curva de aprendizaje da la bienvenida a los recién llegados con la misma intensidad con que mima a los veteranos, los que ya saben moverse con los aviones y tienen en la cabeza una guía mental de estrategias y consejos para aprovechar al máximo cada configuración; aunque se pueden delimitar una serie de formas de jugar que pueden ayudar a maximizar la cantidad de puntos que conseguimos, la sensación de libertad y las formas de expresión que nos permite el juego son enormes; repetir partidas no se siente como una obligación, sino casi como una necesidad: es más o menos fácil localizar qué hicimos mal o qué pudimos hacer mejor en la anterior, y cada incursión en el espacio aéreo enemigo es una ráfaga que no acaba de llenar nunca, siempre deja con el hambre justo.

El desarrollo del juego, de una densidad que recuerda a la de un juego de smartphone, se basa en una serie de misiones (eliminar a tantos enemigos, eliminar a un tipo concreto de enemigo usando un tipo de cañón específico, conseguir tantas bajas con el multiplicador al máximo, x20) que van desbloqueando nuevas partes para nuestra nave a medida que las completamos. Con estas partes creamos nuestra nave ideal: tenemos cinco cañones, cinco motores y cinco chasis, cada uno con unas características y unas estrategias muy marcadas. Con algunas combinaciones podemos evitar el daño que normalmente nos produciría sumergirnos en el agua y aprovecharla para ponernos a cubierto y dejar de disparar para que la vida se nos recargue, un proceso del que se nos notifica con una elegancia visual y una efectividad tremendas. Con otras, podemos recibir más daño y, por tanto, la opción de mantener el combo chocándonos contra los enemigos más pequeños se hace más viable; con otras, al morir nos convertimos en una bomba fatal que destroza todo lo que hay en pantalla.

Todo lo que tiene de bueno el diseño del juego lo comparte el visual, tan sobrio y aparentemente sencillo como la parte mecánica. Le bastan unos pocos colores para crear uno de los shooters más intensos que he visto últimamente; además de al servicio del espectáculo, los gráficos de Luftrausers están también muy pensados para que puedan ser leídos con el mínimo esfuerzo: de un vistazo podemos saber en qué estado estamos, en qué estado están las otras naves e incluso saber qué enemigos están fuera de nuestro campo de visión, y dónde, por las balas que constantemente invaden nuestro espacio con las peores intenciones. Es una barbaridad: todo funciona con una precisión tan abrumadora que todos los peros que se me ocurren me parecen injustos. Por ejemplo: que el tiempo de recarga del cañón, el arma más poderosa¹

, no se pueda leer visualmente como sí ocurre con la vida o con el daño que ha recibido la nave.

Dicen que quien mucho abarca, poco aprieta. En Vlambeer son auténticos expertos en no abarcar más de la cuenta pero apretar con una fuerza sobrehumana. Luftrausers sigue la línea de Ridiculous Fishing y Super Crate Box: una experiencia condensadísima y sin ninguna aspereza, una mezcla entre el caos infinitvamente divertido de los arcades con menos cabeza y un fondo mucho más técnico y estratégico. Quizá la mayor victoria de Luftrausers sea cómo consigue que no nos fijemos en todo lo que hace mientras nosotros jugamos; en cómo su complejidad sabe mantenerse en segundo plano, priorizando ante todo la diversión, que cada partida sea, aunque breve, intensa y completa y satisfactoria. En que la vida se nos indica con un circulito en pantalla piensas una vez, cuando te das cuenta; en el equilibrio brillante entre disparo, aceleración y giro y cómo todo gravita a la perfección a su alrededor puedes pensar de vez en cuando, cuando le cuentas a alguien por qué el juego es tan bueno. El resto del tiempo, Luftrausers va de otra cosa: va de lo que se siente al jugarlo, de las tablas de puntuaciones, del contador de tiempo jugado que marca diez horas a pesar de que la partida media puede durar medio minuto. Vlambeer están configurando el arcade del futuro; Luftrausers es otro paso en la dirección acertada. [8]