Análisis de NBA 2K16

El miedo a dar un paso adelante y evolucionar frente a lo que se espera de nosotros es uno que nos acompaña en todas las etapas de la vida. Lo hace en la infancia, cuando hablar con la chica que te gusta o interacciones más simples como pedirle algo a un camarero nos llenan de respeto y pudor; lo hace en la adolescencia, ante la presión social que se genera, por ejemplo, en los espacios educativos; y lo hace en la madurez, cuando en según qué contextos destacar frente a una multitud que en el mejor de los casos te ignora es una opción que solo un demente –o pinjed- abrazaría con ligereza.

Esta suerte de terror atávico infundido por el cambio se manifiesta incluso en los pequeños detalles. Recuerdo que en mi primera partida de Pokémon Rojo, por coincidir además en el tiempo con la retransmisión de la serie animada, decidí mantener a mi Pikachu lejos de la tentación de usar con él una Piedra Trueno y convertirle en un monstruoso ser celulítico con orejas de mejillón; algo a todas luces ridículo si tenemos en cuenta que lo que un niño inocente como yo quería mantener intacto era, por qué no, a una amorfa rata amarilla con mofletes de cabaretera.

Acusar a NBA 2K16 de no experimentar con sus límites podría resultar injusto, la verdad. No en vano en los últimos años hemos visto pasar por sus modos de juego o menús a gente como Lebron James y otros con más anillos en los dedos, como Pharrell Williams o Jay-Z. Puede que el núcleo sea siempre el mismo, algo lógico una vez demostrado que funciona, pero 2K siempre se ha caracterizado por incluir en todas sus ediciones un par de nuevos modos que dotan de una personalidad única a cada uno de ellos. Eso es precisamente lo que Living the Dream, la colaboración del director de cine Spike Lee con la franquicia en forma de modo historia, busca con una mezcla a tres bandas entre Do The Right Thing, la historia de Andre Bishop en Fight Night Champion y los peores capítulos de Entourage: dar un valor añadido y diferencial al que lleva siendo desde hace tiempo el modo estrella para un jugador.

Dos horas de cinemáticas y partidos simplificados después, descubrimos que el motivo por el que es tan habitual ver al realizador de Atlanta llevando gorra es para poder pasarla con mayor facilidad. Lo que en un principio podría ser la interesante biografía de un chaval de barrio cuyo talento supone una bendición para los que aspiran a salir de las vicisitudes del gueto y una maldición para él mismo, que solo quiere dedicarse a ser feliz y jugar al baloncesto, acaba siendo un desfile de estereotipos. No podía faltar el autoritario dueño del equipo, un exitoso empresario americano hecho a sí mismo; el mánager italoamericano, un charlatán ostentoso capaz de vender a su madre por un plato de pasta; la novia exótica, relegada –pese a los desesperados intentos de dotarla con una personalidad un poco más interesante– al papel de mujer florero; y el amigo desfasado, rapero de día y jetilla de noche. Una colección de personajes con momentos dramáticos ciertamente inesperados y sorprendentes dentro de un videojuego que al final, más que dignificar el medio, evidencian la carencia de nivel del 90% de los guiones dentro de esta industria.

El mayor problema de este nuevo modo es sin duda su desconexión con el jugador y su posterior desarrollo. Encarnar a un personaje predefinido con rostro y características a nuestra elección hace que la suspensión de la incredulidad se vaya al garete en cuanto se nos intenta hacer creer que la mayor preocupación de un joven caucásico de 2 metros dentro de una familia negra de Brooklyn no es descubrir si ha sido el butanero o el fontanero. Innecesario además, ya que todo este drama interracial acaba igualmente en un modo Mi Carrera cuya diferencia respecto a años anteriores es un ridículo baile al conseguir ciertas canastas exitosas y la posibilidad de realizar entrenamientos o cumplir con los típicos compromisos de las estrellas de la NBA en nuestros días libres para ir mejorando las estadísticas de nuestro personaje.

Pasemos a hablar ahora de lo más importante dentro del baloncesto. Me refiero, claro, al dinero. Desde que 2K decidió, tres años atrás, introducir su moneda virtual dentro del ecosistema de la franquicia, no han sido los pocos los que han denunciado que un juego a precio completo venga lastrado con un sistema que no obliga a pasar por caja, pero sí ralentiza considerablemente su ritmo y cantidad de contenido inicial disponible. Un inconveniente que, lejos de estar limitado a los cromos y modalidades online, nos invita a desbloquear una serie de objetos con los que personalizar hasta nuestro espacio de entrenamiento. Volvemos a lo de siempre: no es obligatorio pagar, pero poner precio a la cantidad de tiempo que tenemos que invertir para poner el juego a nuestro gusto es una desconsideración que se convierte en insulto al tener que volver a empezar de cero año tras año.

Mi mayor problema con NBA 2K16 es que todos estos complementos, por cómo se publicitan y copan la pantalla dentro de este, acaban eclipsando inevitablemente a todo lo demás, que al final es lo más importante. Dejando lo que se ha ido apuntando anteriormente atrás resulta innegable que, en términos de representación del deporte, estamos a años luz de otros mucho más mediáticos y del trabajo de otras compañías, que deberían plantearse si seguir compitiendo por un pastel que ya tiene dueño. Los cambios son sutiles, pero poder elegir el tipo de pase o cómo debe ser el bloqueo ayuda mucho a la hora de superar a una inteligencia artificial a la que solo le falta fingir las faltas y tener una pistola en el vestuario.

Como sucede con Pokémon, juego que citaba al principio, al final es en esos pequeños detalles donde se ven las diferencias entre una entrega y otra. Gráficamente el aspecto es muy similar al del año pasado, pero las animaciones y el renovado motor de físicas afectan directamente al manejo de la bola y añaden capas de profundidad a un sistema apto para novatos y casi infinito para expertos. Los demás modos de juego son viejos conocidos, pero alguno como Mi GM ha recibido un lavado de cara que incluye, ya iba siendo hora, una vista aérea similar a la de Football Manager para ir gestionando nuestro equipo con mayor eficacia; mientras que otros como Mi Parque se han visto expandidos con la inclusión de un modo llamado ProAm que incluye reglas oficiales, un completo editor y la posibilidad de formar sociedad con otros cuatro amigos –a no ser que la plataforma online esté medio desierta, como ocurre en PC.

Seguimos hablando del mejor juego de baloncesto, diría incluso deportivo, de todos los tiempos, y entiendo que la presión de tener que sacar una entrega anual no sea el mejor de los escenarios para dar el gran salto. Para todos aquellos que no han jugado nunca a uno, probarlo es el equivalente a dejar que Shaquille O’Neal te machaque la cara contra el tablero o Metta World Peace te machaque la cara, a secas. Los que lleven años subidos al carro, por otro lado, ya deberían de saber qué se van a encontrar. Se puede pedir más, y yo mismo soy uno de los que se sienten decepcionados por no ver una pequeña revolución que le lleve a explorar caminos no transitados con anterioridad, pero si no roza la perfección 2K se queda muy cerca de hacerlo. Aplicando el artículo 34 de California, hacen lo que quieren, cuando quieren y, en definitiva, porque les da la gana. En nuestra mano está determinar si eso vuelve a ser suficiente. [8]