Las cien yardas para gente sin sentido de la dirección, donde los corredores salían disparados hacia todas partes. La maratón para incontinentes, con participantes parándose a mear cada cincuenta metros. Los doscientos metros estilos libres para personas que no saben nadar y los competidores se lanzan a la piscina para no volver a la superficie. Los tres mil metros con obstáculos para locos que se creen una gallina, que ni es una carrera ni es nada porque los atletas cacarean extrañados y se suben a las vallas. Eran algunas de las pruebas en las Olimpiadas Imbéciles, un magistral sketch que los Monty Python rodaron en Alemania en 1972 y que quizá sea uno de los más recordados de su Flying Circus porque, joder, era graciosísimo. La idea de proponer deportes normales para personas a las que les estaría contraindicado frontalmente practicarlos daba resultados hilarantes. Octodad: Dadliest Catch sigue una premisa similar en lo inmediato: realizar tareas habituales como hacerse un café, asar unas hamburguesas o comprar en el supermercado con las leves dificultades, digamos, logísticas que acarrea ser un jodido pulpo con traje y corbata.
El chiste, eso sí, va más allá del humor físico y se adhiere también al guion: como dice el tema original del juego «Octodad / Nobody suspects a thing«. Vamos, que ni su propia mujer ni sus hijos sospechan que es un pulpo pese a que jamás haya dicho una palabra, que tenga tentáculos en lugar de brazos y piernas y que tenga cierto pánico a ir al acuarium. Octodad es un pulpo encubierto, decidido a llevar a cabo su plan secreto pero siempre temeroso de ser descubierto aunque los que le rodean parezcan haber aceptado sus peculiaridades con bastante naturalidad. Ese es el chiste, en esencia, la dilatación de ese momento de comedia involuntaria en el que Superman se abrocha la camisa y se pone las gafas y se vuelve totalmente irreconocible para la gente de Metrópolis. Un chiste que funciona una sola vez pero que en Octodad: Dadliest Catch tratan de alargar hasta lo imposible. Cuando ya has asumido tu situación y te has reído lo que te tenías que reír, tu mujer suelta algo como «¿me vas a contestar de una vez o lo añado a la interminable lista de preguntas?» y reaviva las brasas, pero la coña va perdiendo fuelle a cada nivel.
La otra fuente de cachondeo, esta más inmediata, es la propia mecánica de juego. Se trata de cumplir tareas sencillas con un sistema de control entre lo pastoso y lo directamente infernal. Con dos modos de movimiento entre los que alternamos continuamente usando los tentáculos que hacen de piernas para desplazarnos o los que hacen de brazos para coger y manipular objetos, con la peculiaridad de que las extremidades de Octodad se mueven como si lanzases un árbol de Navidad por unas escaleras. La puta mierda deliberada que es el control, eso sí, también forma parte de la broma y es lo que termina provocando más momentos de hilaridad y patetismo. Tratar de bajar una escalera y terminar arrojándose sin querer por la barandilla, destrozar los muebles llenos de platos de cerámica tratando de llegar a la cocina mientras los niños juegan sin prestar atención al desastre teñir la encimera de marrón tratando de verter café en polvo en el depósito de la cafetera. Cuanto más la liemos en presencia de humanos, más nervioso se pondrá el Octodad, que empezará a balbucear confuso y excretar gotitas de tinta, dándole otro toque de surrealismo a la escena.
La duración de Octodad: Dadliest Catch le va a parecer escasa a más de uno, pero es precisamente ese el mayor salvavidas de la experiencia. Como ocurre en juegos como QWOP o Surgeon Simulator 2013, verdaderos chistes interactivos, alargar la broma solo habría resaltado las limitaciones de la premisa y habría dado al traste con un ritmo que incluso en sus condiciones flojea antes de lo que debería. Como metáfora de lo difícil que es a veces convertirse en un engranaje eficiente y primordial de la vida familiar, de lo jodido que es ser padre, Dadliest Catch hace un buen trabajo, sobre todo en el modo cooperativo: uno controla los brazos y otro las piernas en una absoluta imposibilidad motriz que es la puta risa pero también una alegoría a los malabarismos demenciales que implica llevar una casa. La compatibilidad del juego con Steam Workshop permitirá que muchos cuenten su propia versión del chiste, ya sea a lo Chiquito de la Calzada, a lo Eugenio, o a lo Godoy, pero la esencia seguirá siendo siempre la misma. Hasta dónde alcanza la gracia del chiste, eso ya depende de cada uno y su sentido del humor. [7]
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A ver si llega ya a PS4 y se convierte en el nuevo estándar de juego para jugar pedo con los colegas.
Genial el análisis Pinjed. Siempre me ha parecido complicada la crítica con este tipo de juegos pero es que eres un puto dardo.
Hoy me has gustado, pinjedi.
Me recuerda a kikiri boo 😀
http://www.youtube.com/watch?v=6qgvwaCl0S4
Genialidad el análisis Pinjed,
Ayer no se me ocurre otra cosa que ponerme a ver un gameplay de esto antes de ir a la cama, qué risa, madre mía, y menudas ganas que me entraron de probarlo XD
@napo2k por curiosidad ¿cual es el estándar actual? xD
entonces, yo también soy mariquita. Supermariquita.
@pua
Castle Crashers es un ejemplo bastante bueno.
Este juego es atroz, lo jugué una vez y no me hizo nada de gracia. Pero, sin duda, alabo este tipo de propuestas. Espero que vengan más cosas innovadoras como esta en el futuro
A ver si lo dan con el PS Plus en marzo, que sería lo suyo.
Jugado esta semana en Switch, y sí, al menos por ahora el chiste es descacharrante. Aunque ya he entrado a una parte en el que el control se hace más frustrante que divertido.