Análisis de Marvel’s Spider-Man

Hay una diferencia abismal entre gustarle a uno Spider-Man y ser fan de Spider-Man. Yo estoy en el primer grupo: sé lo de la picadura de la araña y lo de la muerte del tío Ben, he visto las películas y temporadas casi enteras de algunas series; me pueden los chistes malos y solía juntar a Peter Parker con Ryu en los Marvel vs. Capcom. Y poco más, la verdad. En cambio, el fan de un superhéroe es necesariamente alguien que se ha ganado esa chapita leyendo cómics. Lo he intentado este verano y es, de verdad, una cosa exagerada. La cantidad de historias que se cruzan, que se alargan en varias direcciones al mismo tiempo, que se reescriben como si nada… Hay más gente ahí, más personajes y más nombres, que en mi pueblo. Nuestro amigo y vecino Spidey es en realidad inabarcable.

Marvel’s Spider-Man, como el Universo Cinematográfico de moda, tiene eso presente para lograr algo muy meritorio: que cualquiera a quien le guste un poquito el personaje se sienta fan. Lo consigue escogiendo bien qué explicar y qué dar por sabido en una revisión del trepamuros hecha a medida. Peter Parker lleva aquí ocho años con el disfraz y varios de sus compañeros de viñeta —familiares, amigos y supervillanos— aparecen en un contexto nuevo y se relacionan con el protagonista de una forma que no es la más habitual. Y aunque todo sigue siendo coherente, familiar, los pequeños cambios ayudan a mantener el interés; hay evoluciones y revelaciones necesariamente previsibles, pero también cinemáticas moderadamente impactantes. El guion, directo y natural, está por encima de la media incluso sin contar los chascarrillos.

Todo esto va sucediendo sobre una estructura típica de mundo abierto, de modo que la trama convive con una pila de tareas, coleccionables y distracciones varias. Para obtener las fichas que desbloquean trajes alternativos —y sus respectivos poderes, que después se pueden aplicar a cualquier otra indumentaria—, toca recuperar mochilas olvidadas en azoteas, túneles o callejones. Toca hacer fotos de edificios emblemáticos y toca zurrarse con oleadas de criminales. Y a pesar de que varias misiones secundarias están demasiado cómodas en ese papel, apetece completarlas; el juego se siente especialmente fluido, gracias a las portentosas animaciones y a las mecánicas relacionadas con el desplazamiento, así que acabas persiguiendo palomas o atravesando nubes tóxicas para recoger muestras casi sin querer. El balanceo es tan adictivo e hipnótico como nos venían diciendo, pero hay otro movimiento de impulso para ganar velocidad (L2+R2 para lanzar las dos telarañas a la cornisa o la farola que señala cursor, X en el instante preciso para salir rebotado) que acaba siendo igual de importante. Entre eso, lo de correr por las paredes y el vistoso sistema de parkour automático para sortear obstáculos pequeños, Insomniac se podría haber ahorrado el viaje rápido —lo usé una sola vez en toda la partida y fue para ver el simpático corte de Spider-Man en el metro.

Algo saben de artilugios, claro, los responsables de Ratchet and Clank. Los lanzadores en la muñecas de Spider-Man están más tuneados que nunca y en el menú radial para los gadgets hay granadas pegajosas, trampas de proximidad y telarañas electrificadas. Su uso está más ligado a los enfrentamientos que a los escasos puzles y, precisamente por el currículo del estudio, esperaba que les sacaran más partido en los jefes finales. Son, tal vez con un par de excepciones, más correctos que brillantes.

Lo que sí está muy logrado, muy bien medido, es la progresión. Desde el primer minuto tienes recursos suficientes para luchar y para moverte como quieras, pero la cosa mejora, constantemente, gracias a los puntos de experiencia y los árboles de habilidades. En paralelo, perfectamente acompasado, el ritmo de la trama va de menos a más; el último acto y las escenas poscréditos hacen mucho por dejar un buen recuerdo a quien termina la aventura.

Durante ese clímax, sin embargo, Marvel’s Spider-Man también se asegura de que recordamos sus fallitos. Insiste con los minijuegos sin chispa —de conectar circuitos o de hacer coincidir patrones— y con las secciones de infiltración sin máscara ni telarañas, que en cierto momento pasan de añadir variedad a cortar el rollo. Y cuando la situación es más desesperada, como de costumbre, se hace evidente el conflicto entre los tics del género y los intereses del personaje: con la ciudad en llamas y miles de vidas en peligro, la opción de perder el tiempo con recados de todo tipo sigue siendo válida.