Análisis de Mario & Luigi: Dream Team Bros.

Lejos de ser nuevos en el RPG, los hermanos Mario (Mario Mario y Luigi Mario) pueden ser considerados ya veteranos en un género como este, que les queda tan lejos de sus orígenes. No hace tanto desde que Mario metió los bigotes en el rol, aunque fuera sólo de aquella manera; después de un Paper Mario: Sticker Star que no consiguió estar a la altura, Mario & Luigi: Dream Team Bros. sí consigue poner a la pareja de mascotas de Nintendo en buen lugar, con una mezcla de exploración, combates por turnos, plataformeo y experimentación con la consola que hace que sea difícil saber por dónde va a salir el juego: donde otros apuestan por dar mayor peso a la historia en detrimento de las mecánicas, Dream Team Bros. apuesta por no saber estar quieto, por no conformarse con mantener la misma forma de ser jugado durante demasiado tiempo, por saber mantenernos pegados a la consola, esperando ver de qué forma nos intenta sorprender. Durante un buen rato, Dream Team Bros. cuenta con nuestra curiosidad; en cierto momento, pasa a tener nuestra atención.

No es el protagonista absoluto, pero la proporción de doce a uno que se lleva Luigi en la portada del juego debería dar una idea de su importancia dentro de Dream Team Bros. La historia, ya sabemos, gira alrededor de la antigua civilización que habitaba antaño la Isla Almohada, donde Mario, Luigi y toda la tropa son invitados por un tal Doctor Modorra sólo para descubrir que a) la facilidad para dormirse en todos los sitios de Luigi le permite establecer conexión directa con un extraño limbo onírico en el que Mario puede colarse, b) los habitantes de aquella civilización ancestral están dentro de ese mundo de sueños, y c) un villano llamado Pesadillo les tiene a todos encerrados con fatales intenciones. No es difícil hacerse una idea de a qué dúo de fontaneros le toca encargarse de poner solución al asunto, con todas las idas, venidas, cameos y apariciones estelares que ello conlleva.

La historia es por momentos un poco más funcional de la cuenta, pero se sabe salvar por la densidad de las escenas cómicas, que no paran de llegar: a veces en forma de slapstick, a veces en forma de diálogos muy bien adaptados y traducidos a nuestro idioma. Tampoco sorprende en su desarrollo, que intenta ser simple y sólo se abre un poco y escapa de la linealidad más absoluta en contadas situaciones, ya bien entrados en la partida; quizá por la estructura del mundo y los mapas que recorremos consigue dar menos sensación de pasillo, pero en todo caso no deja de ser eso: uno con puertas en ciertos puntos, con algún rincón al que echar un ojo antes de volver a la ruta principal, pero pasillo al fin y al cabo.

En lo que sobresale Dream Team Bros. de una forma absolutamente genial es en cómo nos asalta constantemente con mecánicas nuevas, con diferentes formas de pensar y explorar el mundo, con pequeñas experimentaciones formales que nos hacer utilizar el juego, pero también la propia máquina, de formas que uno no espera en un género como el RPG. Esto es un RPG, sí, pero no uno que se preocupe demasiado por seguir al pie de la letra las convenciones que los puristas pueden exigir: aquí se salta, se aplican ciertos minijuegos para determinados ataques especiales, hay plataformas, hay zonas en las que debemos solucionar puzzles más propios de otro tipo de aventuras; hay mucho, y por lo general todo está muy bien metido, el calzador se nota poco y sólo en contadas ocasiones. Si pensamos en un concepto de juego aplicable a lo digital pero también a las figuras de acción, a echar a correr un cochecito por el suelo de casa o incluso a jugar al escondite con nuestros amigos, Dream Team Bros. puede ser fácilmente uno de los juegos que más sense of wonder transmiten a través de sus mecánicas: es complicado saber qué va a ser la siguiente sorpresa que nos va a presentar el juego, y una vez nos familiarizamos con ella también es difícil pensar una forma de mejorarla, de envolver esa sorpresa o presentarla o introducirla dentro del conjunto de mecánicas de una forma más apropiada.

Esto es especialmente aplicable a los poderes que Luigi (la versión de Luigi con la que compartimos aventura cuando el Luigi real está durmiendo, abriéndonos plácidamente el acceso al limbo en el que ocurre gran parte del juego) tiene cuando se sueña a sí mismo. Tanto fuera como dentro de los combates, Luigi es, cuando duerme, el auténtico protagonista, ahí sí: de sus poderes depende al 100% que las secciones de plataformas sean variadas, divertidas y nos obliguen a darle al coco un poco, y también con ellos los enfrentamientos consiguen tener un no sé qué especial, tanto cuando usamos los ataques tándem (en los que colaboran Mario y Luigi, y que también pueden ser usados en el mundo real, aunque no son los mismos) como cuando afinamos el timing de nuestros golpes para conseguir que sus efectos sean mayores, pulsando el botón de salto, por ejemplo, justo en el momento en que impactamos sobre un enemigo, muy similar a lo que ocurre en los Paper Mario. También aquí se demuestra imaginación y creatividad por un tubo: cada ataque y habilidad se usa de una forma distinta, no sólo por las aplicaciones que puede tener sino por el input que nos pide para ejecutarlas de forma correcta.

De la autoestima de Luigi ya hablé en cierto momento, pero también merece la pena hablar de la admiración increíble que siente por Mario; de cómo, de alguna forma, este año de Luigi está creando un arco narrativo que acaba llevando de vuelta a Mario, en el fondo. En cierto punto del juego, el Príncipe del Reino Almohada, que nos está acompañando a una zona muy profunda de la psique del Luigi que duerme, el Abismo de los Sueños, nos explica que «este es el lugar más profundo y sombrío de los sueños de Luigi; aquí es donde se arremolinan todas sus emociones». El lugar es algo lynchiano y no del todo buenrrollero: por el fondo, decenas de siluetas de Luigi vuelan de un lado a otro, sin rumbo aparente, lanzando mensajes dirigidos a Mario. En ellos sólo pide dos cosas: que le prestemos atención y que veamos cómo él también puede saltar alto. No es que el juego esté especialmente plagado de este tipo de momentos con fuerza, que llaman la atención sin necesidad de apoyarse en mecánicas de juego, pero hay unos cuantos.